Corren tiempos convulsos. Con más miedo que prudencia y con menos razón que emoción. Planteada la cuestión como lo están haciendo algunos la respuesta parece clara y contundente: mientras no se garantice la salud y seguridad de alumnos, docentes, resto de personal y familias, los niños y niñas deberían permanecer en casa, recibiendo clases a distancia (el que pueda, claro). Y es que si la disyuntiva es entre adquirir conocimientos o seguir viviendo, sólo un loco o un necio optaría por lo primero. ¿Quién va a querer mandar a sus hijos o ir a trabajar al matadero -así han llegado a calificarse los centros escolares por algunos- simplemente para aprender o enseñar los ríos y cordilleras de Andalucía? ¡Qué insensatez! Por ello, en esta sociedad nuestra tan profundamente embrutecida, de conmigo o contra mí, que no admite escalas de grises, de bandos y hooligans, no faltan quienes se niegan en redondo a iniciar el curso escolar presencial en las condiciones actuales. Y en frente, quienes injustamente acusan a docentes de vagos y maleantes que pretenden seguir disfrutando indefinidamente de unas supuestas vacaciones eternas y remuneradas.
El problema sin embargo, como suele suceder con todo en esta vida, es mucho más complejo, de tal manera que la anterior disyuntiva formación/vida es errónea y en no pocos casos falaz. Existen otros elementos en la ecuación que, si no son tenidos en cuenta, no se obtendrá nada más que el resultado que pretendemos.
En primer lugar, la escuela presencial no es simplemente una institución para transmitir conocimientos. Está claro que quienes así la consideran presentan menos reparos a la enseñanza telemática. Pero ello supone una visión amputada de la escuela, que no responde a la realidad, y que no nos permite ponderar los beneficios y riesgos reales de una vuelta al cole presencial. En efecto, la escuela presencial cumple un papel fundamental en la transmisión de conocimientos académicos, pero más importante que esta función es la de ser espacio de relación social, de aprendizaje emocional, de trabajo cooperativo, de apoyo mutuo, de afectos y sentimientos. Y, aunque algunos la denigran, la escuela presencial cumple una función esencial de guardería, de custodia de menores, de alimentación e inculcación de hábitos saludables a niños y niñas que de otra manera estarían todo el día en las calles o en casa -a saber qué es peor- sin más alternativas de ocio que actividades sedentarias o insalubres. Es fácil (y clasista) para quienes tienen medios adecuados preferir que niños y niñas sigan en casa, recibiendo clases por alguna plataforma de Internet, siempre que piensen que al colegio sólo se va a aprender inglés, matemáticas y lengua. Pero olvidan que el colegio es mucho más que eso, que es un instrumento de integración social y que no todo el mundo dispone de medios tecnológicos, persona que cuide a los niños durante el día, ni viviendas o alimentación adecuadas. Y que, como se ha dicho, hay cosas que no se aprenden a través de Zoom, Duo o Whatsapp.
En segundo lugar, es importante evaluar correctamente el riesgo para la salud de la escuela presencial y los mecanismos más adecuados para reducirlo. De entrada, todos los miembros de la comunidad educativa deberíamos ser conscientes y aceptar que el riesgo cero no existe ni existirá nunca. Ahora es el Covid-19, un riesgo serio y real, qué duda cabe. Pero han existido, existen y existirán otros riesgos en la escuela presencial que han de ser tenidos en cuenta: enfermedades (gripe, bronquiolitis, meningitis, sarampión, varicela, gastroenteritis, etc.); accidentes (fracturas óseas jugando en el recreo, accidentes de tráfico en el transporte escolar, intoxicaciones alimentarias en el comedor, ahogamientos con juguetes o mobiliario, etc.); y relacionales (acoso escolar, abusos sexuales, malos tratos, etc.). A todos nos corresponde trabajar para minimizar estos riesgos, siendo conscientes de que nunca desaparecerán por completo y para siempre. Para ello es imprescindible que la sociedad en su conjunto tenga suficiente formación cívica y que asuma su responsabilidad colectiva. Y, por supuesto, que la administración educativa invierta de manera efectiva todos los recursos necesarios para mejorar la situación (pero, ¡ojo!, no olvidemos que la administración educativa que tengamos depende de la sociedad que la elija y la ponga ahí). Hay medidas que se podrán adoptar a corto plazo (y que incluso se deberían haber adoptado ya), otras a medio y otras a largo plazo. Hacer depender la vuelta al cole presencial de medidas que, hoy por hoy, es imposible adoptar de manera inmediata supone de manera implícita optar por la no vuelta al cole.
