Para conmemorar el Día de los océanos se han realizado diferentes limpiezas de playas por todo el territorio español. Entre todas las basuras recuperadas, una de las más preocupantes son las llamadas redes fantasmas. Nasas, hilos, cuerdas de diferentes grosores, aparejos completos, anzuelos, plomos y flotadores son, por desgracia, habituales en nuestras costas y fondos marinos, provocando lo que se conoce como la pesca fantasma.
Se calcula que cada año se vierten al océano más de 10 millones de toneladas de basura, 200 kilos cada segundo. El 82% de estas basuras marinas son plásticos. El 80% proviene de tierra a causa de la mala gestión de nuestros residuos y el 20% restante se originan en el mar a través de actividades como la pesca y el transporte marítimo.
Según un informe de Greenpeace, el 10 % de las basuras marinas, unas 640.000 toneladas, corresponden a las redes pérdidas o desechadas que cada año acaban en nuestros mares y océanos, provocando la muerte de unos 136.000 mamíferos marinos, tortugas y focas.
Un ejemplo gráfico lo tenemos en lo que sucedió hace tres semanas en las costas de Mallorca, donde una ballena jorobada, de 12 metros de longitud y 25 toneladas de peso, quedó atrapada en una red de deriva, prohibidas en nuestras costas, y tuvo que ser rescatada por buceadores de la Fundación Palma Aquarium. Una semana después de este rescate heroico, apareció en las costas valencianas incapaz de nadar, extremadamente débil, muy parasitada y con diferentes heridas por su cuerpo, muriendo sin haber podido hacer nada por ella.
Aprovechando que esta semana se celebra el día de las tortugas marinas, no nos podemos olvidar de la tortuga boba que nada en el Aquarium de Roquetas de Mar. A Juan, así la conocen gracias a la persona que llamó al 112, le falta una aleta que hubo que amputarle al quedar atrapada en una red. Una historia con un final feliz, pero que podría ser más bonito si la liberasen y pudiese nadar en aguas abiertas.
Las redes fantasmas provocan atrapamientos, heridas, asfixia, falta de movilidad, imposibilidad de escape ante la presencia de depredadores, dificultades para la captura de alimento y la muerte por inanición.
Son asesinas silenciosas que afectan a otras muchas especies que a veces pasan desapercibidas como corales, cangrejos y también a las aves marinas que se tragan peces con anzuelo que los pescadores no se han cobrado, o que con sus patas se enredan en los hilos abandonados que en muchas ocasiones se llevan a sus nidos afectando a sus pollos.
Otras de sus víctimas accidentales son los perros que se tragan algún anzuelo mientras pasean por la playa, provocándoles desde pequeñas heridas en la boca hasta operaciones porque el gancho se ha quedado atrapado en el esófago o el estómago.
Un problema de difícil solución ante el que hay que empezar a tomar medidas. Una de ellas sería la de buscar nuevos materiales para la fabricación de redes. Antiguamente se fabricaban con cáñamo, pero la versatilidad del plástico, como ha pasado en el resto de sectores económicos, lo ha cambiado todo, aportándonos muchas ventajas y otros muchos perjuicios.
Otra de las medidas que se piden para solucionar el problema es la de acordar un ambicioso Tratado Global del Océano, que garantice una protección integral a la vida marina en aguas internacionales. No podemos olvidar que el 95% de los mares y océanos es desconocido para el ser humano, y que solo un 1% de lo mal conocido tiene alguna figura de protección.
Y por supuesto, lo que hace falta es una mayor concienciación por parte de todos, aunque principalmente de los pescadores que son los primeros interesados en conservar los mares. Denunciar las artes ilegales, las malas prácticas de algunos esquilmadores, que no pescadores, informar de las coordenadas donde pierden las redes para que se puedan rescatar, no abandonar las estropeadas en alta mar o marcarlas con GPS, sería de una gran ayuda.
Los océanos son los grandes desconocidos, pero de su conservación depende nuestro futuro. En ellos surgió la vida y posibilitaron que se crease la atmósfera respirable que nos protege, nos ayudan a regular la temperatura del planeta, protegen el 80% de la biodiversidad y capturan el dióxido de carbono que está provocando el cambio climático.
Una red espera desde hace tres años enterrada en una playa del Cabo de Gata. Sabemos que tiene los restos de algún animal atrapado, pero la pandemia y la falta de coordinación, han impedido que la saquemos. En su momento se denunció, pero ahí sigue, así que al final dependerá de la ciudadanía, de que un día, carguemos las palas en un tractor y hagamos lo que tenemos que hacer. Quizás sea este verano.
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