Las estructuras capitalistas modernas han fomentado la idea de "resiliencia" como actitud moral positiva a tomar ante la vida y la sociedad, tanto para individuos como para colectivos.
Es un engaño masivo. La idea subyacente es generar nuevos sistemas de alienación de las clases populares frente a las élites extractivas.
En palabras populares, cuando alguien te dice que debes ser “resiliente” te está diciendo “jódete sin protestar, capullo”.
La épica de "resistir" es falsa. No encontrarás a ningún pobre satisfecho de su capacidad para resistir un mes más pagando el alquiler y la luz. Solo lo verás angustiosa y momentáneamente aliviado.
Los que sacan pecho por su "resiliencia" solo son, o bien beneficiarios de la red clientelar de las élites, o integrantes de dichas élites que se resisten a ser expulsados por otros grupos de poder del disfrute de sus privilegios, al tiempo que procuran mantener adormecidas a las masas.
La vida no va de sobrevivir. Ni de resistir. Es este un mantra exigente que además revictimiza al disidente contra tal orden de las cosas: “si te quejas, eres un quejica. Si protestas, un llorica. Si no sabes sangrar y resistir como es tu deber, es que eres un insolidario”.
Este tipo de argumento discursivo es corrosivo y tóxico y siempre es empleado por alguien cuyos problemas principales de tipo socioeconómico tienen más que ver en cómo mantener su cartera de acciones, o sus seguros médicos privados y exclusivos, o sus futuras vacaciones en Tokio o Venecia.
Y ahora viene una derivada discursiva típica: la inmediata acusación de envidia o fracaso dirigida a quien critica estos hechos así relatados. Es una acusación feroz que también “compra” a menudo el pobre resiliente. La acusación se estructura así: “usted debe aceptar el derecho del rico a serlo, es usted un envidioso que sufre ante el deseo de ser como ellos”.
Ni una cosa ni otra. Aquí solo se critica la hipocresía del discurso. Nada se debe tener en contra de la acumulación de la riqueza en una persona o una familia, si se ha conseguido con su talento y esfuerzo, sin forzar las leyes cuando son justas, y si tal fortuna se ha conseguido sin explotar o engañar a otros. Que nos disculpen los aludidos.
El asunto es que este tipo de discursos obedece a una lógica de exclusión social y estratificación que abiertamente pugna por cortar las alas de cualquier ascensor social.
Fomenta la idea del “sálvese quien pueda”, “resista usted como pueda”, que a su vez impide la conciencia de clase y la estructuración de propuestas políticas populares y de regeneración democrática de la actividad política y económica.
La vida no va de resistir. Va de vivir, de disfrutar, de tener suficiente para sonreír, sin tener que pensar si un ruso va a tirar una bomba en tu casa, si un ciudadano de Oriente Medio va a destruir el hospital de tu barrio o va a asesinar a tu hermana en un concierto de música. La vida tampoco va de ver cómo vas a hacer este mes para pagar la luz a Endesa.
Esta forma de estructurar la sociedad está diseñada para terminar de robarnos la poca libertad y dignidad que nos han dejado.
Es una estrategia de poder y manipulación para poner a pelear a clases populares y clases medias entre sí, utilizando el egoísmo humano como motor de discordia.
Claro que los seres humanos somos resilientes, pero no para que las élites y sus clanes clientelares puedan vivir a costa de quienes mantienen toda la estructura.
Pronto las élites que manejan estos discursos entenderán por qué esta estrategia de manipulación social es suicida para sus propios intereses. Y cómo esta manera de pensar abrirá las puertas a democracias imperfectas y autoritarias, y a un populismo más propio del tiempo de entreguerras del siglo XX, todo ello dirigido por una generación entusiasmada con Dolce & Gabbana, en la que TikTok reina y Meta gobierna. Una generación que por supuesto es la más preparada de la Historia -otro mantra-, aunque no sepan distinguir a Sartre de Llongueras, ambos genios en lo suyo.
Agarraos porque vienen más curvas.