Celebramos el Día Mundial de la Educación Ambiental con la atención en las playas gallegas, y creo que la catástrofe de los pellets es la mejor forma para entender por qué cada vez son más necesarios los educadores ambientales, como dice la Jenni de Carabanchel, en el puto mundo. Deberíamos aprender del legado de la futbolista, el efecto Hermoso, para derribar muros.
No me alegro del vertido, pero soy de los que piensa, basándome en la EA, que estas catástrofes sirven para abrirnos los ojos, individual y colectivamente; analizar la realidad en la que vivimos; y son, parafraseando a Albert Einstein, la oportunidad ante la crisis para buscar soluciones, herramientas, valores, habilidades, conocimientos y experiencias que nos capaciten para organizarnos de forma diferente y poder cambiar el mundo. Nuestro modelo solo se sostiene con la variable económica, pero todas las demás, ambientales, sociales, éticas, morales, jurídicas y de Derechos Humanos, se ignoran o pisotean.
Desde el punto de vista neoliberal, capitalista, que gobierna el mundo sin alma ni corazón, y que ha celebrado su fiesta de pijamas en Davos estos días con el lema Reconstruyendo la confianza, (supongo que la nuestra, la de los esclavos que llenan sus bolsillos), se explica rápidamente.
Si quieres tener baratos, a buen precio, ruedas para el coche, film para los aguacates peruanos, o un masajeador eléctrico de manos, que se caigan 1300 contenedores al año al mar; o se hunda un petrolero provocando una marea negra; o se viertan 26 toneladas de plásticos en unos minutos, que entrarán en la cadena trófica, alterarán los ecosistemas y afectarán a la salud humana; o que niños fabriquen nuestros modelitos en condiciones infrahumanas en países tercermundistas a los que se les roba la dignidad, sus derechos, las materias primas y se les entierra en residuos; o que no sepamos qué hacer con los migrantes que huyen del cambio climático, de las guerras provocadas por el hambre y la sed; o se bombardee a los hutíes para defender los barcos comerciales que navegan por el Mar Rojo, mientras se permite el genocidio en Palestina, son daños colaterales, una nimiedad, accidentes sin importancia. Se pagan las facturas, se añaden unas propinas en campañas publicitarias aderezadas de estudios científicos sesgados, pones cara de circunstancias, se organizan paripés de cumbres y juicios internacionales, y a otra cosa mariposa.
Luego, en el primer mundo, ocupamos nuestro tiempo poniendo de manifiesto nuestra incultura, soberbia e hipocresía, y discutiendo cuándo se avisó a la Xunta, de maniobras electorales, si las basuras son el origen o la consecuencia, si nos comemos el plástico equivalente a una tarjeta de crédito a la semana, si son tóxicos los pellets, quién debe retirarlos, si merece la pena hacerlo, dónde se llevan a reciclar, si no le hicieron caso al vecino que llamó al 112, si los ecologistas son unos alarmistas, si usamos guantes y mascarillas para recogerlos, o si la labor de los voluntarios es útil o no.
Debates, algunos muy interesantes y necesarios, si se hacen para buscar soluciones, para llegar al origen del problema, para entender realmente que debemos cambiar de rumbo, que tenemos que exigir a nuestros dirigentes que se dediquen a trabajar por el bien común, que legislen pensando en la ciudadanía, en el planeta, en las generaciones futuras, y que no se dejen manejar por los que propugnan el crecimiento continuo de la economía, basándose en el control de masas a través de las nuevas tecnologías.
Dirán que son propósitos muy ambiciosos, inalcanzables, una utopía, pero por eso hacen falta educadores ambientales, sociales, maestros, para cambiar desde la base el sistema, para juntarnos y reconstruir la comunidad, para mostrarnos la fuerza que tenemos como consumidores, para reordenar los valores y prioridades. Tenemos que conseguir la determinación que nos empuje a no doblegarnos, a no dejarnos llevar a un callejón sin salida, a no consumir para mejorar nuestra autoestima, y aparentar lo que no somos.
Es un lento y largo proceso, que debe ser constante y transversal para que cale y nos limpie el alma. Por eso, esta semana, con ese pensamiento global, seguiremos actuando localmente, aprendiendo a mirar Punta Entinas, paseando por los bosques de Murgi, buscando al delfín entre las estrellas y, para esperar a las tortugas bobas, realizando una limpieza de playas donde no encontraremos pellets, pero sí, por desgracia, otros tipos de macro y microplásticos. Vente, pon tu granito de arena, plantaremos semillas para asaltar los cielos, y sobre todo, para que nuestros hijos tengan agua con la que cultivar y frutos que llevarse a la boca.
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