Desde el ahorcamiento en 1886 de los llamados mártires de Chicago, condenados en un juicio sumario y sin garantías por exigir la jornada laboral de 8 horas que la patronal no cumplía, aunque en teoría era ya legal, han pasado 135 años.
En 1889, el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional declaró festivo este día para rendir homenaje a los trabajadores sacrificados en lo que en realidad fue un proceso político a libertarios y comunistas. En Europa los gobiernos de España y Francia fueron los primeros en establecer la jornada laboral de 8 horas en 1919 y en conmemorar el 1 de mayo en recuerdo de los obreros norteamericanos. En principio como Día Internacional de los trabajadores, celebración que se extendió a la mayoría de países, aunque a partir del siglo XXI, para suavizar su fuerte carga reivindicativa, se le dio el nombre de Día del trabajo (Labor Day), sobre todo en EEUU y Canadá, donde incluso se cambió la fecha por miedo al auge del socialismo.
La máxima de los sindicalistas de Chicago era: “ocho horas para el trabajo, ocho para el sueño y ocho para la casa”: se pensaba que así podría haber más puestos de trabajo y menos paro. En esas últimas décadas del siglo XIX las condiciones laborales eran durísimas: jornadas de entre 12 y 16 horas, fuerte disciplina, sueldos bajos, ausencia de unas mínimas condiciones de higiene y salubridad. El empleo de menores de 16 e incluso de 14 años era muy elevado, porque sus familias los necesitaban para sobrevivir. Se podía llegar a trabajar seis e incluso siete días a la semana.
En Jerez la mayor parte del empleo se centraba en el campo en condiciones de miseria. Los salarios de los obreros agrícolas —hacia 1900 de 1 a 1'5 pesetas diarias—, estaban bastante por debajo del de los industriales, además de que no trabajaban todo el año. Una situación especialmente escandalosa era la de los jornaleros de Andalucía y Extremadura: trabajo a destajo de todos los miembros de la familia, de sol a sol, más de 16 horas diarias durante la siega de las mieses, el vareo de los olivos y la recogida de la aceituna, o la vendimia. Y todo ello no aseguraba una alimentación suficiente para todo el año.
Esto explica el creciente auge del movimiento obrero, que empieza a ser considerado peligroso por las élites dominantes. En 1883 los Siete de la Mano Negra -supuesta organización anarquista acusada falsamente de crímenes y otros delitos- acabaron ajusticiados a garrote vil en la plaza del Mercado de Jerez. Las principales organizaciones campesinas se disolvieron en 1888, pero en 1892 entre 500 y 600 campesinos asaltaron la ciudad -sin éxito-, para liberar a los presos y fundar una comuna. Cuatro de ellos fueron también ejecutados.
En 1888, el “año de los tiros”, en Riotinto (Huelva), tras tres días de huelga, una gran manifestación reclamó condiciones de trabajo dignas, sin gases contaminantes de las minas a cielo abierto (las llamadas “teleras”). Se pedía también la reducción, entre otras demandas, de las 12 horas de trabajo que soportaban diariamente incluso niños y mujeres, que la Rio Tinto Limited Company empleaba como mano de obra esclava. La manifestación fue sangrientamente reprimida por la Guardia Civil, en connivencia con las autoridades, a quienes la compañía inglesa manejaba a su antojo. El resultado: más de 200 muertos.
En nuestro país, entre 1923 y 1930, el 1 de mayo se celebró sin manifestaciones debido a la Dictadura de Primo de Rivera, pero con la Segunda República volvió a conmemorarse en las principales ciudades, hasta que con Franco se convirtió en el “Día de San José Obrero”. Durante la dictadura no había oficialmente paro, en realidad porque los jóvenes de pueblos enteros (sobre todo andaluces) se iban a trabajar como Gastarbeiter a las fábricas alemanas, mientras ellas limpiaban las casas de las familias adineradas de la burguesía parisina.
Ya en democracia, en la Constitución de 1978, artículo 35, se declara:
“Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo”. En nuestro Estatuto de Autonomía (art.11), se consideran a este respecto los mismos derechos y deberes que en la Constitución. Esto es, simplemente, papel mojado.
Muchos que votamos por primera vez en 1982 y nos creímos lo de los 600.000 puestos de trabajo prometidos por Felipe González, después de 43 años constatamos que la situación del mundo laboral, en vez de mejorar, ha ido deteriorándose progresivamente hasta llegar a niveles inimaginables.
