Si este presente no cambia, nuestro Zoo no tendrá futuro y cada día que pasa juega en nuestra contra.
Un buen amigo me dijo hace pocos días: “Mario, esto del Zoo de Jerez es como lo del cuento de Pedro y el Lobo. Igual que los pastores dejaron de creer a Pedro cuando gritaba ¡qué viene el lobo! hasta que ya fue demasiado tarde, los ciudadanos parecemos haber dejado de prestar atención a los preocupantes avisos que llevamos años recibiendo sobre la precaria situación del Zoo, y es muy posible que, para cuando queramos reaccionar, ya sea demasiado tarde”. Les confieso que, desde entonces, no he podido dejar de darle vueltas a este tema. Es normal, como concejal tengo la responsabilidad, junto con mis compañeros de corporación, de velar por esta institución, pero es que además, y como para generaciones de jerezanos, el Zoo ha formado parte de mi crecimiento como persona y ciudadano.
Ahora que en pleno “veroño” y a casi 30 grados ha comenzado, según los grandes almacenes, la campaña navideña, creo que más que al cuento de Pedro y el Lobo, nuestro Zoo me recuerda más al Cuento de Navidad de Charles Dickens. Igual que el señor Scrooge en esta inmortal historia, nuestro Zoo me obliga a viajar con la imaginación por el pasado, presente y futuro. Empecemos por el pasado. Yo soy uno de tantos jerezanos que, con sus padres o su colegio, conocimos el Zoo siendo apenas unos niños. Allí tuvimos nuestro primer contacto con animales de lejanos lugares y allí aprendimos a amar a la naturaleza. Al recordar esos días es inevitable sentirse embriagado por el sabor agridulce de la nostalgia. También a mí me gustaría poder acompañar a mis hijos en esa primera visita, y ser testigo de sus caras de sorpresa al ver animales que nunca antes habían visto, la misma que puse yo hace ya unos cuantos años. Pero tenemos que seguir viajando…
Ahora nos toca visitar el presente. No nos queda más remedio que contar las cosas como son. Para empezar, hablemos de la propia figura de los parques zoológicos en este siglo XXI. No soy científico, pero no cabe duda que hace ya años que existen numerosas voces que cuestionan la propia razón de ser de estas instituciones desde muchos puntos de vista: científico, educativo y ético. Lejos quedan ya los tiempos de aquellas imágenes idílicas de los zoos, y hoy en día son cada vez más las opiniones que, de manera razonada, ponen en duda sus bondades.
Pero hablemos de lo nuestro, del Zoo de Jerez y de sus animales. Vaya por delante que valoro su jardín botánico, su historia y la importante labor de educación y conservación de los animales que por parte de los empleados se efectúa. Y que, posiblemente, no sean éstos los culpables de haber llegado a donde hemos llegado. Hace pocos días estuve allí y les aseguro que salí preocupado, por la pobre impresión que me llevé. No soy una persona animalista, pero sí muy sensible para con los animales. Y no es tolerable que en pleno siglo XXI tengamos a casi 800 animales (según censo oficial municipal) en este, por llamarlo de alguna manera, “inadecuado” estado. Jaulas semivacías, instalaciones en deficiente estado, falta de limpieza en muchos puntos… Si no me creen, les invito de corazón a que vayan a verlo por ustedes mismos.
"Euro arriba, euro abajo, el Zoo le cuesta a todos los jerezanos más de un millón de euros al año"
En cuanto a los resultados económicos, debemos decir que, por mucho que nuestra alcaldesa se empeñe en hurtarnos la información a los jerezanos, y lleve ya tres años sin presentar las cuentas del ayuntamiento, con paciencia y mucho trabajo los concejales acabamos encontrando los datos que necesitamos. Y son aterradores. Euro arriba, euro abajo, el Zoo le cuesta a todos los jerezanos más de un millón de euros al año y así desde hace años. Vayan echando la cuenta de lo que nos hemos gastado en todo este tiempo. No, no es normal, por muchos “cuentos” con los que nos adormezcan, que el Zoo sólo obtenga 700 mil euros por venta de entradas, (si es que este 2017 los obtiene), cuando los gastos ascienden a casi dos millones de euros. ¿Hasta qué punto una ciudad se puede permitir semejante sangría de los recursos de sus ciudadanos año tras año? Pero además les recuerdo que estamos en una ciudad con casi mil millones de euros de deuda (tocamos a cinco mil euros por cabeza, niños incluidos…); con un Plan de Ajuste que pesará como una losa sobre generaciones de jerezanos; que encabeza todas las clasificaciones de retraso de pago a sus proveedores; y en la que existen gravísimas carencias en algunos de sus servicios básicos, como la limpieza, el mantenimiento de vías o los transportes públicos. A la luz de todos estos hechos, el único calificativo que merece la situación económica de nuestro Zoo es la de insostenible.
Nos queda el futuro que, todavía, sigue estando en nuestras manos. Pero es imposible pensar en lo que va a ser del Zoo el día de mañana si no dejamos de vivir en la ensoñación de un pasado que no va a volver, y si no asumimos un presente en el que la propia razón de ser de la institución se encuentra en cuestión desde el punto de vista científico, educativo y ético; en el que los animales no están ni mucho menos en las mejores condiciones; y en el que económicamente esta ciudad no puede permitirse cada año un agujero de más de un millón de euros para su mantenimiento. Si este presente no cambia, nuestro Zoo no tendrá futuro, y cada día que pasa juega en nuestra contra.
Entre todos debemos decidir si la solución pasa por la búsqueda de un patrocinador, por la cesión de la gestión a una empresa especializada en la materia (véase el ejemplo de la localidad de Fuengirola, con un zoo en pleno centro de la ciudad, digno de elogio) o por asumir, con pena, que no podemos mantenerlo y buscar una solución para sus animales y, por ende, para la continuidad laboral de la plantilla dentro del organigrama municipal. Lo que está claro es que lo que decidamos debe poner fin de una vez por todas a esta sangría de recursos económicos, en un momento tan dramático para las arcas municipales, y en el que tantos servicios básicos sufren carencias severas. En nuestras manos está conseguir que este cuento acabe bien…y que no venga el lobo más.
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