Vamos a hacer amigos.
Después de mi último libro, algunos compañeros, no pocos, me han preguntado acerca de la decisión y el porqué de publicar con Amazon. Y es que después de haber publicado siempre con editoriales pequeñas pero tradicionales (sin poner un duro y que ellos se encarguen de todo), me apetecía probar, ver al gigante desde dentro, un Jonás en la barriga de la ballena.
Me supongo que se extrañarían, preocuparían y alguno presupondría que mi manuscrito no había encontrado cobijo editorial en esa andadura incierta de toparte con un mecenas que te sostenga. Nada más lejos.
Estaba pasando por un momento crucial en mi vida y decidí después de varios años sin escribir ni publicar que tenía que romper viejos patrones. Superé y cambié la forma que tenía de escribir y planear que me tenía atado de pies y manos literariamente. Una vez reuní un puñado de cuentos sobre carnaval (a pesar de que un conocido editor me aconsejara que me alejara de lo local, por dios, por lo que más quisiera… Pero el plan consistía en romper con todo lo anterior, ¿no?) empecé a investigar cómo publicar en el sistema de edición que tiene montado el gigante de internet.
No quería perder más el tiempo. No estaba dispuesto a esperar meses para una respuesta que la mayoría de veces ni había y tenías que sobreentender el silencio administrativo, meses hasta que se publicase, años hasta poder recuperar los derechos y darle una segunda vida digna.
Asusta que sea tan fácil. Quizá ese sea el punto más negativo. Que no hay nadie por medio que te diga, oye, esto vale, puede que funcione. Sin filtro, en Amazon conviven tanto maravillas como mierdas puras. Por estadística tal vez más lo segundo que lo primero. Pero oye, yo sentí ese susto que da gustirrinín. Vale, no tenía herramientas tan profesionales como una editorial tradicional, ni portada, ni corrección profesionales (imaginémonos por un momento que todas las tradicionales incluidas las pequeñas las tienen de calidad) pero iba a intentarlo.
Qué podía perder.
Si hay algo que no asumimos los escritores, viendo el estado de la cultura y la saturación del mercado, es que nuestro libro ya nace agonizante, medio muerto, dando sus últimas bocanadas. Que al final somos nosotros los que tenemos que luchar por él, una vez sale al mundo, que tras unas cuantas publicaciones por redes sociales ahí se para la promoción editorial. Es lo que hay.
Amazon no te da prestigio. Ni mucho menos. Al contrario. Te desprestigia a dia de hoy porque el resto de compañeros escritores y gente del mundillo como libreros, distribuidores y por supuesto editores te empiezan a ver como autor menor, mero aficionado, un desadaptado que no encuentra hueco, un chaval que se ha rendido.
Pero más que rendido me he hartado.
De los tiempos de espera, del trato después de la primera presentación, del maldito diez por ciento. ¿Hablamos luego de ello?
Me parece bien que existan editoriales pequeñas, faltaría más, tengo amigos dentro de ellas y editores maravillosos que subsisten como pueden. Al fin y al cabo son empresas y autónomos, castigados en definitiva. El problema es la rueda en la que estamos todos metidos y que hay que girar con ella y el sistema editorial establecido de los viejos tiempos (¿te suena el Cervantes pobre como un perro?) a pesar de los nuevos.
Salte y eres un paria.
Enciérrate, sangra palabras, una historia, vuélvete loco, aléjate de tu familia. Hazlo con más o menos acierto. Es artesanía. La ilusión es lo de menos. Es trabajo.
Pierde horas de vida para llevarte un euro y medio con cada ejemplar vendido.
¿No es penoso?
Y oye, es por que quieres, esto es lo que hay, desde siempre, nadie está esperando tu historia ni vas a cambiar el mundo con lo que escribas. Tienes que asumir por cojones que la fabricación, distribución y venta son mucho más importantes que imaginar una historia y ponerla en palabras.
Luego la parte creativa de diferentes industrias a nivel mundial está hiper preocupada por el avance de las inteligencias artificiales cuando el enemigo reside en casa, es la propia industria, tu propio padre que te da de comer los huesos para tenerte callado, hambriento de triunfos y entretenido. Y no es para menos dicha preocupación, porque si llegara el momento en que pudiesen crear historias con sentido, estilo y calidad, los escritores seríamos los primeros prescindibles y los editores se echarían a sus brazos invisibles pero baratos.
A no ser que nos volvamos más baratos y nos vendamos un poco más bajo, o simplemente nos regalemos, o paguemos para que papá y el barrio nos hagan un poco de caso.
No sé hasta qué punto de ventas es rentable ese dichoso diez por ciento. En España tienes una suerte estupenda si vendes algo más de mil ejemplares. Pero mucha mucha suerte. Cuánto es eso a nivel económico. ¿Mil quinientos pavos?. ¿Un mes de vivir bien? Que por supuesto te pagarán al año siguiente. Por todo tu trabajo y esfuerzo de a saber cuánto tiempo. ¿Vale la pena? Y ojo, hablo de las grandes, no de las pequeñas, estas rara vez llegan a tales cifras de venta (salvo honrosas excepciones, es complicado que un libro pegue un pelotazo en una editorial modesta con recursos limitados).
Es cierto que publicar con uno de los grandes grupos editoriales es un muy buen escaparate y hace de altavoz para que tu nombre empiece a sonar o te tengan en cuenta en festivales. Cómo marketing, está genial. Por lo demás, a pesar de que haya tenido una vida algo más larga y placentera, es una forma más de matar tu libro.
No vengo aquí como un defensor de Amazon porque ni lo requiere ni yo tengo necesidad. Pero la forma de pago mensual, el control total y certero de las ventas, la elección del precio y por tanto el porcentaje de regalías, la no perdida ni cesión de los derechos de tu obra. Son motivos más que atractivos para empezar a plantearnos muchas cosas del mundillo editorial, que hemos aceptado porque sí, y el querer formar parte o no del engranaje que nos mantiene como eslabón más débil y bajo.
¿Se puede decir que la industria nos humilla?
El pastel en un lado y otro es pequeño, no nos vamos a engañar, pero si vas a llevarte una mierda, que el tuyo sea el mayor bocado, el trozo que te debería corresponder como creador.