Pedro Sánchez acaba de anunciar que optará a la secretaría general del PSOE en el próximo congreso federal. Puede que haya gente a la que le sorprenda esta decisión, a mí no. Desde que vi su entrevista con Évole en Salvados tenía el convencimiento de que aquel lamento de animal herido presagiaba batallas futuras, por eso tras anunciarse el acto en Dos Hermanas tuve claro que ese sería el momento en que trasladaría a sus fieles la buena nueva. Lo que sí me ha sorprendido ha sido la figura retórica elegida para justificar su vuelta a los ruedos de la competición orgánica, ha dicho Pedro que ”hay agua en la piscina”. Teniendo en cuenta su historial profético por todos conocidos me invade la duda razonable de que el camino que inicia no termine convirtiéndose una vez más en una profecía fallida para él y para el partido, incluyendo a quienes no le apoyan.
En su intervención ante los congregados en Dos Hermanas resulta difícil encontrar nada nuevo bajo el sol. La misma retórica que nos llevó a dos derrotas electorales consecutivas, los mismos mensajes pretendidamente izquierdistas con los que quiso llenar el vacío de esas derrotas, la misma visión ilusa que nos llevó a vagar como el judío errante por el desierto del desencanto de nuestros votantes. El caudillismo del mesías resucitado, con la apelación permanente al papel determinante y absoluto de la militancia convertida en su particular monopolio, vuelve a poner de manifiesto un juego truculento con el que dejar en la cuneta al resto de posibles candidatos, apoderándose de procedimientos de participación que ya se establecieron por quienes le precedieron en el cargo y en especial por Alfredo Pérez Rubalcaba como fue la celebración de primarias y la elección del secretario general por la militancia. De ahí que resulte en este punto incomprensible el adanismo argumental del candidato Sánchez.
Dicho esto, todo el respeto para su decisión y para los militantes que siguen creyendo en ese proyecto orgánico que la sociedad española ha rechazado cada vez que ha tenido la oportunidad de contrastarlo en las urnas, porque sarna con gusto no pica. Mientras esto ocurría asistía yo a la segunda jornada de los actos conmemorativos del 130 aniversario de la creación de la agrupación socialista de Alcalá de los Gazules con la intervención de Elena Valenciano y Susana Díaz. No pude asistir en el día de ayer a la primera de las sesiones con la intervención de Alfredo Pérez Rubalcaba del que siempre se aprende algo y bien que lo lamento pero la obligación siempre ha estado para mí por delante de la devoción.
En la intervención de Elena, además de un lúcido análisis del papel hegemónico que pretenden jugar los dos gigantes frente a la Unión Europea y de la estrategia que esta debe jugar para no sucumbir, encontré una reivindicación de su condición de socialista clásica sobre la que no dio explicaciones por innecesarias en el contexto que vive el partido, al tiempo que un llamamiento a la unidad de los socialistas como instrumento necesario para recuperar un papel preponderante en España y en Europa. Y es que la sensatez es el primer requisito para alcanzar la condición de “socialista clásico” que encuentra en Alcalá su máxima expresión si tenemos en cuenta que de allí surgieron figuras del socialismo tan importantes como el malogrado Alfonso Perales, Luis Pizarro o José Luis Blanco y en épocas más recientes Bibiana Aido.
Y Susana no hizo anuncios mesiánicos, vino a lo que vino, a participar en el homenaje a aquellos pioneros del socialismo rural en Andalucía y en España, a reivindicar la importancia de muchos de los militantes de esta agrupación en la historia más recientes del socialismo y a hablar de lo que ella hace y le importa, gobernar Andalucía de una manera bien distinta a como la derecha gobierna España. No era el momento ni el lugar para tirarse a ninguna piscina orgánica, porque las piscinas como las bicicletas siempre son para el verano.