Cuando falleció el anterior dictador (recordemos… en la cama, con miles de personas llorando su ausencia y largas colas en su velatorio) comenzó en este país lo que se ha dado en llamar “La transición”. Quienes antes habían ejercido como plañideros, se volvieron, de la noche a la mañana, celosos defensores de las libertades democráticas y quienes habían aguantado al glorioso movimiento, continuaron aguantando a sus herederos.
Esencialmente el plan consistía en redactar una Constitución, instaurar una monarquía parlamentaria, dar todo el poder a los partidos políticos y celebrar elecciones cada cuatro años para configurar las instituciones de un poder legislativo, donde las personas designadas por los dirigentes de los partidos nos representarían y tomarían las decisiones necesarias para gobernar y administrar el Estado. Es lo que se conoce como “democracia delegada”. Listas cerradas y bloqueadas, impedirían cualquier veleidad liberadora entre los elegidos.
Igualmente, se dividiría el territorio en tres partes (Cataluña, País Vasco, y Galicia) con una autonomía especial, leyes, parlamento, más poder judicial específicos y gobierno propio. Mientras el resto formaría España, un estado centralista gobernado desde Madrid y con Andalucía como “esencia de España”.
Este plan fue llamado La España asimétrica. Un país con dos clases de ciudadanos, por un lado los ricos controladores del poder, por otro, el resto. Pero un territorio metió la pata, dijo que no quería ser más que nadie, pero menos tampoco, un 4 de diciembre llenaron las calles en manifestación y fue necesario dar marcha atrás y hacer un “café para todos”. Y aunque unos se tomaban el café con leche, cruasán, pasteles y churros mientras otros se conformaban con un escuálido “café bebío”, el plan les ha funcionado.
Ahora, los del café con leche quieren más, mucho más. Por un lado le llaman plurinacionalidad del Estado, por otro, una financiación singular y quienes llevamos siglos soportando todo este enredo simplemente le llamamos egoísmo supremacista. Le ponen otro collar, pero se trata de la misma estafa: organizar un país con dos velocidades, o dos clases sociales, por un lado, el norte rico invasor, por otro, el sur pobre e invadido. Los vencedores, los colonos, implantando su voluntad, los colonizados, a su servicio. No es nada nuevo, siglos llevan con este sistema que les ha permitido progresar a mayor velocidad mientras los de abajo se veían obligados al exilio económico, trabajando para ellos por un miserable jornal mientras la tajada gorda se la quedaban los dueños del cortijo… o los de las masías o los del caserío.
Pero no se contentan con lo que tienen, exigen más y más, cada vez más. Mayor renta per cápita, mayores servicios, mayor nivel de vida, mayores réditos políticos… Ahora están, dale que te pego, con el tema de los independentistas catalanes que quieren para ellos un cupo como el de los vascos, y este gobierno, capaz de cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder, no sabe por dónde coger, ni cómo llamarle, para contentar a todo el que pueda votar a su favor en el Congreso de los Diputados. Y en vez de abolir el antisocial y antisolidario cupo vasco, crearán otro nuevo para los chantajistas del este.
Al final, le llamen como le llamen, los poderosos conseguirán aquello que ambicionan y el olvidadizo político norteño, junto al acorralado gobierno central, se olvidarán del único territorio de España que no necesita inventar su historia para ser la primera Nacionalidad Histórica de la Península, el pueblo que en el desarrollo de su existencia ha sido independiente durante más tiempo. Tartessos, La Bética, Al Ándalus, Andalucía… Cuando el actual territorio andaluz, hace miles de años, gozaba de soberanía social, económica y política, cuando se regía por sus propias leyes, ¿existía en el resto de la península alguna ordenación de similares características?
¿Por qué ese miedo a Andalucía? ¿Por qué se teme a su ser, a su personalidad, a su humanidad, a su cultura, a su esencia? ¿Por qué el supremacismo está tan obsesionado en conseguir que Andalucía siempre sea menos? Aducen que el pueblo andaluz es diferente… y probablemente lleven razón. Pero no es motivo para menospreciarle. El pueblo de luz, los seres creadores, la gente desprendida, la humana, la sincrética Andalucía, es capaz de enriquecer a todos sin dañar a nadie.
Se trata de convivir, pero los políticos, a lo suyo, carecen de imaginación, de nuevo intentan engañarnos repitiendo el mismo fraude. Una generación en la calle lo impidió el 4 de diciembre de 1977. Una lección de dignidad asombró a todo el país. Ahora, nos consideran aletargados y pretenden conseguir en el siglo XXI lo que no lograron en el siglo XX.
¿Qué hará el pueblo andaluz? ¿Emulamos a nuestros antepasados recuperando la verde y blanca o aceptamos en silencio una nueva humillación?