Recuerdo que una tía abuela mía vivía en lo que mi madre llamaba un “partidito”. Los patios de vecino en Andalucía estaban cortadas a pedacitos, unos más grandes y otros más chicos, unos con sala y alcoba, otros como simple habitación y otros con varios cuartos y hasta cuarto de baño y cocina de uso exclusivo de la familia inquilina. Un patio común, donde todo el mundo tendía sus trapos (más o menos sucios) y alrededor muchos partiditos. La convivencia era estrecha pero no siempre bien avenida. Siempre me acuerdo de ello cuando me hablan de un partido político, pues, como los partiditos, son auténticos patios de vecinos, unos de buen tamaño y otros minúsculos, pero, al fin y al cabo, descuartizando el inmueble a pedazos.
Pareciera que un partido no puede identificar a toda la sociedad, un pueblo con una ideología general o una opción unánime que busque el bien común. Cuando se llama así, debe ser porque un partido es una parte de la sociedad, no la totalidad. También se les llama “agrupación” pero igualmente conlleva una connotación exclusiva, pues si tienes que definir quién la integra es porque necesariamente dejas fuera a otras personas que no están agrupadas. Me gusta mucho la denominación 'movimiento' pues supone dinamismo, avance, progreso, aunque la verdad es que se ha abusado tanto del término, por el lado derecho (no queremos recordar lo del Movimiento Nacional), por el lado izquierdo (lo del Movimiento Sumar que no se sabe muy bien qué es, si partido o reunión mesiánica) o por ambos (el Movimiento Nacionalista Revolucionario en Bolivia en unas épocas era de izquierda y en otras de derecha). 'Plataforma' es otro vocablo interesante, pues se imagina horizontal, plana, elevándose hacia el objetivo común, pero siempre, como si de una bandeja se tratara, como una suma de objetos, que no se unen, no se integran, no se funden en unidad. Hay muchas, muchísimas, demasiadas denominaciones para lo mismo, ya sea 'confluencia', 'marea', 'grupo', 'frente', 'alianza', 'junta' o 'xunta', no sé qué 'en común', 'unión', 'unidad' o 'unidas' no sé quiénes (interesante que se llamen así), pero lo cierto es que la oferta electoral obligatoriamente debe estar tasada según la ley de partidos, se llamen como se llamen. Es el propio sistema el que parte a la sociedad en trozos para ofrecer un programa (una lista con unas cuantas frases, en el caso de VOX, o un catálogo tipo comercial, en el caso del primer Podemos). Qué desgracia, son los partidos.
He tenido que trabajar cerca de políticas y políticos en muchas ocasiones, de uno y otro signo, en España, del PSOE, del PP, de IU, y de Bolivia, del MAS, de los Verdes,...y en todos encontré un rasgo común: el partido estaba partido. En ocasiones, el partido es un instrumento de partes que firman un pacto, como el Pacto de Unidad que agregaba en el país andino a varias organizaciones sociales. En otras, el partido es una alianza de otros partidos, subpartidos, partiditos o no sé cómo llamarlos, como el caso del PP de sus primeros pasos, con Alianza Popular, PDP, UL,...ya ni me acuerdo. Pero siempre, en todos ellos, hay familias políticas, grupos o grupitos que se unen en pro de un objetivo corporativo, no tanto político, pues las diferencias de ideas y propuestas son minúsculas o inexistentes. Recuerdo cuando se hablaba en el PSOE de los guerristas y los felipistas, en Sevilla de los de Monteseirín y de los de Carmelo Gómez, en el PCE de los carrillistas y los iglesistas, en el PP de los casadistas y los ayusistas, en Podemos de los pablistas y los errejonistas. Las discusiones se centran en las personas destacadas de cada facción y cada familia se afana en colocar a los suyos en los mejores lugares, para controlar el partido (partido), aunque sea minoritario o, ni tan siquiera, toque poder. Otra desgracia.
Y lo peor no es sólo que el todo (que no es todo, sino parte) esté compuesto de partes (que son partes de una parte), pues la diversidad es positiva y enriquecedora, sino que se pelean, luchan por prestigio, por interpretación de la historia, por el imaginario construido, por liderazgos o por un detalle u otro. Y surgen las tácticas para ganar la partida (otro término interesante), haciendo amagos de presentar una propuesta para retirarla en el último momento para agrupar el voto, apuntando a una persona para quemarla y después aupar a otra, acortando los plazos para evitar la reacción de la familia opuesta. Puro tacticismo, siempre con apariencia de democracia y con la lectura apropiada de las normativas internas. Así, parte de la militancia se va cansando y se pierden fuerzas y capacidades, quedando el círculo de control aún más restringido. En ocasiones, tanto se tensa la cuerda que, finalmente, se provoca un cisma por los mismos minúsculos motivos, como inicio de una lucha fratricida. Son los partidos dentro de los partidos. Más desgracia aún.
La política de mesa de camilla abunda, la de esos compañeros y compañeras que saben bien lo que el partido debe hacer, cómo organizarse, con quién aliarse y hacia dónde ir, mucho mejor que los demás, muy por encima del vulgo, de la mayoría. Una vanguardia se constituye como la defensora de la verdad y de los dogmas, limita la participación asamblearia y frena todo intento de crítica, se limitan los instrumentos de comunicación, se llama la atención por privado para que no cunda el cuestionamiento y (con toda ironía) trabajan incansablemente para que todo vaya bien, mejor que nadie. Estos grupúsculos potencian hiperliderazgos y mucho sectarismo. Lo que iba a ser un órgano de colaboración, de trabajo, de potenciación del equipo, se convierte en una dirección, como si de una empresa (con ánimo de lucro) o un ejército (con ánimo destructivo) se tratara. Verticalismo en estado puro, con instrumentos democráticos de cara a la galería (primarias precocinadas, refrendos de una única lista, consultas electrónicas amañadas) y artificios contra la participación real a lo interno. Una desgracia más.
Y, aunque la lista descriptiva pudiera ser mucho más extensa, por último, los partiditos tratan de fijar su territorio (por ejemplo, la afiliación de una provincia o unos municipios), su especialidad (quizás lo comunicativo, elaborar las listas, las redes sociales, la portavocía o simplemente tomar las decisiones) y su espacio (puede ser la calle, el mitin, el lugar en el cartel), generando una capa impermeable a las alternativas. Se prima la experiencia pasada, se recuerdan las decepciones históricas y se apela a lo vivido como justificación de una posición monolítica. En muchas ocasiones, avalada por una votación o referéndum que, con artimañas, ha inclinado la balanza hacia una familia u otra. Se arrincona al sector crítico, se le denigra, margina, discrimina, aísla. No se aprende nada de lo que dice, no se aceptan reclamos ni propuestas. De esa forma, se prima la continuidad, el conservadurismo dentro del partido que, aunque tenga un programa y una imagen de progreso, se afana en mantener lo que tiene, aunque lo que tenga sean migajas de electorado o un apoyo social muy limitado.
Pero no desfallezcamos, no hay lugar para el desánimo, porque nada de lo apuntado es inevitable. Hay alternativas, aunque sean difícil encontrarlas en la historia de los partidos políticos. Debemos mantener a flote la utopía organizativa. Es posible un sistema asambleario, inclusivo, abierto a la crítica, dinámico en la asunción de responsabilidades internas, de comunicación abierta y continua, de transparencia y desinterés particular. Vamos a por ello, ¿te apuntas?
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