Pedroche y las reinas

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Menudo empacho de polémicas navideñas. Navidad todavía es para muchos sinónimo de tradición y quien saque los pies de ahí se arriesga a recibir infinidad de críticas

Menudo empacho de polémicas navideñas. Navidad todavía es para muchos sinónimo de tradición y quien saque los pies de ahí se arriesga a recibir infinidad de críticas. Ni Papá Noel. Ni Melchor, Gaspar y Baltasar. Ni la capa de Ramón García. Ni el cuñado pesado que se sienta a la mesa. Ni las uvas, el turrón y el roscón. Todo eso pasa ya desapercibido. Cristina Pedroche y las cabalgatas se han llevado un año más el protagonismo de las fiestas. La primera por hacer apología del feminismo a través de su vestuario. Las segundas, además de por salir un día antes del indicado por las previsiones de lluvia, porque en algunos lugares se han convertido en un medio para reivindicar la igualdad de algunos colectivos. 

En cuanto a lo de Cristina Pedroche lo primero que hay que entender es que hoy en día las Campanadas se han transformado en un espectáculo. Gracias al vestido que lució hace cuatro años la presentadora se ha convertido en todo un reclamo para su cadena y eso queda reflejado en los datos de audiencia. Recibe multitud de comentarios negativos por enseñar parte de su cuerpo a través de las trasparencias. Que esto tiene mucho de marketing es indudable. Pero también es innegable que Cristina es un ejemplo de que la mujer se puede vestir como le dé la gana y todos deberíamos tomárnoslo como algo positivo. Aprovechar una de las emisiones más vistas para reivindicar que por llevar un mono de bordados y transparencias no se convierte en una mujer objeto es de agradecer. Si a ella le gusta, que se lo ponga. Si a otra le gusta más el abrigo rojo que la presentadora lució durante los primeros minutos en el balcón de la Puerta del Sol con el que aparecía más tapada, que se lo ponga también. Y que nadie juzgue por ello su valía como mujer. Otro asunto es si nos gusta más o menos el modelito, pero de ahí a tacharla de machista hay una gran diferencia. El problema lo tienen los que piensan así, no ella. Y seguro que si el mono en cuestión se lo ponen Madonna, Beyoncé o Mariah Carey para una de sus actuaciones algunos cambiarían de opinión y les parecería fabuloso.

Menudo empacho de polémicas navideñas. Navidad todavía es para muchos sinónimo de tradición y quien saque los pies de ahí se arriesga a recibir infinidad de críticas

En cuanto a las cabalgatas este año el centro de atención ha sido una de las carrozas de Vallecas en las que las protagonistas eran las drag queens. El grito en el cielo pusieron algunos al enterarse. Hay quien incluso pidió medidas cautelares a un juez para que la prohibiese. ¿Qué tiene esto de malo? Malo es que utilicen animales en el desfile para llamar la atención de los asistentes mientras los animales sufren. Pero claro, resulta mucho más tierno para los pequeños y entonces no recibe tantas críticas. Luego pretendemos que los niños se tomen en serio el cuidado de sus mascotas. Lo de escoger a representantes de Baltasar con piel blanca y pintarlos de negro en lugar de contar con personas que tengan ese color de piel también tiene sentido para muchos. Y esto es, cuanto menos, racista. Lo de que Bob Esponja vaya camino de Belén junto a los Reyes Magos también les parece a algunos muy normal. Todo esto está permitido pero lo de que unas drag queens participen en el desfile querían prohibirlo. Es un sinsentido. De hecho debería ser más complicado explicarle a un niño por qué un negro va pintado porque en realidad es blanco, por qué adiestran a los animales para formar parte de una cabalgata o por qué Bob Esponja y Los Minions aparecen en el desfile.  

Que la Navidad se haya convertido en sinónimo de reivindicación es positivo. La sociedad avanza y hay tradiciones que deben hacerlo con ella. Es innegable que la Navidad se trata de una fiesta religiosa pero desde hace años se ha perdido gran parte de ese sentido porque todos lo hemos permitido, los religiosos y no religiosos. Ahora hay que lograr que con el paso de los años a los niños no les llame la atención que una mujer vista como quiera y que no identifiquen según qué vestuario con una mujer objeto. Hay que conseguir que les resulte normal que haya reyes y reinas y que sea cual sea la orientación sexual, el color de piel o las creencias todo el mundo tiene derecho a formar parte de una cabalgata. Lo importante es que los niños disfruten. Cuando ven los desfiles no le dan importancia a ninguno de estos aspectos y al final somos los adultos, incluidos los políticos, los que creamos polémica de temas de los que deberíamos sentirnos orgullosos porque suponen evolución y respeto.

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