La reina, el rey, los reyes, Annie Leibovitz y la estética del poder

Dos retratos para una única imagen, la de la monarquía española. El trabalenguas empieza así. El trabalenguas o la realidad, que siempre es más diversa de lo que parece

Realizado por Annie Leibovitz, retrato de los Reyes de España, don Felipe VI y doña Letizia.

Se acaban de dar a conocer unos retratos de la reina y el rey que pudieran interpretarse como uno solo, pero a la vez son dos. Este primer acertijo parece el contexto de origen para interpretar una fotografía que los medios de comunicación y el Banco de España desean que nos interpele a todos nosotros, más allá del dinero que haya costado la fotógrafa mejor pagada del mundo, una información que subrepticiamente se desea transmitir para que no quede duda del prestigio y calidad de origen de los retratos. Elementos, todos, que forman parte igualmente del retrato díptico. Es curioso, sin embargo, que en tiempos de decadencia galopante de la cultura visual, y de la banalización de la fotografía, la noticia del díptico haya quedado ilustrada, en los diferentes medios, por fotografías de prensa de muy diversa calidad.

Dos retratos para una única imagen, la de la monarquía española. El trabalenguas empieza así. El trabalenguas o la realidad, que siempre es más diversa de lo que parece. Los dos en el mismo salón, ya de todos conocido, de un palacio real que no habitan, algo que muestran incluso sin desearlo: parecen dos figuras ajenas al lugar, puestas allí como figuritas, a diferencia de los dos retratos de Elizabeth II en Buckingham Palace. Letizia parece que llegó de la nada y está ahí, mirando a la nada. Llegó de alguna parte y se detuvo en mitad del salón, de suerte que la seda de su atuendo todavía sigue en movimiento, o estaba muy almidonada. La luz que entra por la ventana, a su espalda, irrita, pero no la ilumina a ella. El tratamiento de la luz no sigue las leyes de la Física en este retrato: nada que ver con Vermeer. La performatividad de su gesto, en algo felino, parece muy tratado digitalmente. Su figura parece una imagen superpuesta sobre el salón que le ofrece tres sillas donde poder sentarse. Una de las cuales, también vacía, es el puente de unión estética hacia el rey y su marido. Pero hay otro elemento estético que une los dos retratos y ofrece la idea de que serían solo uno: la moldura que parece separar la pared y el techo.

A través de la silla, insistentemente vacía, y de la moldura, indeclinablemente en caída, llegamos al espacio más oscuro que ocupa el rey, donde las leyes de la Física, en lo tocante a la luz, funcionan mucho mejor. El manierismo que presenta la figura del rey sorprende, en especial por el alargamiento de su brazo, no se sabe si para sujetar la mesa o para sujetarse él, pero está demasiado baja para su estatura. Su apostura regia queda, así, en algo satirizada, quizá. Su gesto es adusto, viejo, y tampoco mira a ninguna parte. La diferencia, una vez más, con los retratos que la misma Leibovitz hizo de Elizabeth II: aparecía tan habitante del palacio como del bosque.

Todas las líneas indican una caída hacia la derecha del espectador y quizá la caída de su hombro, para el espectador es el izquierdo, pudiera querer compensar esa caída, que incluso acentúa más la puerta fuera de su eje. La silla, junto a él, cortada, está vacía y crea la idea de que ahí hubiera debido sentarse Letizia.

En esta fotografía hay algo de banal y mucho de construido. No me atrevería a decir que en los retratos de Elizabeth hay mucho más cuidado en la construcción de la performance, aunque bien parecería que Elizabeth queda retratada como gobernadora de su propia imagen y que el poder sobre la imagen de los reyes Felipe VI y Letizia hubiera quedado en manos de Annie Leibovitz. Lo que no sé es por qué, ni para qué. ¿Qué quiso expresar Leibovitz con el díptico?, es un misterio para mí; me resultaría mucho más sencillo, porque lo percibo más evidente, atravesar el significado de los retratos de Elizabeth II.

El díptico me ofrece una imagen anecdótica de la fotografía misma, al mismo tiempo que está llena de elementos que pudieran atribuir la anécdota a los reyes mismos. El poder de la fotografía de sorprender y captar momentos de realidad no es el objetivo de esta obra, que está, creo, concebida como la pintura de una pintora con medios digitales a su alcance y conocimientos compositivos y comunicativos evidentes. Los retratos de Elizabeth serían, así, fotografías de estudio para un gran salón y las fotos de los reyes serían, aparentemente, fotos hechas para Instagram. Espero no confundirme al pensar que la banalidad que pudieran mostrar estas fotografías está impostada. Y anoto que la calidad de las fotografías de Elizabeth II, publicadas por la prensa, es enormemente mayor que las disponibles sobre los reyes.

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