En estas fechas nos venden un mundo donde todos se quieren, todos se envían miles de deseos de ser los más queridos del mundo, quimeras de tarjetas navideñas.
Es una letra complicada esta de la cu, aunque es más antigua de lo que pensamos, ya los fenicios tenían la qoph, que a su vez desarrollaron a partir de los jeroglíficos egipcios. Sólo se utiliza, como sabemos, en el castellano, acompañada de la u muda, con las vocales e o i. Mi elección para esta columna se complicaba, pero claro ante las fechas navideñas una palabra se me vino a la mente: quimera.
Suena bien, no digan que no. En la mitología griega, Quimera era un monstruo híbrido, hija de Tifón y de Equidna, que vagaba por las regiones de Asia Menor aterrorizando a las poblaciones y engullendo animales, y hasta rebaños enteros. La RAE menos imaginativa la define como aquello que se propone a la imaginación, como posible o verdadero, no siéndolo. En estas fechas nos venden un mundo donde todos se quieren, todos se envían miles de deseos de ser los más queridos del mundo, quimeras de tarjetas navideñas, hoy en forma de repetitivos videos graciosos y melosos que se cuelan en la nochebuena mientras tu cuñado te dice que no es machista ni feminista, sino todo lo contrario, o en la televisión, un señor que nadie ha votado nos da lecciones de democracia y nos habla de un mundo irreal.
Pero más tarde o temprano llega enero y la quimera se convierte en lo que era, ese monstruo fabuloso que vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón. Se disuelven los buenos deseos, la vuelta al trabajo, a las clases, la cuesta de febrero, y en eso llega la quimera en forma de recibo de la tarjeta de crédito. Y lo quimérico, lo fabuloso e imaginado, se queda como suele pasar sin fundamento, y devorado por el otro gran monstruo mitológico, la realidad.