No son las palmeras más bonitas o altas de California ni es el amanecer más impresionante que se pueda ver, pero cuando uno se levanta y se encuentra con una vista agradable a través de la ventana, el día empieza de otra manera, ¿verdad?
No obstante, nunca me he considerado especialmente dependiente de las condiciones climatológicas para sentirme de mejor o peor humor. Viví un año y ocho meses en Londres y nunca entendí por qué la gente se empeñaba en decir “uf, otra vez lloviendo” prácticamente a diario. Pues claro, ¿qué se puede esperar en un lugar donde el 90% del tiempo está nublado y el 75% lloviendo? (Calculado así a bote pronto).
Ignoro si estas quejas se deben a la necesidad de conversar en determinadas situaciones o a la necesidad (y facilidad) en sí de exteriorizar pesares internos. Igualmente, las consecuencias psicológicas son terribles y pasan factura. Muy recientemente me di cuenta, no sin ayuda ajena, de la cantidad de comentarios negativos que hacía sin inmutarme lo más mínimo de su efecto, tanto en mí como en las personas a mi alrededor.
Quejas sobre el clima, el tráfico, la actitud de alguien, la situación laboral, la incertidumbre… Un horror, y yo que me veo como una persona realista de tendencia optimista. Con este tipo de comentarios no hacemos más que permitir la expansión de conversaciones penosas y victimistas y, por tanto, la proliferación de pensamientos y sentimientos destructivos.
Leí hace poco un artículo sobre un experimento en el que varias personas habían decidido no exteriorizar sus quejas. Entendedme: hablamos de esas quejas que son realmente innecesarias, repetitivas y no aportan nada. No voy a prohibir a nadie que se desahogue en una situación realmente desfavorecedora y esporádica. Bueno, pues dichas personas del experimento, al cabo de un mes, comprobaron que su índice de felicidad había aumentado notablemente. Obvio al fin y al cabo: queja que evitas, queja que no conviertes en algo más grave de lo que es al ponerle palabras y cuya negatividad no contagias a otros para quejarnos todos juntos. Paraos a reflexionar un minuto en torno a todo lo que vais diciendo a lo largo del día y os daréis cuenta de cuántas soltáis de productividad nula y que no hacen más que perjudicar, con lo mucho que ayudaría por el contrario emitir una frase positiva o simplemente regalar una sonrisa.
Por eso, hoy quería enseñaros este amanecer cualquiera entre palmeras. Una imagen simple, natural y digna de apreciarse, como tantas otras que pasan desapercibidas ante nuestras narices constantemente. Ojo, esto no implica que la mañana que llueva deba suponer una excusa para lanzarse a refunfuñar. Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Tratemos de ver las primeras más que los segundos y notaremos los resultados directamente en nuestro estado de ánimo, repercutiendo consecuentemente en el de los demás. En resumen, no hace falta quejarse tanto, sino reaccionar de manera positiva hacia el detonante de esos sentimientos. Bastante drama hay en el mundo, ¿no creéis?
Reflexionad. Por vuestra felicidad, por la de vuestros seres queridos, por la de todos.