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"La heladera de Sevilla, del barrio de la Macarena, tuvo la sangre fría de guardar el cuerpo de un hombre con el que mantuvo relaciones en un congelador".

Cuando escribía Un recetario de muerte, una asesina de Barcelona me inspiró uno de los relatos y no precisamente por el que fue condenada. Fue la muerte de su marido lo que me sugirió el cuento que encabeza el libro, que no se investigó en su momento, porque la policía despachó como un  suicidio la ingesta de éste de lejía y detergentes. Esta mujer fue capaz de matar a su mejor amiga, Ana, suplantando su personalidad para cobrar un seguro. María Ángeles  adormeció con cloroformo a su compañera, la ahogó con una bolsa de plástico y la impregnó de semen que había comprado a dos prostitutos para que atribuyeran el delito a un hombre y, de ese modo, estuviese a salvo de sospechas. Después del esclarecimiento de esta fechoría, se puso en duda la autoría de la defunción de su cónyuge años antes, pero ya era demasiado  tarde, máximo cuando su cuerpo fue incinerado. Si fue así, quedó impune.  

Pero recientes  asesinatos notorios demuestran que la realidad siempre supera a la ficción.

El deceso más reciente ha sido el de un feriante por parte su pareja, en el municipio extremeño de Madrigalejos. Llama la atención la diferencia de edad entre ambos, él 69 y ella 47. Julia reconoció que, tras una discusión, le pegó y lo mató. Esta señora intentó comprar dos cerdos para que devorasen al finado y deshacerse del él, pero al no conseguirlo, lo roció de gasolina, con tal mala fortuna que, debido a la gran humareda que provocó, los vecinos llamaron a la policía local y éstos descubrieron lo sucedido.  

La heladera de Sevilla, del barrio de la Macarena, tuvo la sangre fría de guardar el cuerpo de un hombre con el que mantuvo relaciones en un congelador. María del Carmen confesó que entablaron entre ellos una disputa y que  le arreó con un palo de una sombrilla. Sin embargo, la causa de la muerte, según los forenses, fue el estrangulamiento a lazo, es decir, ejecutado probablemente por la espalda, que dejó un surco imborrable en su cuello. Según la policía, en la posible pelea hubo una desproporción de fuerzas. El hombre era bastante mayor que ella, 62 años, bajito y delgado, mientras que la fémina es fuerte y corpulenta. 

El más llamativo de todos asesinatos ha sido, sin duda, el de un guardia urbano de Barcelona, producto de un triángulo amoroso entre agentes, compañeros de trabajo, y que apareció calcinado en el maletero de un coche, en una pista forestal próxima al pantano de Foix. Se pudo identificar el cadáver por el bastidor del vehículo que determinó a su propietario  y por una prótesis de espalda que el fuego no derritió. La gendarme echa la culpa a los celos de un tercero, con el que mantenía relaciones a escondidas del fallecido.  

Pero lo sorprendente del caso es la sangre fría que demostró Rosa, mientras se iniciaron las investigaciones. En primer lugar, no denunció la desaparición de su pareja. En segundo lugar, cuando se constató la muerte, no mostró ninguna desazón y, es más, estaba más preocupada de un juicio que tenía pendiente contra un subinspector del cuerpo que del óbito. En tercer lugar, persuadió a una compañera de trabajo, cuando le quitaron la placa y la pistola, antes de ser procesada, para que la acompañase a su chalet a darle ánimos y la convenció de que fregara las manchas de sangre del suelo, borrando las pruebas, afirmando que procedían de la menstruación de su perra.

Aunque estadísticamente la muerte de hombres por mujeres en el ámbito familiar o doméstico sea muy inferior, que al contrario, en una proporción que ronda de seis a uno, no por ello sus personas no merecen el mismo dolor y respeto, ya que todos somos de alguna forma del mismo género: el humano.  

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