Una vez que dispongamos de todos los elementos de la ecuación (todos los beneficios y todos los riesgos de la escuela presencial en la situación actual), podremos resolverla, despejando la incógnita (vuelta al colegio presencial o no), aunque, sin duda, en la operación influirán de manera decisiva las circunstancias personales, familiares, sociales y laborales de cada uno. Esta será nuestra opinión individual o como colectivo, pero la decisión que se adopte es razonable que sea homogénea para toda la comunidad educativa: no parece lógico que cada padre, madre o tutor decida si un niño o niña asiste o no al colegio por miedo a contagiarse de COVID-19 o de sarampión; o que cada docente elija si prefiere seguir teletrabajando o asistiendo al centro con o sin alumnos y alumnas. Naturalmente habrá que tener en cuenta las situaciones excepcionales, pero la función integradora y equitativa de la escuela exige actuaciones homogéneas aunque para adoptarlas sea imprescindible la participación de las personas interesadas.
¿Cuál es mi posición al respecto? Bien, aunque de manera regular imparto docencia a personal funcionario y universitario sobre temas jurídicos, no me dedico profesionalmente a ello. No obstante, mi experiencia hace que desconfíe bastante, incluso a nivel de formación exclusivamente académica, de la docencia por medios telemáticos. La transmisión de información, la aclaración de conceptos y la resolución de dudas se realizan de una manera más eficaz presencialmente. Y no hablamos aquí de los aspectos emocionales, afectivos o cooperativos en niños y niñas que, por supuesto, son muy difíciles de transmitir telemáticamente. Pero no quiero opinar como docente esporádico sino como padre de tres niños (dos de Primaria y uno de Secundaria). Como padre, además, que tiene la suerte de contar con vivienda y medios técnicos adecuados para llevar a cabo la enseñanza virtual, y que no tiene dificultad para dejar a los hijos al cuidado de una persona de confianza contratada a tal efecto. Como padre, además, que padece una enfermedad crónica y que debe tomar medicación inmunosupresora de por vida. Y como padre, además, que, a su vez, tiene padres y suegros mayores de 70 años, en tratamiento oncológico y con problemas cardíacos. Pues bien, valorando todos los riesgos y todos los beneficios de la escuela presencial, así como todas las medidas adoptadas y las carencias existentes, he de decirles que apoyo la vuelta al colegio presencial en septiembre con la mayor normalidad posible. Pienso que mis hijos tienen mucho que aportar a los demás y que estos a mis hijos. Tan sólo de pensar que van a seguir en el limbo actual varios meses más me horrorizo. Sé que la situación es complicada, sé que hay un riesgo. Pero al igual que en zonas de conflicto, hambrunas o catástrofes se trata de retomar la actividad escolar con los medios disponibles, pienso que tenemos que hacer un esfuerzo colectivo porque los beneficios superan a los riesgos, al igual que en otros aspectos de la vida.
¿Significa esto que apoyo la gestión de la Consejería de Educación y Deporte? En absoluto. Pienso que es necesario una mayor inversión en educación, reducir la ratio, incrementar la plantilla del profesorado, mejorar sus condiciones, los centros, los medios, el material, definir un currículo netamente humanista y andaluz… Pienso que muchas cosas podrían haberse hecho ya y que muchas llevan mal muchos años (y no sólo un año como parece que algunos descubren ahora con el nuevo Gobierno andaluz). Pero en modo alguno deberían ponerse como excusas insalvables para intentar comenzar el curso con normalidad. Quizás haya llegado el momento de hacer un esfuerzo por advertir las necesidades reales de la clase trabajadora andaluza, por encima de intereses corporativos o miedos (razonables o no). Clase trabajadora que no puede permitirse dejar los niños con una asistenta o disponer de una conexión a internet adecuada. Deberíamos intentar inculcar valores humanistas, andalucistas, de solidaridad, sacrificio y disciplina, sin dejar de reivindicar lo que es justo, incluso convocando y apoyando una huelga educativa indefinida si es necesario. Deberíamos, en definitiva, de asumir cada uno nuestra parte de responsabilidad en favor del bien común en lugar de intentar eximirnos de ella.
Este artículo fue publicado originalmente en Portal de Andalucía.