El jugador de calle se está perdiendo. Ahora se llevan los jugadores que juegan como máquinas, que replican acciones como si fuesen un robot programado. Y si esto llama la atención en el fútbol profesional, es un atentado en el fútbol base desde mi punto de vista.
Este hecho va ligado a los propios cambios de nuestra forma de vida. Jugar al fútbol en la calle te enseña a ‘buscarte la vida’, a buscar una pared como aliada para superar al contrario. Te permite aprender a sortear obstáculos, a jugar en superficies inestables. Incluso te da la posibilidad de afinar la puntería en esas porterías improvisadas que son los bancos o dos simples piedras.
Pero desde que un día se decidió que en las plazoletas no tiene que haber niños jugando al balón, todo ha cambiado. Tanto que el jugador de calle casi está en peligro de extinción.
Nuestra sociedad prefiere disfrutar de plazas vacías, porque los niños molestan. Se divierten, gritan y corren. Ríen e inventan. Crean. Y creando y disfrutando, viviendo en definitiva, hacen ruido. Incomodan. Y todo lo que molesta, está mejor encerrado, sea una persona de 9 años o la capacidad de pensar por uno mismo.
"Nuestra sociedad prefiere disfrutar de plazas vacías, porque los niños molestan. Se divierten, gritan y corren. Ríen e inventan"
Ahora se considera que es mucho mejor que la infancia se pase en casa o en clases asistidas y que si alguien quiere hacer deporte que vaya a un lugar donde no moleste. Ahora se prefiere prohibir jugar al balón en la plazoleta a los más pequeños y que se queden en la plaza sentados en los bancos enganchados a una pantalla de móvil, a una consola...
En este contexto, quienes dedicamos nuestro tiempo al deporte base no tenemos otra salida que buscar herramientas para intentar que la libertad del juego que antes se aprendía en la calle no se pierda.
La pregunta del millón es cómo hacer esto si las circunstancias son las que son. Aunque no resulte sencillo, porque las horas de entrenamiento son limitadas y los recursos escasos normalmente, creo que la clave está en dar libertad a los jugadores en el aprendizaje del juego.
A casi todo el mundo le gusta ver cómo juegan equipos que funcionan como máquinas perfectamente ensambladas. Esos equipos que son líneas de producción capaces de sacar el balón desde el portero y tocar y tocar con movimientos perfectamente estudiados hasta llegar a la portería contraria y hacer gol. ¡Cómo juega ese equipo de memoria! Todo eso es precioso, hasta que a la máquina se le pone un palo en la rueda y entonces se apaga la luz.
"¡Cómo juega ese equipo de memoria! Todo es precioso, hasta que a la máquina se le pone un palo en la rueda"
En este punto, hay jugadores que no saben tomar decisiones, porque nunca le enseñaron la puerta para aprender a tomarlas. Claro está que es más sencillo ejecutar de manera automática lo aprendido y grabado a fuego. Pero, como he dicho anteriormente, en cuanto algo no sucede como se esperaba, llegan los problemas.
Es entonces, justo en ese momento, donde el sobar la pelota y moverla de un lado a otro no da resultado, cuando te acuerdas de esos jugadores capaces de asumir la responsabilidad de encarar, regatear y jugar con la libertad de un jugador de la calle. De romper con el orden establecido, de saltarse las normas y lo que todo el mundo espera.
Muchas veces nos lamentamos en España de que los clubes fichan fuera a jóvenes con proyección mientras se cierran las puertas a los jugadores de la tierra. Es cierto que en esto tiene que ver mucho el negocio que rodea al fútbol, pero igual también tendríamos que hacer autocrítica. ¿Y si estamos contribuyendo a crear jugadores cortados por el mismo patrón cegados por la búsqueda de las fichas del puzle que creemos que ha de ser nuestro estilo, nuestra forma de jugar?
"¿Y si estamos contribuyendo a crear jugadores cortados por el mismo patrón?"
¿Y si en vez de eso, dentro de unas pautas e indicaciones lógicas para jugar al fútbol potenciamos más la toma de decisiones de los jugadores desde que empiezan? Si solo mostramos la luz del día a quienes comienzan en el deporte, aprenderán que el sol brilla y da luz, que cuando pega fuerte, buscar la sombra es la única opción. Pero igual nunca lleguen a descubrir que en la noche, la luna también hace lo suyo para marcar el camino, que hay conversaciones y momentos inolvidables bajo las estrellas, y que la vida es vida tanto de día como de noche.
Pues eso, sigan prohibiendo jugar a la pelota en la plazoleta mientras los niños están ante una pantalla y aprenden a vivir como máquinas. Llegará el día en el que tendrán que tomar decisiones que al igual que pueden cambiar un partido de fútbol pueden ser determinantes en sus días, en su vida. En ese instante, igual les puede la frustración, el miedo a no elegir como elegirían otros por él, ese sentimiento tan humano del qué pensarán los demás. Y todo sin darse cuenta de que al final lo más importante es ser capaz de elegir, de tomar decisiones libremente, ya sea en un campo de fútbol o en tu vida.