Quejarse es deporte nacional. En el ámbito amateur, tenemos aquellos que nos quejamos por todo y aquellos que nos quejamos por nada. Pero como en todo deporte, existen los profesionales de la queja. Aquellos que convierten su descontento en grito desaforado.
En los últimos meses, y acrecentado las últimas semanas, nos ha tocado vislumbrar cómo determinados sectores de nuestra economía se quejan porque no encuentran profesionales. Qué va, que no. Que en el contexto económico en el que nos encontramos, donde hasta el Titanic del dos con queso ha subido de precio, la gente no quiere trabajar por dos duros.
Señoras y señores: faltan camareros. Y es verdad. Voy a un bar y siento que tardan en atenderme, porque faltan camareros. Veo a los camareros que trabajan en ese restaurante y siento que están desbordados. Día fuerte de un local y veo a tres trabajadores dentro. ¿Por qué no hay camareros?
Quiero decir, ¿quién no querría un trabajo con tanta estacionalidad en nuestra provincia? ¿Quién no querría trabajar poniendo copas para, en algunas ocasiones, aguantar las barbaridades de algunos clientes? ¿Quién no querría trabajar llevando bandejas para, en algunas ocasiones, aguantar las barbaridades de algunos empleadores? ¿Quién no querría trabajar llevando platos para, en algunas ocasiones, aguantar las barbaridades de algunos encargados?
Todo el mundo conoce a alguien que ha trabajado en hostelería y se le ha pagado menos de lo que le corresponde. Les faltan horas cotizadas. Les pagan parte en A y parte en B. Les hacen sufrir jornadas maratonianas. Trabajan cuando tú descansas. Descansan cuando tú trabajas, y para ellos no hay planes.
Probablemente la pandemia ha provocado un éxodo de estos profesionales. Profesionales como la copa de un pino, que aguantan lo que no está escrito, para que el resto podamos disfrutar. Profesionales a los que les debemos muchísimo y a los que se maltrata por sistema. Cualquiera cree que puede servir una copa o llevar un plato: nada más lejos de la realidad.
Si quieren camareros, la cuestión es muy sencilla: mejoren sus condiciones. Ofrezcan mejores horarios y mejores salarios. ¿Que no puedes abonar 7,66€ la hora? El problema no es del camarero, definitivamente. Qué sorpresa que la subida de la luz o los alimentos nos ha sido repercutida a los clientes sin problema, pero que las condiciones no pueden mejorar porque “es insostenible”.
No sorprende que haya bares y grupos hosteleros que siempre tengan currículums pendientes y nunca se hayan quejado de “la falta de profesionales”. Aquellos que hacen las cosas bien. Vas a sus locales y no hay quejas. Sus trabajadores están encantados. Y sus clientes lo estamos. Y justo eso es imprescindible: que los clientes sigamos consumiendo en los negocios cuyos trabajadores están asegurados y tienen buenas condiciones. Y no en aquellos sitios en los que los contratos de los trabajadores son papeles mojados.
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