El trabajo, de ser un castigo bíblico, ha pasado a ser privilegio de unos pocos en medio de una competitividad inhumana. Eso que decía G. Bernard Shaw, “dichoso es aquel que mantiene una profesión que coincide con su afición”, es hoy una absoluta utopía. Lo de las jornadas de ocho horas de los trabajadores de Chicago, otra. Ahora no son jóvenes sin estudios los que emigran, sino ingenieros, arquitectos, médicos, enfermeras. Ahora se puede llegar a pagar miles de euros por tener un trabajo. Ahora muchos empresarios no pagan las cotizaciones a la Seguridad Social, por lo que cuando los trabajadores son despedidos tampoco pueden cobrar el desempleo o lo cobran sólo en parte. Ahora no puedes elegir lo que te gusta: hay que coger lo que salga. Y lo peor es que estas barbaridades se han llegado a normalizar.
La tasa de paro juvenil en Andalucía es hoy superior al 52%, once puntos más que hace un año y 10 puntos más que la media nacional, siendo bastante más alta entre las mujeres. Y si se consigue un empleo, éste es precario, mal pagado, sin horario, sin salario en tiempo y forma, con horas extra que tampoco se pagan la mayoría de las veces, pura explotación. Es cierto que la pandemia tiene mucho que ver, pero ¿por qué el salario de las empresas en ERTE se cobran tan tarde?¿Para cuándo la derogación de la Reforma Laboral de Rajoy?
La Bahía de Cádiz ha ido perdiendo industria durante años, situación agravada con el anunciado cierre de Airbus. Más de 1000 trabajadores serán despedidos en Andalucía por el ERE de CaixaBank, y 381 por los recortes del BBVA, el 17, 6 % de su plantilla en nuestra comunidad, mientras los altos ejecutivos bancarios se suben el sueldo de manera obscena, a la vez que las comisiones a sus clientes. Y no hablemos ya del trato en la base de Rota a los trabajadores españoles, cuyas protestas contra irregularidades laborales de los militares norteamericanos no han sido escuchadas por la administración.
Con todo, los más desafortunados son los chavales extutelados de la Junta de Andalucía, que llevan a cabo el duro trabajo de la recogida de la fresa cerca de Almonte (Huelva): ganan 39 euros por siete horas de trabajo al día, lo que viene a ser 5 euros y medio la hora, y esto gracias a un acuerdo entre algunas ONGs, como Voluntarios por otro mundo, de Jerez, con la empresa Freshhuelva. O las temporeras marroquíes que además de incumplimientos de condiciones de trabajo y trato vejatorio, tienen que soportar acoso y abusos sexuales sin que sean siquiera investigados. Frente a los discursos de odio de partidos ultra, que por cierto deberían ser ilegalizados, hay que proclamar alto y claro lo que decía Blas Infante: “En Andalucía no hay extranjeros”.
Y ahora pongamos que hablo de Madrid, como cantaba Joaquín Sabina. En la capital del reino hay un mercado laboral, en la Plaza Elíptica, donde docenas de inmigrantes sin papeles se concentran cada día a la intemperie desde antes del amanecer y compiten por un trabajo sin contrato, que les ofrecen desde sus furgonetas empresarios autónomos que pagan por horas y en negro. Este cuadro vergonzoso me recuerda la escena habitual no hace tantas décadas en las plazas de los pueblos andaluces: los manijeros decidiendo quién iba a comer ese día y quién no.
Hay una clara involución en el mundo del trabajo, una falta de contrato social, una sociedad desestructurada, lo que, junto con el desencanto respecto a la clase política, es un caldo de cultivo fácil para el crecimiento del fascismo, que, sin creer en ella, se aprovecha de la democracia para destruirla. No sería la primera vez.
Por eso, urge una respuesta real de los sindicatos y de la administración. El primero de mayo de 2021 no puede ser un día de fiesta, de celebración, porque demasiada gente lo está pasando mal. Hay que tomar las calles, hay que visibilizar los problemas, reivindicar la dignidad, pedir otra vez la jornada laboral de ocho horas, el derecho a desconectar y a separar la vida privada y familiar de la jornada laboral, hoy confundidas en el teletrabajo.
Hay que volver a combatir como los mártires de Chicago y como los que vinieron después. Andaluces, levantaos.