La tecnología carga sobre el teclado provocando la agonía postal. El correo electrónico, aún cuando no esté al alcance de todos, insiste en dar codazos y abrirse camino ante un hábito milenario y personal de decir las cosas con un lápiz y papel.
Mensajes que corren por la autopista de la información fríos y despersonalizados, pero esas líneas no merezcan esos adjetivos porque sí, son quienes las escriben los únicos responsables de enviar frases lacónicas y privadas de alma y sentimiento. También insufladas de amistad y cariño.
Todo emergió antes del auge de internet y el declive comenzó, quizás, con las cartas de amor. Los tiempos cambiaron y el viento se llevó la hoja colorida, perfumada y pletórica de lirismo. Independientemente de que ahora se escriba postmoderno y de la misma forma en que se marchitó el amor platónico, las palabras se llenaron de valor, olvidaron el rubor y comenzaron a decirse de frente al ser idolatrado, pero también cada vez con más frecuencia al despreciado.
Tal vez si en el Colegio Mayor Elías Ahúja los alumnos hubieran deseado un buen inicio de curso a sus otras compañeras de campus con una sincera carta llena de buenos deseos y confraternidad, hubieran conseguido que el aire y los buzones se llenaran de ilusiones, de retos, objetivos y de palabras con las que cualquier joven que inicia una etapa tan importante para su futuro desearía encontrarse.
Sobres llenos de apoyo, sonrisas y esperanzas que nada tiene que ver con esos cantos discriminatorios, vejatorios y denigrantes. Educación sexual sí, pero sobre todo educación en general es lo que ha quedado patente que en esa escuela brilla por su ausencia. Ahora bien, en el mundo hay gente pa’to como aquí en el sur decimos, y si hay quien se gasta a gusto el dinero en educar a sus hijos en el maltrato a los demás y en valores nefastos, tenemos ante nuestros ojos una prueba más de que el mundo no es que vaya a pique, es que ya ha caído. Y hay quien sigue escarbando en busca de lo que es peor aún y espera a ser desenterrado. Pueden pensar que exagero pero reflexionen si realmente no es para empezar a tener miedo.
No puedo dejar de pensar en este panorama tan poco favorable para las cartas, y por eso tengo en alta estima a aquella personas decididas aún a escribirlas y enviarlas.
“ Se trata de una especie bastante evolucionada, con una mesa craneoncefálica muy superior a otras manadas colindantes...es característico en él, por un lado, su anormal desarrollo hepático, que constituye una peculiar inmunidad a la ingestión de sustancias alcohólicas, y, por otro, la patente superioridad pélvica y genital con respecto a otras especies rivales”.
(Descripción extraída del artículo de Pablo casado en la que intentaba explicar como eran y se definían así mismo los alumnos del Colegio Mayor Elías Ahúa).
A lo mejor me equivoco y las vida de las cartas no resulte tan efímera, la literatura igual le reserva su paso a la posteridad.
“...Gracias por esta vida que aferro. Gracias por esos ojos que ven, estas manos que tocan, esta mente que comprende. Gracias por los días y por los años. Gracias porque éramos nosotros. Gracias mil veces. Para siempre”
(Del libro Esta historia, De Alessandro Barico).
Y mientras tanto, mientras seguimos siendo empujados inevitablemente por el precipicio, tal vez sería valedero prestarle la atención merecida a cualquier mensaje que recibamos, sobre todos a aquellos que llegan de los vítores y gritos de los jóvenes en los que habíamos puesto la esperanza de un mejor futuro. Un mensaje que llega sin sobre, sin sello, pero con un remitente colectivo que una vez más se siente solo, atemorizado y desprotegido.