Si nos centramos en una fecha como estrategia de calendarización de nuestro paso por la vida pública, en cuanto participamos en ella, el 8M constituye uno de esos días de reflexión abocados al análisis, al estudio y al compromiso adquirido por años de lucha.
La imagen de un bote pulverizador, que lanza infinitas gotitas hacia una superficie pulcra en apariencia, ya que ha de ser limpiada de prejuicios y valores desfasados, nos ayuda a entender que hablamos de una lucha viva y diversa.
Traspasar esta superficie está siendo un arduo trabajo. Abrimos grietas que se convierten en heridas, entre el acoso mediático y la criminalización de nuestras movilizaciones.
¿A quién vamos a enfermar o matar?
¿Dónde está nuestra inconsciencia?
Sería absurdo por nuestra parte tomar una postura tan temeraria, sabiendo que la mayoría de los trabajos de cuidados, tanto en el ámbito público como privado, están ejercidos por mujeres.
¿No será que seguimos moviendo cimientos movedizos de las élites dominantes?
Ejercer nuestra libertad de manera responsable, debería ser algo que no tendríamos que poner en duda. No hemos de ser guiadas por una supuesta moral superior, que niega nuestra lucha por las más vulnerables.
Denunciar la precariedad laboral, la desigualdad salarial y el aumento del paro entre las mujeres, tendría que poder ser gritado en la calle como algo prioritario.
A diario vemos imágenes de aglomeraciones en transportes públicos y espacios cerrados, que por una fuerza desconocida mayor no han de ser reprimidas. La vida sigue y sobramos unas pocas, sería mi conclusión.
Quien recrimina unas luchas y alaba otras, tiene unos fines claros de opresión, a los que no debemos dar la espalda.
Hoy más que nunca, deseo un 8M reivindicativo, firme y humano.