Cuarenta años del 23-F con celebración en el Congreso de los Diputados. Por algún motivo, la casa que representa la voluntad del pueblo conmemoraba el aniversario de la fecha elegida por Tejero&Friends para torcer esa voluntad del pueblo a tiros. Dadas las circunstancias en torno al emérito, es entendible la necesidad que tiene la Casa Real de actos propagandísticos como este, pero no por eso deja de ser sorprendente vernos conmemorando una fecha elegida por el golpismo. Por más que uno se esfuerce, no acaba de ver a José Luis Moreno celebrando por todo lo alto el décimo aniversario de aquel día en que una banda de albanokosovares –toma, Moreno– le entró al chalet. A pesar del enorme tamaño de la paradoja del acto, toda la ironía cupo sin problemas en un Salón de los Pasos Perdidos lleno de autoridades y lleno también de ausencias.
No estuvieron, como ya anunciaron, los partidos independentistas. Tampoco el líder de Vox, Santiago Abascal, al que, por algún motivo, celebrar un ridículo histórico del fascismo español no le hacía especial ilusión. Quizá sea lo más coherente. Hace sólo 10 meses, desde ese mismo Congreso, su partido pedía la intervención de los militares para sacar del poder al gobierno elegido en las urnas. En su lugar, Iván Espinosa de los Etcéteras acudía en nombre de la formación ultraderechista. Por no hacerle un feo a su majestad –reverencia– y para, cabreado por la encerrona, hablar de los problemas reales de la España de hoy: Venezuela, la ETA y un contenedor de Barcelona que se ha quedado hecho un asco.
Desde el retiro de su casa de Marbella, Antonio Tejero comentaba con su señora lo bonito y lo bien costeao que estaba quedando el bolo. Y es que, a pesar del cabreo de Vox, no había motivos reales para el enfado entre las filas de ultraderecha. Si el supuesto espíritu del acto era hacer una sentida y real defensa de la democracia, para ello hubiera sido necesario llamar por su nombre a la derecha golpista que la puso en peligro aquel 23 de febrero de 1981 entrando a tiros al Congreso. Cosa que el rey Felipe VI, por supuesto, no hizo en nombre de la concordia entre los demócratas y los fascistas. Con los dos actores principales del 23-F ausentes, uno de vacaciones permanentes en Marbella y el otro en Abu Dabi por motivos personales –ya es el segundo 23-F que se pierde, el primero fue en 1981–, el rey Felipe VI se convertía en protagonista y beneficiario de la gala benéfica de ayuda a la causa borbónica. Limitado el protocolo del besamanos por las medidas anti covid, antes de los discursos los invitados fueron desfilando ante Su Majestad que saludaba uno a uno con el últimamente protocolario gesto de llevarse la mano al corazón. Un gesto que, sin ser zurdo, Felipe VI hacía a la inversa. Mano izquierda a su corazón, situado a la derecha. Pura casualidad, no piensen mal.
Tras los recibimientos, el discurso de la presidenta del Congreso y organizadora de la fiesta benéfica, Meritxell Batet, que ofreció lo esperable. Tenemos una democracia de lo más chachi y se la debemos a la decidida y valiente actuación de un rey Juan Carlos que no dudó en aparecer por televisión siete horas después del inicio del golpe –ya siendo 24-F– con los altos cargos del ejército echándose atrás, para, cual notario, declarar aquello fallido. Viva el rey. Viva la democracia. Viva Gloria Fuertes. Con carraspeo y una voz tomada que provocaba algunos agudos involuntarios. Así comenzó un discurso de Felipe VI que obligaba a mirar a la señal de televisión del Congreso para descartar que se hubiera colado por allí Lluís Llongueras. ¡Se peinen, coño! Era el momento álgido de la cita.
¿Qué diría de su padre? Era la chicha periodística del día, aunque no había que ser muy avispado para suponer que el tono hoy no sería el de la última vez que se refirió a su antecesor. En aquel frío comunicado, emitido aprovechando el ruido provocado por una pandemia mundial y un confinamiento domiciliario nacional, renunciaba a la herencia para desvincularse de los escándalos económicos de su padre. Hoy tocaba lo contrario, vincularse. Vincularse al imaginario colectivo que sitúa a Juan Carlos I, heredero de Franco, como autor intelectual de las libertades en España. Se le gritan pocos vivas a Gloria Fuertes. En su discurso de hoy, Felipe VI anunció, solemne, que él, como su padre, también estaba comprometido con el sistema democrático. Declaración que, a los hipocondriacos como yo, nos genera más inquietud que otra cosa. Espero no encontrarme nunca con un cirujano que, antes de operarme, se ponga solemne y me diga que está comprometido con lo que es el mundo de la medicina.
Como niño que vivió aquella anoche del 23-F desde una posición privilegiada, metió Felipe VI anecdotario en su discurso, aprendió de la gran actuación de su padre lo importante que era la libertad para el pueblo español. Se ve que hasta entonces la libertad del pueblo español no era un tema recurrente en esa casa a la hora de la cena. Chim-pum. Fin del bolo y aplauso de –casi– todos los asistentes –también estaba allí Pablo Iglesias–. Al finalizar el acto, comienzo del corrillo entre altos cargos del Estado.
Como pasa en el palco del Bernabéu mientras el Real Madrid juega en el césped para distraer la atención, lo que sucede ahí es lo verdaderamente interesante y lo que no vemos. Hasta dentro de 10 años, suponemos, cuando celebremos el ya 50 aniversario de aquella ocurrencia de fascistas antidemócratas que no han sido nombrados en un día que se suponía de celebración de su derrota. Quizá, dirán las tertulias oficiales, hacerlo así sea muy inteligente y demuestre la enorme preparación del rey que nos ha tocado en suerte. Para qué dividir a la sociedad de un país tan peculiar, en el que los fans del derrotado Tejero lo son también de los ganadores Felipe VI y Juan Carlos I.
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