Hace unos meses, durante el primer confinamiento, cuando creíamos que la expansión del Covid-19 y sus consecuencias iban a ser algo pasajero, escribí sobre los terribles efectos que estaba ya teniendo en muchos países. Ahora, bastantes meses después, cuando estamos viendo que el virus ha venido para quedarse y que la pandemia, a pesar de la investigación científica que está produciendo y los esfuerzos por erradicarla, sigue matando y creciendo exponencialmente, quiero destacar otros problemas que ya venían de antes, pero que ahora se han agravado, y algunos nuevos surgidos a raíz de la que podemos llamar distópica situación actual.
Lo más tremendo me parece la última cifra sobre el índice de paro juvenil en España: un 45%, el más alto de toda Europa. Esta cifra esconde dramas personales: una juventud sin futuro, que tiene que emigrar al extranjero para encontrar un trabajo, no puede emanciparse de los padres, o se ve obligada a aceptar contratos de un día, una semana, un mes, sueldos de miseria, o apuntarse a las colas del hambre. Peor todavía si el joven en cuestión es un inmigrante. Entonces la explotación ya es de vergüenza: realmente se trata de esclavos, no de trabajadores. Y aún peor si son jóvenes que acaban de cumplir la mayoría de edad y tienen que salir de los centros de menores donde estaban acogidos: entre ellos el paro es de un 81% y el 84% no recibe ninguna prestación social.
Muchos han sido expulsados de sus puestos, ya de por sí precarios, en particular en el sector de la hostelería, puesto que sobre todo Andalucía, Canarias y Baleares dependen casi exclusivamente del turismo, que se ha venido abajo con las restricciones, Sí, ha habido ERTE, pero por poco tiempo, escasos y con importantes demoras. ¿Dónde queda la promesa de “no dejar a nadie atrás”? La aprobación del ingreso mínimo vital ha sido un hito importante, pero sólo puede solicitarse a partir de los 23 años y tiene otras limitaciones. No se contempla por ejemplo a la población gitana, que suele emparejarse y formar una familia a edades muy tempranas.
Y ahora que falta personal en los hospitales y centros de atención primaria para poner las vacunas, administradas con una inquietante lentitud debido a los recortes que viene padeciendo desde hace décadas la sanidad pública, ¿por qué no se contratan más enfermeras en algunas comunidades para no colapsar el sistema? Según ciertas fuentes, España necesitaría al menos 15.000 enfermeras más, e incluso, según otras, 30.000. Es un déficit que viene de antes; los sanitarios renuncian a los contratos por las condiciones temporales e inaceptables de los mismos, y prefieren prestar sus servicios en Londres, París o Lisboa. pese a que han sido el estado español o sus propias familias las que han pagado por su alta cualificación, por cierto, bastante más apreciada en otros lares que en su propia tierra.
Se ha hablado de la posibilidad o conveniencia de mantener las bases de Rota y Morón, y se ha argumentado que da trabajo a muchas personas en estas poblaciones, en particular en Rota. Se ignora que la mayoría son empleos mal pagados que han generado ya muchas protestas, y se ignora que la mejor solución para paliar el desempleo en Andalucía no pasa por mantener las bases militares norteamericanas, que datan de época franquista y por la que transitan o han transitado submarinos nucleares o bombarderos hacia Iraq o Afganistán poniéndonos de paso, como ocurre también con Gibraltar, en el punto de mira de los enemigos de EEUU o Gran Bretaña. ¿Tendríamos que admitir, según esto, que no se debe perseguir el narcotráfico en La Línea, Sanlúcar o Barbate porque da trabajo a una gran parte de los jóvenes de estas poblaciones tan castigadas por el paro ?
La solución debe ser de otro tipo: se necesita inversión a través de políticas activas de empleo, más industria, más diversificación en la oferta, menos impuestos a los jóvenes emprendedores. Sabemos que la pandemia ha paralizado o ralentizado los planes y plazos previstos en una legislatura que se supone progresista, pero urge la derogación parcial o total de la reforma laboral del señor Rajoy. urge la reforma de las plataformas digitales con la regulación de los denominados riders y la de los precios de los alquileres, urge el mantenimiento del poder adquisitivo de los pensionistas, que somos los que estamos sosteniendo a nuestros hijos y nietos en esta terrible crisis. ¿Qué será de ellos cuando no estén los abuelos? ¿Qué será de los que no tienen padres o abuelos?¿Tendrán trabajo las generaciones que vienen detrás? ¿Tendrán pensiones?
En España no hay apenas políticas públicas de juventud, ni viviendas sociales asequibles o préstamos para pagar los estudios -nuestras tasas universitarias son altísimas-, ayudas que sí existen en cambio en otros países europeos. Hemos visto también cómo muchas grandes empresas e incluso supermercados se han aprovechado del virus para incrementar tarifas o precios. Es sangrante la subida del precio de la electricidad en plena ý rabiosa ola de frío, que ha evidenciado una vez más la realidad del cambio climático, y son sangrantes los abusos de la Banca, que ha cerrado cientos de sucursales, despedido empleados, y que trata al que se acerca a una caja de ahorros, no como un cliente, sino como un pedigüeño, con todos mis respetos para los pedigüeños. El Gobierno debe parar esta especulación salvaje.
Consecuencia evidente de la pandemia es el aumento del trabajo y las soluciones telemáticas para todo. Está bien, por un lado, porque tiene sus ventajas, -aunque han abundado los intentos de estafa y pishing a través de Internet-, pero creo que no se puede prescindir totalmente de lo presencial, primero porque se trataría de otra forma más de eliminar empleos, segundo porque debido a la brecha digital muchas personas mayores no se manejan bien con las nuevas tecnologías, y tercero porque aumenta el aislamiento tanto de los trabajadores como de los usuarios.
Hablando de aislamiento, es un hecho que han aumentado los trastornos mentales y la depresión en niños y jóvenes, pero también en adultos, aunque prácticamente no se hable de ello. Y es que el ser humano, como decía Aristóteles, es un “animal político”, que en su época quería decir un “animal social”, y necesitamos el contacto con el otro. Además de las relaciones sociales, nos es imprescindible la cultura, todo eso que nos enriquece como seres humanos. Hay que repensar la educación, la economía, la sociedad, el respeto al medio ambiente. Quizás estemos ante una oportunidad de oro para hacerlo.
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