Por si no volvemos a saber de ti, por si no despiertas; por si lo haces, pero no recuerdas; por si las emociones que experimentamos aquella tarde se diluyen con el transcurso de otras muchas, déjame plasmar ahora lo que once agentes de la Policía Nacional vivimos a tu lado, cuando te encontramos sin vida en una acera...
“Una mujer se ha desplomado en la vía pública. Parece que no responde a ningún estímulo”.
No pasaron tres minutos desde que recibimos aquel comunicado y ya estábamos allí, gracias a la ayuda de numerosos viandantes que nos indicaron el lugar preciso donde te encontrabas. Te habían colocado en posición lateral de seguridad y, por unos segundos, quisimos creer que estabas a salvo, víctima de un simple desvanecimiento, un golpe de calor tal vez.
La realidad era bien distinta: estabas inconsciente, no respirabas, no tenías pulso. En ese instante comenzamos la reanimación.
Apenas habíamos iniciado la maniobra cuando otros cinco agentes se sumaron a lo que, sin duda, pasó a ser un operativo de rescate. Las tareas se diversificaron: a tu alrededor dispusimos un vasto perímetro de seguridad, localizamos a las personas que te vieron derrumbarte mientras recorrías aquella avenida, filiamos a tus primeros asistentes, cerramos el tráfico del carril inmediato a la acera en la que yacías y reiteramos la solicitud de una ambulancia.
Diez, tal vez doce minutos intensos, pero en los que todo sucedió tal y como debía. Y entonces hicieron acto de presencia aquellos que deberían devolverte a la vida. Te aseguro que me sigue emocionando ver trabajar a los sanitarios que, día tras día, dan lo mejor de sí por los demás.
Esta vez sería una dotación del 061 la que obraría el milagro. Nos pidieron que mantuviésemos las compresiones torácicas mientras ellos comprobaban tus constantes vitales, te preparaban una vía, te inyectaban adrenalina. Por muchas que sean las veces que les veo actuar, no deja de sobrecogerme su profesionalidad y entrega. Nuestro mejor seguro de vida son ellos, sin duda.
Abandoné la rueda de relevos que habíamos establecido para practicarte la reanimación y, agotado, me puse en pie. Y fui entonces consciente de cuanto acontecía: te rodeaban agentes uniformados y de paisano, cada uno con un cometido específico e imprescindible en aquellos instantes. Por la Avenida Juan Carlos I dejaron de transitar peatones. Algo similar ocurrió —aún no conocía el porqué— con el tráfico rodado: menguó, se ordenó... Era como si nadie que fuese consciente de tu situación quisiera perturbar la labor de los sanitarios. Más tarde supe que mis compañeros Hércules —seguro que los has visto en más de una ocasión callejeando por Cádiz con sus motocicletas— habían salido de su distrito y, por iniciativa propia, habían asumido la regulación del tráfico en aquella vía. Agentes de paisano se hicieron cargo de tus pertenencias, hablaron con tus familiares: estaban allí para lo que fuera necesario.
No solo esto sucedió durante la hora larga en que tuvo lugar la intervención.
La malla en la que operamos guardó un escrupuloso silencio. Y es que mientras estábamos contigo no hubo hurtos, ni robos, ni se produjo ningún hecho delictivo o suceso alguno de carácter asistencial o humanitario que precisara de la intervención policial —no digo solo en nuestra ciudad, me refiero también a aquellas otras localidades con las que compartimos canal en el equipo de transmisiones—. Todos teníamos que estar junto a ti; y lo estuvimos gracias a los cinco policías que, sin estar contigo, sabían de ti, y se encargaron de derivar las llamadas que entraban en el 091 a otros servicios de emergencia.
De algún modo, Cádiz entera se detuvo por ti.
José termina en dos días su período de prácticas. La semana que viene le entregan carné y placa, e irá destinado lejos de su casa para seguir asombrando, con su buen hacer, a todos cuantos tengan la fortuna de trabajar a su lado, tal y como ha sucedido en esta nuestra plantilla.
José es uno de los policías en prácticas que tuvo un papel crucial en lo que aquí narro, el de la fotografía, el que más tiempo estuvo a tu lado practicándote la reanimación cardio-pulmonar: no abandonó la rueda de relevos hasta que no te vio entrar en la ambulancia.
Te contaré un pequeño secreto, aunque ello suponga traicionar un tanto la confianza de mi compañero, pues me lo contó bajito, al oído, cuando te vimos partir, ya con vida, rumbo al hospital. José empieza una nueva etapa como profesional (que todos cuantos le conocemos deseamos que se extienda por al menos cuarenta años más), pero mientras tú te alejabas me confesó que duda de que, a lo largo de la misma, vaya a realizar un servicio más importante que el que desarrolló, en aquella su última tarde con nosotros, cuando te encontró en la calle y sin vida en una acera de Cádiz.
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