Seguro que saben que los madrileños han votado masivamente a una señora llamada Ayuso porque les ha dado la gana. En el ejercicio de su libertad. Esa que identifican con tomar cañas e irse por provincias porque no pueden soportar estar sin playas o, simplemente, porque, en nombre de su libertad, les da la gana. Ha sido toda una demostración colectiva, aunque sea una contradicción con la que proclama la ultra derecha liberal, de que el máximo valor es la libertad individual. Hasta a la presidenta madrileña le ha salido la vena libertaria de extrema derecha para afirmar que el bien más preciado es la libertad. Ver para creer en esta España nacional católica. A día de hoy la libertad se ha extendido al resto del Estado: ni toque de queda, ni cierres perimetrales y loas y cánticos a la responsabilidad individual.
Así que, también, me he puesto a pensar sobre MI libertad, la que está por encima de cualquier cosa. He empezado por lo de las cañas y los berberechos, o el jamón ibérico o las gambas que da igual, y estoy completamente de acuerdo porque a partir de ahora todo el mundo entenderá que no es que sea un vago sino que practico una de las señas de identidad de vivir a la andaluza, más concretamente a la gaditana que para eso Cádiz es una isla pegada a la costa andaluza. Si hay un nacionalismo cañí en los madriles porqué no lo va a haber en la ciudad del Cantón. Además que, con el aporte del yodo marítimo, será mucho más creativo que el mesetario.
Después he caído en que con el estado de alarma, los cierres perimetrales y el toque de queda he vivido como hacía tiempo que no lo hacía. Es bien sabido que los indígenas de las playas no necesitamos viajar. ¿Para qué? Si tenemos otro de los bienes más preciados por los madrileños: las playas. Así que ya comienza a mermar MI libertad la llegada masiva de habitantes de otros lugares. Incluso el despiporre de los locales. Es lo que siento al tener que compartir metros cuadrados, paseos matutinos o vespertinos. Incluso las cañas en los chiringuitos me saben peor porque tengo que pelear por una mesa o un trozo de barra. La verdad es que la calidad del disfrute ecológico baja muchos enteros.
Además ha sido un placer pasear por nuestras señoriales calles libres de masas chillonas y multicolores. Que conste que no tengo nada contra la multiculturalidad. Es más, estoy a favor. Un ejemplo, no me ha molestado nada los meses en que el yate “Azzam” ha ocupado el muelle “Ciudad” del puerto. Ese que es propiedad del presidente de los Emiratos Árabes Unidos, Jalifa bin Zayed Al Nahayan. ¿Qué les suena el nombre? Claro, es el anfitrión de nuestro ex jefe de Estado Juan Carlos de Borbón Borbón-Dos Sicilias, el hermano de Mohamed, el que le regaló dos Ferrari y de Mansour el propietario del Manchester City. Discreto, silencioso y con una tripulación igualmente discreta, silenciosa y, ¡ah!, correctamente vestida en sus salidas por la ciudad.
Esa es otra, siento pavor por como se va a resentir MI libertad estética. Será un pavor volver a ver profanada la solería de la calle Ancha, de las plazas de San Antonio y Mina, hasta la del Ayuntamiento, por el sonido de las chanclas al golpearla. Incluso, aunque eso no es exclusivo de los madrileños, tener que contemplar el espectáculo de calcetines surgidos de zapatos de diverso pelaje, que suben por canillas peludas. Aunque de momento el gobierno británico ha disuadido de venir por estos lares a sus súbditos, máximos representantes de esa línea estética. Como si no tuviéramos bastante con los locales, aumentarán por las calles, no por la playa, pantalones cortos, calzonas, ¡incluso bañadores!, que parecen calzoncillos, las camisetas de tirantes y las más diversas y coloridas gorras y boinas. Una invasión, que todavía se puede aguantar en Puerta Tierra, que hará insoportable un paseo dentro de los estándares de libertad a los que me he acostumbrado.
Adiós, a contemplar a la Nueva York dieciochesca vacía. Ahora reaparecerán los grupos apretujados –porque estarán todos vacunados por supuesto- que arrastrarán los pies por Prim, Columela, San Francisco, Tinte mirando escaparates llenos de bagatelas baratas y observando con desconfianza ancestral, hasta genética, las terrazas de esos bares en donde seguramente el honrado hostelero calcula hasta donde puede hundir la daga. Aún así será difícil encontrar sitio y el tradicional buen servicio gastronómico local se resentirá por la presión. Como el género, la fritura y la innovación gastronómica. Otra merma de MI libertad.
Total que en el ejercicio de MI libertad, y pienso que la de muchos que no se atreven a decirlo, tengo el pálpito de que se avecinan malos tiempos. En todos los sentidos. Por supuesto en el sanitario e incluso en el económico. Sí, más dinero deja una cata de Pingus, Vega Sicilia y otros vinos que la venta de decenas de botellas de vino de pitarra y similares. Pero esa es otra cuestión. De momento pido respeto para MI libertad a pasear por calles vacías, dormir sin escándalos, encontrar mesa en las terrazas, ir a conciertos tranquilos y otras tantas cosas más. Durante unas semanas he vivido en la realidad de una cittaslow y del small is beautiful. Y no es moco de pavo, de verdad.
No me seáis comunistas bolivarianos y respetad MI libertad.
Este artículo se publicó originalmente en Portal de Andalucía.