Este año llego la primera por si me coge el toro, y me da miedo que la pandemia apague la Estrella de Oriente una mijita, y os perdáis en las tempestades republicanas. Yo qué sé. Aquí no se puede una pasar mucho, unas quinientas palabras más o menos, así que mi carta va a ser escueta además de adelantada, y muy rara, como raros son los tiempos. Pero bueno, allá va. Aún no he asesinado a nadie adrede, aunque nunca se sabe qué muerto pueden colgarme, por tanto he sido más o menos buena, así que aparte de los superzins para mi hijo, los libros de miedo para mi hija, y los detallitos para el resto de mis personas circundantes, no voy a pedir nada material, pero sí algunas cosillas abstractas muy concretas, además de las sorpresas de última hora de la perfumería de Mercadona y los Kínder.
A ver, empiezo. Necesito orden y esperanza. El orden depende un poco de la actitud y la aptitud. Para ser apta me lo estoy currando tela, de verdad. Aunque necesito un poco de energía para la actitud y oxígeno de ese que falta con la mascarilla puesta. Lo realmente difícil de conseguir es un cartucho bien despachao de esperanza y es lo que más se necesita por estos lares. Y es que la gente anda algo mustia, y me consta que hacen gran esfuerzo para sonreír con los ojos ya que la boca ya no se ve (antes no se le daba tanta importancia a la sonrisa verdadera, creo).
Es curioso el empeño que le ponemos en que se nos entienda cuando hablamos y en disimular el miedo, ¿verdad? Lo del orden no lo decía por la distancia de seguridad ni por formar fila india si voy al banco. Quiero orden en las ideas, para saber qué uso darle a la incertidumbre y dónde pongo la alegría. Ah, sí, claro. Alegría también necesito, a granel, para repartirla en las manos con la misma frecuencia que el gel. Alegría desinfectante que se lleve lo tóxico bien lejos. Algo importante también es la paciencia, sí. Mucha correa para soportar a tanto tonto suelo, que los hay. Y paciencia para los demás para que puedan soportarme a mí, claro.
También cordura para los que mandan. Honestidad para los mismos. Y cuarto y mitad de achuchones cuando se pueda. Lo de si hay cabalgata o no este año no me preocupa. La fe no se muestra con luces de colores por las calles tampoco. Ah, de eso también vamos faltitos, aunque se haya demostrado que eso de no creer en lo que no vemos no es un argumento muy sólido: al bicharraco no lo ve nadie. Ya termino, ya. Me despido, queridos Reyes Magos, agradeciendo mucho también, por qué no, aunque os extrañará seguro. Y este año me adelanto con esta carta mientras espero al frío. Sé que me dejaréis un manojito de ilusiones como caramelos en los zapatos.