Anda lampando er Manué por ahí a ver qué es lo que pilla, porque sigue canino, como siempre. Un amigo de su cuñao tiene un primo que este año ha cogío un chiringuito en Los Caños y le ha prometío que le va a buscar un hueco de viernes a domingo recogiendo mesas y vasos en la playa desde las doce del mediodía hasta las diez de la noche por 40 euros el fin de semana. ¡40 euros! Y er Manué, nervioso porque hace una jartá de tiempo que no ve tanta panoja junta. A él no le importa que le paguen la hora a menos de dos euros, porque para estar sujetando paredes en la puerta de un colmaito, mejor estar en la playa currando un poco, bebiendo de gañote por la caló y quincando a las pibas. ¡Noniná! Porque er Manué es un esmallao. Y eso que siempre está al aliquindoi de to, anda que no, pero no le sale ná.
Años antes, allá por septiembre o así, que ya no si acuerda, su compare er Grabié le pasaba un par de peonás vendimiando en parpalana o en el carrascal y luego otras reponiendo en la Feria de la Tapa, pero ya ni eso. Con to, er Manué no se rinde y se busca las papah. A mediados de octubre, er Grabié, que vive en El Pimiento, y él se llevan a medias una escalera y un cubo y cuando los del cementerio no están al pesqui, allá que van los dos limpiando para las viudas los mármoles de los nichos y cambiando las flores de plástico por dos euros. ¡Qué arte tienen pató, ího! Y así, casi un mes entero.
Y luego, er Manué que parece un potentao comprando y vendiendo décimos y prometiendo millones. Con su primo er Paco, que sabe una jartá de informática, ha montao un tinglaillo. Van al estanco y er nota de allí, amigo del Manué de cuando un curso de inserción al empleo del Ayuntamiento, le deja fiao un montón de décimos a 20 euros cada uno y con la impresora y el fotosó, er Manué y su primo les ponen a cada uno un sello o de doña Mañolita o de la Bruja de Oro, depende de dónde haya caído la inundación más gorda en otoño, y los venden a 23, sacando por la cara tres boniatos por billetito.
Y al poco, del tirón que se mete la Navidad y empiezan las zambombas. Y er Manué, que va por todas las hermandades y todos los patios ofreciéndose para poner y quitar sillas, traer leña pa la candela y limpiar la mugre de después y así se saca otros cien papeles. Y luego, dos semanas de carajote en las que el amamonao der Manué, con un incipiente mojón en la buchaca, anda convidando a tos los colegas, martín martín, como si fuera un señorito de Jeré roneando por la calle Larga. ¡Ándeva!, le dicen los compares, aunque sólo después de que haya apoquinado, y al juancohone der Manué le da coraje porque él nunca mira lo que pueda gastar con los amigos.
Es buena gente er Manué. ¡Cómo lo sabe, quillo! Él tiene buena estampa, casi uno ochenta, canijo, serio y adusto como el Padilla pero sin parche. Tiene los hombros y el pecho lleno de carcamonía, pero se las tapa si le sale curro. Y le sale. Con los besamanos y besapié, esclavina negra y roquete blanco, allí que aparece en mil parroquias sujetando una biblia o un niño, a dos euros la hora, más formal que un carabinero. Y er Manué, a fuerza de aguantar el tipo nueve días se queda medio cuajao y tiene que venir el Grabié pa sacarlo del cuelgue con un cosqui. Y er Manué, entre cate y cate que ahí sigue. A falta de un chapú, pegaíto a las hermandades que va. Delante y detrás de ellas. Con túnica y sotana, el acólito menea con entusiasmo guiones y estandartes, cuatro euros la hora, y si puede repite con cualquier cofradía de Sábado de Pasión a Domingo de Resurrección, lleva cruces y con pértiga en mano levanta cables para el paso franco de vírgenes llorosas bajo palio. Y Manué, que repite. Cambia cristos por motos, nazarenos por jueces de pista y junto al Circuito se pone a aparcar coches en las descampaos que hay junto a la casa de Proyecto Hombre, cuando el campeonato del Mundo. Y así que va, procurando que nadie le dé coba al sol que más calienta en el MotoGP.
Pero er Manué tiene mal fario. Una vez los picoletos le trincaron en la autovía de los Barrios con treinta cartones de Winston falso en el maletero de un destartalado coche que le prestaron para que los trajera a Jerez. Le endiñaron un multón, le quitaron todas las cajetillas y cuando entraba por la carreterita de la Cartuja se le cruzó un perro, el Citröen se le fue a la zanja y se pegó un guarrazo de agárrate y no te menees. Con multa, sin tabaco, una mascá, el coche escacharrao y con un bollo en la cabeza. Entonces Manué vivía con su madre, cuando ella aún vivía, y el jamacuco que le dio a la señora al ver su cráneo averiado ayudó a transportarla a mejor mundo, se ha de suponer. En la planta baja estaba arrejuntao er Manué con la Juani y con su hijo. Nunca pudieron casarse ni quisieron, ¿pa qué?, porque les quitarían la ayuda familiar por madre soltera. Y a eso no podían arriesgarse. Pa colmo, exagerando un apenas perceptible estrabismo y una leve cojera e inventándose adicciones y desórdenes mentales había intentando er Manué pasar a Tribunal Médico para conseguir una no contributiva, pero na, que no. El ciezo del psicólogo y la churretosa de la médica le echaron patrás y no le dieron ni un mísero tanto por ciento de invalidez, ¡pejigueras!
Y a por otro perrito piloto. Desde antes de la Feria vende Manué en la acera del parque turrones y garrapiñadas y durante los días fuertes, la rifa de la sota de oros. 100 papeles más, pero trabajando de sol a sol y de madrugada a madrugada, mientras el tío malaje de la tómbola repite eternamente su cantinela, el saborío. Y reventao acababa er Manué. Dieciocho horas de curro cada día de Feria en Jerez, dieciocho cada día en El Puerto, y en Sanlúcar, y en Trebujena, y en Guadalcacín, y en Estella, y en Nueva Jarilla y en donde sea menester. Y al acabar, enfilao pa dormir que va con la Juani, aunque a veces casi no puede pasar de la casapuerta. De mandao en mandao y del paro al hambre, anda el papafrita der Manué engollipao de la vida, sin haber llegado nunca a saborear de ella nada más que una mijita. Pero siempre le ha parecido una jartá. Pobre Manué.