Este domingo se celebra el Día de Andalucía.
Yo llevaba cuatro años celebrándolo fuera de casa. Movilidad exterior lo han llamado algunos sinvergüenzas. No sabe nadie lo bien que sienta volver y pisar la casa, aunque sólo sea, como es nuestro sino, para sufrir al hombre a cambio de disfrutar la tierra.
Siento un escalofrío cada vez que escucho ese verso de los labios de Rocío Jurado… “¡Andaluces, levantaos! ¡Pedid tierra y libertad!” Habría que arrancarlas sin permiso, a estas alturas, porque no hacen sino robárnoslas de manera descarada. Qué poco escuchamos nuestro propio himno. “Hombres de luz que a los hombres alma de hombres les dimos”. No creo que se refiera a lo simpáticos que somos, sino a la luz que arrojan los hijos de la tierra. Se refiere a la esperanza de que aún sea posible que aquí se desarrolle el genio de gente como Lorca, Picasso, Paco de Lucía… Quizás ahora está más complicado, no porque a uno lo vayan a fusilar por váyase usted a saber qué sinrazón, sino porque nada se premia más que la mediocridad, el servilismo y el silencio del personal.
A mi casa ya le dedicó versos Federico… “Oh, Ciudad de los Gitanos, ¿quién te vio y no te recuerda?”. Cuánta razón. Es una reina gitana que intenta seguir luciendo claveles en el pelo y convertir, como sólo ella sabe, la sangre en vino. Cada vez se lo niegan con menos decoro.
El latido de su corazón era antaño el llanto de una guitarra flamenca. Ahora casi todo es silencio. Es la hija pequeña de la sureña española, la dama vestida de verde y blanco, que lo mismo está en las playas de Cádiz que en los balcones de Triana. Una hermosa madre, que mira por sus hijos, repartidos por Europa, y caza ratones mientras otros degustan faisanes.
Me contaban los ancianos del lugar que Andalucía se ama a sí misma hasta el punto de ser egoísta, pues a sus artistas los arropa, celosa de su maestría. Sí que ha cambiado la historia… Se marchan tantos…, a pesar de que la misma madre les añora y espera derramando lágrimas de amargura.
En el extranjero me vi tan rodeada de españoles, de andaluces, de jerezanos…, que me parecía vivir en un absurdo guiñol. Gente a la que jamás se le habría pasado por la cabeza dejar esta ciudad, ni el país, por supuesto. Algunos que nunca imaginaron que las clases de inglés sirviesen para algo en absoluto. Allí, expuestos, sin red, simplemente porque el dinero destinado a mejorar el sistema y a procurar oportunidades nos lo han robado. Sin pudor. Lo más grotesco es que el sistema va a toda velocidad a procurarle pobreza crónica a la clase obrera, ejerza o no. A partir de este punto, todo es un gran robo: de ilusiones, de años de vida que se convierten en años de supervivencia, de inversiones en todo aquello que estudiaste para ahora trabajar gratis, de tiempo con la familia, de navidades y cumpleaños que vas a ver sólo en fotos…, si es que no te roban el techo y la comida.
Se reduce a que nos roban dinero, pero se traduce en que nos roban la vida.
Esta tierra de caciques estaría mucho más guapa sin tanto maleante con cómplices y acólitos.
Andaluces, rebelaos. Pedid cultura y dignidad.