Hace unos tres años, recuerdo una tarde que fui a un curso en la sede de la Asociación de la Prensa de Sevilla (APS). Justo esos días había una polémica en los mentideros políticos y periodísticos andaluces. El informativo nocturno de Canal Sur Radio no había emitido una pieza de una intervención de la portavoz parlamentaria de Podemos Andalucía, Teresa Rodríguez, durante la sesión de control al Gobierno, que entonces presidía Susana Díaz. Habían emitido todas las intervenciones del resto de grupos parlamentarios, pero justo a la hora de la emisión había desaparecido la de la líder de la formación morada, aunque la pieza fue enviada a edición por el redactor de turno.
Aquella tarde había por la sede de la APS una periodista que entonces contaba con los parabienes de la dirección de la RTVA y que ahora ha caído en desgracia. La muy imparcial e independiente compañera puso en duda lo ocurrido, defendía vehemente la profesionalidad de su empresa y culpaba a Podemos de estar en contra de la libertad de prensa con las palabras grandilocuentes que se usan a diario por parte de una profesión corporativista como pocas y en la que si tratas de salirte del redil y te niegas a olvidar de dónde vienes y para qué estás ahí siempre te acabas sintiendo forastero de un oficio que tiene sus tardes más gloriosas cuando los políticos y empresarios le entregan premios o cuando el oficio da premios a políticos y empresarios, en galas de etiqueta donde se esconde la precariedad y mediocridad galopantes que sufre el sector.
Aquella conversación, en la que la periodista ‘pata negra’ llegó al insulto para justificar la censura recurrente de la que ha sido objeto Podemos en Canal Sur y que ha terminado en algún caso en el Defensor del Pueblo Andaluz, a mí se me quedó grabada y salí de allí prometiéndome alejarme lo máximo posible de esos círculos que se forman en la profesión donde gente que cobra 1.500 o 2.000 euros, en el mejor de los casos, hablan con la soberbia de quienes se piensan que van a heredar la empresa en la que trabajan.
Esa lejanía implica que cuando uno acude al Parlamento andaluz siente bochorno de los corrillos babosos que se montan alrededor del poder político, de los políticos que mandan de verdad, los que han estado escribiendo el BOJA durante 37 años en Andalucía. Uno siente vergüenza ajena de ver correr a periodistas estupendos a babosearle al mandamás de turno, de firmar publireportajes a cambio de publicidad institucional o de pasar de un gabinete gubernamental directo a una redacción que se nutre de la publicidad de la institución que acaba de abandonar.
Recuerdo también el silencio en la profesión cuando a una mujer que había sido desahuciada le arrancaron de sus manos un papel en un programa matinal de Canal Sur en el que pedía que no se le cortara el agua a las personas sin recursos. Recuerdo también los ocho millones de euros que la Junta de Andalucía regaló al mayor grupo de comunicación privado andaluz a cambio de tratar a Susana Díaz con guante de seda.
Memorable son también las loas que se dedicaron a Susana Díaz en la batalla contra Pedro Sánchez o aquel día en el que IU fue expulsada del Gobierno andaluz, tras realojar a 130 familias desahuciadas de la Corrala Utopía con un mandato de los tribunales, y en los medios de comunicación públicos y privados andaluces se comunicó al dedillo el argumentario transmitido en primera persona por el Gobierno de Susana Díaz, cuyo Ejecutivo levantó los teléfonos para poner orden en las redacciones y vetar la aparición de Elena Cortés, la consejera de Vivienda que era de IU.
Conozco también cómo el ya extinto decano de la prensa andaluza, ‘El Correo de Andalucía’, fue usado y comprado por un gran empresario de la construcción, Alfonso Gallardo, que lo usó para ganarse los favores del poder político y defender una refinería contaminante que atravesaría con tubos desde el Puerto de Huelva hasta la comarca extremeña de Villafranca de los Barros.
