Cuando murió el joven marbellí Pablo Ráez, escribí un artículo para denunciar que los enfermos de cáncer no son atletas ni gladiadores y que no, que Pablo Ráez no era un perdedor de esa lucha, que quien pierde, cada vez que un paciente oncológico no supera la enfermedad, es la sociedad en su conjunto, los sistemas sanitarios y las políticas de investigación médica que no han hecho nada más que retroceder en inversión desde que en 2008 comenzara la crisis-estafa que ha servido para empobrecer a la gente sencilla, que haya crecido el número de ricos y rescatar a los bancos con 60.000 millones de euros.
Aquel artículo tuvo 900.000 visitas y recibí insultos y maleficios desde todas las partes del mundo en todos sus formatos. De los más amables, que me entrara un cáncer terminal y me muriera lo antes posible. Hace poco escribí otro artículo criticando la falsa filantropía de Amancio Ortega, quien debería pagar impuestos en lugar de dar limosnas. El negocio del magnate, que paga 20 euros al mes a niñas esclavas indias, es redondo: no paga los impuestos que debería, se lleva la producción fuera de España para aumentar los beneficios en lugar de dar trabajo en su país, compra los aparatos que le da la gana con el dinero que le sobra y encima elige qué aparatos se necesitan en la sanidad pública, actuando de ministro de Sanidad sin que nadie lo haya votado.
Acabo de ver la entrevista que Pablo Motos le ha hecho a Pablo Iglesias en 'El Hormiguero', en la que el presentador ha preguntado al político si tiene a algún familiar con cáncer. Hubiera estado bien que Pablo Iglesias le hubiese preguntado a Pablo Motos si le gustaría que su hija fuera una niña esclavizada en India o Bangladesh en algunos de los talleres de costura de Amancio Ortega que son museos del horror.
Si Pablo Iglesias no hubiese dicho que su padre tiene cáncer y que su suegro murió de la misma enfermedad, el presentador habría usado ese requiebro para culparlo de poco empático y de rechazar la limosna del evasor fiscal Amancio Ortega y acusarlo de ser una mala persona que quiere que los enfermos de cáncer se mueran por no aceptar las donaciones del evasor fiscal Amancio Ortega.
Con el cáncer se ha entrado en una batalla en la que si te opones a los festivales paulocoelhistas, que convierten a los enfermos en emprendedores de su propia curación, automáticamente te sitúan en el lado de la falta de sensibilidad, cuando es justamente lo contrario. El neoliberalismo es tan voraz que incluso despreciando la curación de los enfermos, convirtiendo en espectáculo infame las carreras contra el cáncer donde quienes ganan son los patrocinadores y recortando en sanidad pública e investigación, es capaz de hacer cuqui toda la maldad que encierra el requiebro de Pablo Motos, al que la respuesta de Iglesias lo ha dejado sin habla para siete meses.
Convertir a Amancio Ortega en limosnero del cáncer no tiene otro objetivo que convertir nuestra sanidad pública en lo que son las de países como Estados Unidos o Chile, donde si tienes dinero, o capacidad para que tu familia pida un préstamo, te podrás curar; pero si eres pobre, te morirás como un perro, solo, culpado encima de ser un perdedor del sistema y de no haber luchado con una sonrisa.
Detrás de toda esta campaña de sonrisas, optimismo, frases de azucarillo, donaciones y carreras, donde el cáncer se convierte en un nuevo objeto de consumo susceptible de ser banalizado en Instagram, lo que hay es la legitimación de la privatización del sistema público de salud, de que los pobres sólo nos podremos curar de una enfermedad si viene un rico infame que no paga impuestos a darnos su limosnita, para que así podamos abonar el coste de la sanidad privada y, de paso, estarle toda la vida haciendo reverencias de agradecimiento.
Esta moda filantrópica no es nueva. Hasta no hace mucho había hijos de criadas que estudiaban gracias a la generosidad del señorito de la casa donde servía su madre. Sólo estudiaba el niño que el señorito quería y, a cambio, la madre tenía que estarle agradecida toda la vida después de que había estado explotada y cobrando sueldos de miseria que no le daban para pagar los estudios a su hijo. Lo que nos ha cambiado la vida a los hijos de las criadas es poder acceder a becas del Estado, no depender de la limosna del verdugo que ha explotado a nuestras madres.
Detrás de toda esta mierda de convertir el cáncer en un espectáculo, a los enfermos en emprendedores y en portavoces de los privilegios de unos pocos a personajes tan cuestionables como Pablo Motos, quien pretendía freír a Pablo Iglesias si no hubiese sido porque lo dejó sin palabras, lo que hay es el intento de convertir la maldad, el individualismo, el sálvese quien pueda y el desguace de los sistemas públicos de investigación médica y sanitarios en una ideología emocional llena de cuquismo para anular la capacidad crítica de las víctimas.
Quienes hablan del cáncer como si fuera una lucha de gladiadores o un deporte olímpico, todo acompañado con una sonrisa en Instagram, son el cáncer de la curación del cáncer. Pablo Motos no es un presentador, es un líder ideológico que representa a esta corriente infame que legitima con sus discursos sistemas tan inhumanos como el chileno o el estadounidense, donde sólo se pueden tratar el cáncer quienes lo puedan pagar o se arrodillen delante de un multimillonario.