Menuda escandalera se ha montado con la expulsión de Nicolás Redondo Terreros.
El PP ha aprovechado que el Pisuerga pasa por Valladolid para arremeter con su enemigo público número uno: Pedro Sánchez y de paso contra el PSOE.
Conscientes quizás de que la campaña contra la hipotética amnistía no les está siendo rentable, que se desinfla por momentos como se transmite con los cambios constantes de lugar y formato de acto que han convocado.
La imagen dada de quien parece tiene el máximo mando en plaza, José María Aznar, marcando el paso a su líder títere, Feijóo está resultando patética.
Nuevamente la mano que mece la cuna, la de MAR-Bannon, aparece tras cada esquina, por ejemplo comiendo con el ínclito Aznar hace unos días justo antes de sus famosas declaraciones, más para poner zancadillas a Feijóo que a Sánchez que ya lo dan por perdido. Ambos asumen que será nuevamente presidente del gobierno y están ya metidos en plena operación sucesión-Ayuso.
Pero sigamos con el análisis de las expulsiones en los partidos. Debo reconocer que en mi larga vida de militancia política siempre he defendido la pluralidad, la discrepancia, la riqueza de matices en su seno, pero una cosa es eso y otra muy distinta trabajar para el enemigo como quintacolumnista.
Porque precisamente eso es lo que ha practicado Nicolás Redondo, incluso hasta haberle visto colaborando en la campaña de Isabel Díaz Ayuso.
Convendría preguntar a los Feijóo, Aznar, Guerra, o González: ¿qué pasaría si vieran a Borja Semper, o Pablo Casado en actos del PSOE haciendo campaña por Pedro Sánchez?
Respuesta evidente; pues que les expulsarían de manera tan fulminante como a este.
Pero a los antiguos dirigentes de mi partido (sigo siendo del PSOE aunque sea uno de los expulsados, pero por otros motivos muy diferentes) les recordaría que cuando lo dirigían ellos se puso de moda aquella cita para la historia de Alfonso Guerra; “el que se mueve no sale en la foto” y ya se sabía que no salir era quedar fuera de cualquier puesto, o lista electoral. Era simplemente fallecer políticamente hablando.
Era que si discrepabas y pertenecías al Comité Federal cuando pedías la palabra, aunque fueras el primero, en el mejor de los casos te tocaba hablar el primero de la sesión de la tarde ante media docena de compañeros aún con los efluvios del vinito.
Era que cuando el “Agostazo” de 2007 en Navarra, la discrepancia ante lo que aquí ocurrió llevara a que te llamara Pepe Blanco al más puro estilo del emérito para que te callaras, bajo amenaza de convocar la ejecutiva federal para expulsarte fulminantemente.
El comportamiento de quienes ahora se escandalizan en el PSOE era así y peor, no con quienes colaboraban con la derecha, sino con quienes discrepábamos precisamente cuando eso ocurría.
Por cierto aquellos castigos, aquellas expulsiones tenían un tratamiento en la prensa derechista muy diferente al de ahora con Redondo. O bien te fusilaban al amanecer, o te ignoraban de manera absoluta, simplemente no existías, o eras un traidor al sistema peligroso.
En mi caso fui expulsado no como Redondo por apoyar a la derecha sino justamente por lo contrario y además por apoyar el diálogo y la negociación como solución del conflicto vasco en aquel momento vigente.
Y desde luego desde la primera línea del frente en la lucha contra ETA, desde la primera trinchera, no desde la última viendo la batalla con prismáticos a 10 km.
Quien esté interesado en mi caso existe bastantes escritos en el que lo explico, pero eliminando mentiras y manipulaciones varias fue por señalar que en aquel instante Otegi, que estaba en plena campaña de elaboración de la alternativa “Bateragune” que dio el puntillazo final a ETA, estaba trabajando para llevar a la Izquierda Abertzale por la senda democrática por la que ahora transita y que es aplaudido de manera entusiasta desde la cúpula del PSOE en estos instantes. Paradojas del destino, me expulsaron por hacer justo lo que ellos ahora hacen.
No me dieron una medalla por ello, me expulsaron, reconozco que quizás porque antes también fui extremadamente crítico con cualquier acercamiento al PP allí, o a UPN aquí.
Como resumen podemos decir que existe una diferencia evidente entre el tratamiento que se le da a los casos con militantes del PSOE cómplices con la derecha, al de cómplices con la izquierda favorable al diálogo entre ellas.
Pero detrás de toda esta campaña contra Sánchez, al que por cierto desde mi posición de expulsado apoyo entusiásticamente mientras continúe por ese camino, está el empeño de los poderes fácticos económicos, sociales, políticos e incluso religiosos para evitar un nuevo gobierno de progreso. Es un pulso para quebrarle en el que por cierto las izquierdas nos jugamos mucho.
Por eso ahora toca rodearle, protegerle, apoyarle, darle ánimos y fuerza para que resista, los de dentro y los de fuera.
Por ejemplo Junts debe tener en cuenta que si ayuda a quebrarlo parte de su electorado no se lo va a perdonar, ya que será una de las fuerzas damnificadas por las consecuencias, Una repetición electoral puede tener efectos devastadores con ellos, incluso con la pérdida de al menos dos diputados (Tarragona y Girona).
Toca pues apoyar a Pedro Sánchez en su empeño, que ahora mismo es el de todos los de izquierdas, de los progresistas seamos centrales o periféricos y ponernos tapones frente a los peligrosos cantos de sirena que intentan llevarnos a las rocas.