Vayan mis palabras de agradecimiento, con este verso de Gabriel Baldrich y música del maestro Jaén, que compusieron un pasodoble a una ciudad que desde hace unos años está en el punto de mira de los medios de comunicación. Gracias a La Línea, porque mi generación aprendió que había otras formas de vida diferentes a las del franquismo. En los años sesenta, de manera especial, fue la ciudad más moderna de España en costumbres, pensamiento, música, pintura y moda. Los discos de los Beatles y otros grupos ingleses pasaban la frontera entre Gibraltar y La Línea, a mayor velocidad que en otros puntos del territorio nacional. Las primeras minifaldas vistas en España, aunque sea anecdótico, pasearon por La Línea, donde Mary Quant era un tema de conversación en las reuniones sociales. Una ciudad avanzada en lo gastronómico, haciendo famoso su “tapeo” en diferentes bares conocidos en toda la Comarca.
El año de 1969, amparado en cuestiones votadas en la ONU, Franco decidió cerrar la verja que no se reabrió hasta 1982. Con anterioridad se cortó la comunicación telefónica dejando a Gibraltar aislado del resto del Campo y del mundo. Este cierre fomentó la identidad de los gibraltareños como pueblo, un hecho ignorado por el régimen.
El cierre de la frontera trajo como consecuencia paro y pobreza. La economía de supervivencia que aportaba la Roca hizo que la emigración se incrementara día a día. Y lo que fue una ciudad viva pasó años casi moribunda, contando solo con el trabajo de profesionales que decidieron quedarse en la La Línea, para intentar salvarla de cara al futuro. Me refiero a maestros, maestras, curas, monjas de diversas congregaciones y población concienciada con el futuro de su ciudad.
Mientras tanto, un sector de la sociedad que vivía del contrabando de tabaco inició un camino más peligroso en el negocio del cannabis. Inicialmente se hizo, durante algunos años, a pequeña escala, con el tiempo aparecieron traficantes de otras provincias españolas, pensemos en toda la costa, más Madrid y Barcelona. Los mafiosos turcos, junto a los representantes de la mafia italiana, habían tenido una reunión en la ciudad condal para hablar de estrategias comerciales que se aplicaron inicialmente en los barrios pobres donde la heroína suponía un alivio, inicial, para unas vidas rotas.
Los narcos, venidos de fuera, siguiendo las directrices de las organizaciones mafiosas, plantearon el “intercambio” de cannabis por heroína. Estamos en los años setenta bien entrados. Los antiguos contrabandistas de tabaco se vieron, de pronto, ante un negocio que tenía pocas coincidencias con los “porros” como ellos decían. Algunos se negaron al intercambio. Es necesario decir que, con estas personas pese a sus actividades ilegales, se podía hablar. Algunos ya en los ochenta me pidieron ayuda para rehabilitar a sus hijos e hijas heroinómanas. Recuerdo a uno de ellos, persona entrañable, que, por negarse al intercambio, lo asesinaron en Marruecos. Los jóvenes traficantes de hoy son intratables, tal vez por el abuso del consumo de cocaína, unido a la enorme cantidad de dinero que han manejado.
Fue así, lentamente, como La Línea, y todo el Campo de Gibraltar, más otras localidades andaluzas, iniciaron un camino peligroso ante la pasividad de todas las administraciones, que, si bien dieron una respuesta a los adictos gracias al presidente Chaves, no hicieron casi nada contra el tráfico de estupefacientes. Las Coordinadoras contra las drogas nos cansamos durante años, desde 1986, de pedir soluciones al narcotráfico y al blanqueo de capitales. Fuimos escuchados especialmente, por B. Garzón, Carmen Romero, Javier Arenas, y algunos más. Pero el mal iba creciendo. Sabíamos que se estaba organizando una especie de estado dentro del Estado, que el poder económico era enorme. Lo vivimos algunos por las propuestas millonarias que recibimos y rechazamos. No había forma humana de convencer a los responsables públicos del problema que se estaba creando en las bases populares empobrecidas. En el fondo, casi nadie nos creía.
La guerra escondida continuó más tarde con la irrupción de la cocaína y la llegada de traficantes gallegos y colombianos a La Línea. En la comarca fronteriza de la Costa del Sol, las mafias italianas y las del Este, hacían incursiones de negocios a la comarca. Todo se iba complicando, la reacción de las autoridades era hacer grandes operaciones y punto. El mal continuaba. Como hecho a destacar, recuerdo el «Caso Algeciras», que se llamó así porque prácticamente toda la brigada de estupefacientes de la ciudad entró en prisión. Quiero destacar, no obstante, el trabajo arriesgado, algunos perdieron la vida, de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado durante esos años. Trabajando sin medios, pero con un gran reconocimiento popular.
Llegamos al año 2021 -después de dejar atrás infinidad de acontecimientos-, el ministro Marlaska decidió poner fin a esa fuerza del estado dentro del Estado, y lo ha ido consiguiendo, dotando a la comarca de más policías, guardias civiles, y vigilancia aduanera.
Los narcotraficantes están acorralados, nerviosos, violentos, jugando sus cartas ante las medidas policiales. Hace unos días dos jóvenes en una “goma” poco resistente, cargada con garrafas de combustible para llenar los depósitos de narcolanchas, volcó y los dos tripulantes se ahogaron, el mar en poniente es muy peligroso. A partir de ese momento, surge la polémica. Los familiares y amigos de los fallecidos culpan a un guardia civil de impedir que ellos fueran a rescatar a sus amigos que se estaban ahogando. La guardia civil informa que llamaron a salvamento marino y a la embarcación del propio cuerpo para que los asistieran. Según los amigos y familiares llegaron tarde, “si los hubiesen dejado a ellos, no habrían muerto”. Esa es la triste polémica. Los acontecimientos posteriores están cargados de razones: la muerte de los dos jóvenes, la imposibilidad de ganar dinero, la situación social de algunos de los barrios… Los métodos no son los adecuados.
Queda claro, una vez más, que solo con acciones policiales no se arreglan problemas tan graves. Hemos pedido desde el movimiento asociativo más medidas sociales y un plan especial para la comarca, que el representante de las Coordinadoras, Paco Mena, entregó al ministro del interior y a todos/as los que han ido de visita a la comarca. Las personas de barrios con tanta tradición marinera como La Atunara, necesitan ayudas específicas para hacer frente a una vida digna. Sé que el dinero que se gana traficando no es comparable con el de un sueldo digno (en épocas concretas por estar en “un punto” para avisar si llega la policía se cobraban 600 euros, 500 por llevar combustible, a las narco lanchas). A pesar de ello, hay que seguir trabajando en otras direcciones que complementen la acción policial, que ésta no sea el único camino. Si no se hace adecuadamente, tenderemos más violencia en una ciudad, querida, que se merece mejor suerte.
Este artículo se publicó originalmente en Portal de Andalucía.