El confinamiento como privación de libertad deambulatoria, concatena graves efectos conductuales. Diversos estudios han alertado sobre el aumento de casos de salud mental con motivo del estado de alarma pasado. Me interesa hoy la ansiedad que algunas personas experimentaron de marzo a mayo de 2020 y recordar formas de mitigarlas y aprovecharla.
Dejando de lado el examen de proporcionalidad de la norma, que requiere de un estudio más profundo —por lo menos más que el llevado a cabo por el TC—, aquel Real Decreto 463/2020 olvidó una excepción pequeña pero importante: permitir salir de casa a dar un breve paseo. Sí, estaba prohibido. Todos del súper a casa. ¿Levantó la mano alguien en el seno del Gobierno el día antes de su publicación para advertir esta ausencia? El caso es que el elemento objetivo de que disponemos lo constituye la norma y ésta lo soslaya.
Se responderá que qué es eso de dar paseos cuando había tantos contagios. Las aspiraciones de este artículo son modestas. Pienso que salir de casa y olvidar el bombardeo de la televisión de aquellos días; darle al corazón y a los pulmones un poco de ritmo; ver otros rostros y dejar caer sobre la cabeza la indiferencia del inmenso cielo azul… estas cosas del paseo, hubieran ayudado a relativizar y calmar preocupaciones. Claro que un paseo no hubiera podido sustituir la atención médica no-covid que faltó esos días, pero hubiera ayudado. La soledad es dura y eso lo sabe hasta un ratoncito, como demostró un estudio de agosto de 2020, donde la mayoría de los ejemplares prefería la compañía de sus congéneres antes que una dosis de heroína. Vale, no somos roedores, pero sí animales sociales y consumidores de fármacos (España a la cabeza).
En el círculo cercano de aquellos días de confinamiento domiciliario, abundó la aceptación y perplejidad por lo inédito del asunto. También la satisfacción de ver interrumpida la eterna prestación laboral por cuenta ajena. Y sólo algunos, entre ellos predominaban talantes libertarios o liberales, reconocieron sufrir ansiedad por claustrofobia. No me refiero a negacionistas y manifestantes de temporada. Me refiero a esa minoría que desde los primeros días sufrió incomodidad e incomprensión por cuestionar proporcionalmente la forma de aquel duro confinamiento.
Por lo visto, a este tipo de ansiedad por claustrofobia le siguen comportamientos comunes. En primer lugar, se le adhiere una mentalidad escapista. El escenario en su conjunto empieza a dibujarse en su mente, se detallan salidas y conductos de aire y los movimientos ajenos son estudiados obsesivamente. La empatía con los protagonistas de La fuga de Alcatraz o Cadena perpetua es un síntoma de este tipo de ansiedad. En segundo lugar, el orden se revela fundamental en el espacio personal de dominio. Sin estructuración de los días, no hay objetivo alcanzable. Acabar sometido también a voluntades ajenas en lo doméstico sería ya excesivo. Conviene entonces disciplinarse con los tiempos. ‘No alargar el día, sino ensancharlo’, recomendaba Roberto Saviano que, de confinamientos sabe un güevo. Curioso caso éste, por cierto, de quien denuncia a los delincuentes y sufre la privación de libertad. Pero en fin, que a más desorden, más sufrimiento.
Los confinamientos como situaciones extraordinarias ofrecen oportunidades extraordinarias. Se aprende de sociología y algo de psicología. Y se ponen a prueba las ideas políticas, que si son digeridas sin tremendismos pueden incluso salir robustecidas democráticamente.