Este empresario, en connivencia con los Gobiernos extremeño y andaluz de Rodríguez Ibarra y Manuel Chaves, donde tenía a un sobrino carnal al frente del PSOE de Badajoz y a la mujer de éste como delegada del Gobierno de España en Extremadura, fue el que asestó el principal golpe que ha acabado con la vida de un periódico con más de 100 años y con 50 personas en la calle. El director de este periódico durante esta etapa negra, Juan Carlos Blanco, años más tarde pasó a ser portavoz del Gobierno de la Junta de Andalucía con Susana Díaz de presidenta.
En quinto de Periodismo hay una asignatura, llamada Estructura de los Medios de Comunicación que es anual y una de las más complejas de toda la carrera, donde se estudia las vinculaciones directas entre el poder político, empresarial y los medios de comunicación. En el sistema capitalista no hay medios de comunicación libres porque la libertad de lo que se publica es la del dueño del medio que, actualmente y sin excepción, son los bancos, las energías eléctricas y fondos de inversión que tienen en las radios, televisiones y periódicos sus nuevos ejércitos con los que derriban gobiernos desobedientes y atemorizan a la oblación para que voten a favor de los intereses de quienes ostentan el poder económico.
Sin embargo, hay un ejército de periodistas estupendos, que en el fondo dan mucha pena, que sólo defienden la libertad de prensa cuando quien cuestiona la propiedad de los medios es Pablo Iglesias, que tiene votos pero no tiene poder. Les sale el azote corporativista y ridículo como si ellos, que en el mejor de los casos ganan 2.000 euros y a veces menos de 1.000, fueran a heredar el emporio de la comunicación donde trabajan a la espera del próximo ERE.
La compañera que aquella tarde andaba indignada, por la denuncia de Teresa Rodríguez a la censura sufrida, nunca jamás ha salido a defender el pluralismo informativo en una empresa como Canal Sur donde la información de partido se ha confundido en demasiadas ocasiones con información libre y veraz y en la que el PSOE tenía línea directa con los editores para vetar, acortar o eliminar a última hora una pieza o dirigir los enfoques.
Si hay manipulación en Canal Sur, que es un medio público, imagina en un medio privado, donde, por ejemplo, El Corte Inglés nunca aparece con noticias negativas porque compra el mercado publicitario del que se nutre la prensa escrita y digital. Los periodistas estupendos son muy valientes para defenderse de gente sin poder, como es el caso de Podemos, pero jamás los oirás señalar con el dedo a La Caixa, Banco Sabadell, Banco Santander, Endesa, Ferrovial o tantas y tantas empresas que participan en el negocio del control de la opinión pública.
No hay mayor defensa de la libertad de prensa y del derecho a la información que señalar que los medios de comunicación en España tienen intereses espurios que no son la información y que su principal objetivo es la venta de miedo, emociones primarias y una agenda política de acuerdo a los intereses de sus dueños. Si queremos ser un país democrático tenemos que plantearnos la desconcentración de la propiedad de los medios de comunicación españoles, donde dos emporios controlan casi el total de los canales, periódicos y televisiones por donde se informa la ciudadanía.
Y a eso lo llaman pluralismo informativo, aunque la línea editorial sea idéntica en todos los medios. No es Pablo Iglesias quien ataca a la prensa por cuestionar las vinculaciones políticas, empresariales y económicas, sino esos periodistas estupendos que en privado admiten que en España los periodistas no somos libres pero que en cuanto tienen oportunidad en público salen a defender a unas empresas que han convertido la información en un fango y que no tardarán mucho en meterlos en un ERE cuando el próximo banco que compre acciones diga que necesita reducir costes.
Pablo Iglesias tiene razón. Los medios de comunicación en España no son libres, porque funcionan al dictado de sus dueños. Esta realidad hace unos años podríamos haberla obviado y hasta haber confundido a la gente, pero, con el perdón de Ana Pastor, en este país en los últimos años hemos visto con nuestros ojos operaciones de quitar y poner gobiernos, hormonar partidos para frenar la indignación, diabolizar a un partido como Podemos que señala con el dedo los privilegios de los poderosos y de derribar a Pedro Sánchez para que siguiera gobernando el partido más corrupto de Europa con el apoyo de los diputados socialistas comandados por Susana Díaz. Mire usted, Ana Pastor, un poquito de por favor.