El 15M, en una plaza andaluza. FOTO: CRISTÓBAL
El 15M, en una plaza andaluza. FOTO: CRISTÓBAL

No me gusta hablar sin pensar; tampoco soy de las que les gusta la inmediatez y odio las reflexiones sesudas de un día para otro. Soy más de intentar que las ideas se vayan fraguando a fuego lento, sin prisas. Sin embargo, en ocasiones la urgencia y la inmediatez de los tiempos que corren nos empujan, inevitablemente, a barbotar argumentos y justificaciones sin antes habernos parado a reflexionar.

En la noche del 10 de noviembre, con los resultados aún en caliente, eran muchos los que se aventuraban a lanzar sus análisis y escudriñar cada fleco que provocaba ese desenlace. En la noche del 10 de noviembre, aún sin todas las pruebas sobre la mesa, ya había culpables. Pero yo sigo creyendo en la presunción de inocencia, en el derecho a una defensa y sobre todo en la reinserción de quienes cometen, o cometemos, errores.

Vivimos tiempos en donde las urgencias políticas parece que te empujan continuamente hacia rutas insospechadas. La falta de acuerdos y una nueva cita electoral que nunca debería de haber ocurrido por lo arriesgado que era poner, de nuevo, al pueblo español cara a cara con los monstruos, hace que todo, de nuevo, vuelva a acelerarse. Con monstruos no me refiero solo a una derecha tardofranquista que no para de crecer, sino también a un hastío político y una desgana generalizada que está en alza.

Frente a este contexto donde reina el cansancio y ese sentimiento de que nuestras acciones no servían para  nada, en donde los grandes partidos sólo hablaban entre ellos para lanzarse insultos el uno al otro y buscar el “zasca” que se hiciese más viral, Más País decide lanzarse a la piscina sin saber si realmente tenía agua. Fue una decisión arriesgada por la rapidez del momento y la necesidad de arrear la maquinaria de construcción de un partido, pero también era una decisión valiente. Renunciar a todos los cálculos electoralistas para ser fiel a tus principios es de los valores con más mérito en política y tan solo así, siendo fieles a los principios, se puede seguir hacia adelante.

Evidentemente hubo desaciertos durante la campaña. Es utópico pensar que en tres meses, aproximadamente, se puedan solventar los obstáculos organizativos, logísticos y políticos que acarrea presentarse como partido nuevo a unas elecciones. Es imposible pero, sin embargo, se da el salto no por intereses partidistas, sino con la férrea convicción de poder ser parte de la solución y ayudar a que los problemas reales de la gente vuelvan a colocarse en el centro del debate político.

Entrar dentro del juego de la premura electoral tiene sus riesgos y se corrieron. Entonaré las veces que haga falta el mea culpa y aceptaré los errores que pueda haber cometido. Pero lo que no me voy es a confinar en una esquina y fustigarme por lo que podría haber sido y no fue. Ahora, más que nunca, es necesario arremangarse y comenzar a trabajar con la cabeza mirando al frente y con paso lento. Es necesario volver a mancharse las manos de barro y esculpir espacios de debate, reflexión y militancia desde donde construir una alternativa más democrática, más popular, más feminista, más federal y de más cuidados.

En los tiempos que corren, en los que parece que vivimos con prisas esperando el qué pasará mañana y cómo afectará a los planes pensados ayer, lo más radical es pisar el freno y pensar en el largo plazo. No es tarea fácil cuando los tentáculos de la inestabilidad agarran todos los ámbitos inimaginables de la vida. Pero es una tarea necesaria para quienes tenemos la fuerte convicción de que para frenar a una derecha cada vez más envalentonada, hace falta un proyecto nacional-popular sólido que hable sin miedo, dignifique a las clases populares y plantee los temas que tradicionalmente la izquierdas ha omitido.

No podemos caer de nuevo en lógicas añejas cuyos resultados cada vez son más débiles. Hay que volver a los barrios, a las plazas, a las aulas, a los parques, al sentir común, al latid de los ciudadanos, a las bases. Es decir, debemos de volver al origen, a la raíz. Es difícil, todos y todas lo sabemos. No somos ingenuos. Pero es una batalla necesaria. Se ha abierto ante nosotros una tierra fértil donde poder cultivar con pausa y siempre sin prisas. El campo tiene sus ritmos e intentar acelerar las cosechas podría hacer que donde ahora hay vida, haya un terreno infecundo. Debemos andar con un ojo mirando al suelo y otro al frente. Sabemos hacia dónde queremos ir y para llegar, y resistir el camino, solo se puede hacer de una manera: paso lento y mirada larga.

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