Ya me habían dado la noticia, mucho antes de que leyese el titular en el periódico: Muere un hombre en Jerez mientras estaba haciendo deporte”. Aún no puedo creer que ese hombre seas tú. La muerte sólo hace su trabajo, pero parece más injusta cuando alcanza a quien le queda tanto por hacer. No consigo asumir que no vayamos a compartir otra cerveza en plaza Plateros, mientras me informas de cómo van tus memorias o de lo redondo que ha quedado tu último poema… Te confieso que escribo estas líneas en estado de shock, como si fuera uno de esos ejercicios de redacción que nos proponía nuestro maestro, el poeta José Mateos, en sus talleres de escritura.
La verdad es que te recuerdo desde siempre, y no sólo por esta última década, en la que nuestro amor por las letras enlazó nuestros caminos. Recuerdo que, en los días de mi infancia, te conocíamos como Antonio “el tapicero”, compañero de trabajo de mi padre en la Azucarera del Guadalete. Un hombre sencillo y trabajador, siempre atento y servicial, dispuesto al quite, en los buenos momentos y en los malos. De aquellos tiempos, aún conservo el recuerdo de verte jugar al fútbol con mi padre y Pepe Fuentes en el polideportivo Ruíz Mateos, una gastada camiseta del equipo y algunas de las cintas de cassette que nos grabaste, el siglo pasado, en aquel humilde piso de la barriada de Los Naranjos.
Años más tarde coincidimos como compañeros de trabajo en esa fábrica, que tantos quebraderos de cabeza nos causó, y compartimos en más de una ocasión el autobús del turno. En uno de esos trayectos, descubriste que, también como a ti, me gustaba la poesía y me ayudaste a evitar lecturas innecesarias y a acercarme a los grandes poetas de nuestro tiempo. Tanto me acerqué a muchos de ellos que ahora los considero, por intermediación tuya, nuestros amigos y amigas. No sabes lo extraño que se nos va a hacer compartir una tertulia sin tenerte a nuestro lado, sin escuchar tus aportaciones y tus chistes, o pasear por Arcos sin que nos cuentes anécdotas y cotilleos de otro tiempo. No sabes la rabia que me da este jodido capricho de lo efímero, este verte partir sin despedirnos, esta funesta zancadilla en mitad de la carrera…
Qué triste va a ser ir a buscarte a tus poemas y encontrar que, aunque siguen sonando con tu voz, tienen un gusto diferente. Qué triste, no haberte dado nunca las gracias por enseñarme que la vida es una carrera de fondo, que no puede ganarse con un único sprint desesperado. Por demostrarnos a todos, con tus palabras y tus actos, que todo lo bello y lo bueno de este mundo debe servir para unirnos y no para separarnos. Descansa en paz, amigo. Volveremos a vernos algún día, “que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”.