"El peor fantasma de un terapeuta, al que debe identificar desde el principio de la intervención si es que aparece, frente al que debe pertrecharse y no claudicar, es el de la resistencia al cambio".
“Estoy ya desesperado con esto, llevo media vida así y no sé cómo quitarme esto de encima… no sé ni qué hago aquí, si lo mío es imposible, no ha podido ayudarme nadie hasta ahora, al final será como siempre, no conseguiré nada… todo esto es para nada…”.
El peor fantasma de un terapeuta, al que debe identificar desde el principio de la intervención si es que aparece, frente al que debe pertrecharse y no claudicar, es el de la resistencia al cambio. Porque, aunque parezca mentira, las personas que acuden a consulta, en muchas ocasiones no desean cambiar. Se produce lo que llamamos una demanda imposible, inconsciente siempre, que consiste en que la persona, con su actitud, con sus respuestas, con sus omisiones, nos dice: “por favor, cámbieme, pero sin cambiarme nada”.
Esta “comodidad” en la situación de sufrimiento es una vieja conocida de la humanidad. Algunos han logrado vencerla. Sin ir más lejos, recordamos a Albert Ellis (1913-2007), padre de la psicoterapia cognitiva. Ellis fue un adolescente hiper-tímido, tenía pánico a hablar en público, y le horrorizaba hablar con mujeres, no podía ni acercarse a ellas. Pero a la edad de 19 años, planteándose qué sería de él si no lograba superarlo, decidió hacer algo. Desde su mente científica, para comprobar si su miedo tenía algún fundamento, se propuso la realización de un experimento personal: se forzó a sentarse, sin más, al lado de cada mujer que viera sentada en un banco, de las muchas que por entonces paseaban por el Jardín Botánico del Bronx. En su cuaderno anotaba lo que iba observando: “mira, esta no ha llamado a la Policía”, “esta no me ha vomitado a la cara”, “esta no me ha cortado el pene”…
Tras sentarse al lado de 100 mujeres en un mes, detuvo el experimento. No hacía falta más para comprobar que su miedo a las mujeres era totalmente irracional, ya que éstas no suponían amenaza alguna para él. No ligó en absoluto, ¡por supuesto!, pero su miedo a las mujeres desapareció. O dicho de otro modo… se lo curró.
Al margen de que esta técnica informal pueda ser o no recomendable en casos parecidos, lo cierto es que Albert Ellis entendió que un sufrimiento, un malestar, un problema, una necesidad… no pueden ser resueltas sin al menos un esfuerzo. Con frecuencia un sufrimiento largo solo puede erradicarse a cambio de aceptar otros sufrimientos temporales, a veces intensos, pero que si están bien fundamentados desaparecerán pronto.
¿Por qué esta resistencia al cambio? Lo que ocurre es que con cierta facilidad nos instalamos, cómodamente, en la rutina de la queja. Si las personas viven instaladas en la queja, en la demanda, en la reclamación… ¿qué podría suponerles encontrar la solución a sus problemas? Tendrían que instalarse en otra cosa, porque la queja como forma de vida ya no tendría sentido. “¡Cielos, ya no podré quejarme! ¿qué será de mi vida a partir de ahora?” La persona activa el pánico, y de ahí la resistencia, en ocasiones, a encontrar la solución.
¿Cuántas personas en nuestro entorno conocemos que rechazan soluciones, aun cuando las tienen al alcance de la mano, y persisten en quejarse, una y otra vez? Algunas no logran ver que la desesperanza que sienten, y la firme creencia de que es imposible salir de ahí, están alimentadas por el miedo intenso a cambiar, a cambiarse, o a encontrarse con alguien nuevo al mirarse al espejo el día de mañana. Alguien quizás más feliz… pero alguien diferente.