Este verano ha fallecido en su casa de Los Barrios Jesús Ynfante, cuyo cuerpo fue incinerado el pasado 18 de julio. Aunque había nacido en Ubrique en 1944, su familia se trasladó a Jerez, donde su padre ejercía la medicina. En esta ciudad se crio y aquí solía volver y mantuvo vínculos y amistades. En su momento, fue considerado el autor de los títulos más incendiarios de la democracia española, o más bien, de ese período que él llamaba la transición de nunca acabar y que llegaría prácticamente hasta nuestros días.
En realidad, su actividad había comenzado antes de terminar el franquismo, desde el exilio. En París, en la mítica editorial de los exiliados españoles, Ruedo Ibérico, publicó La prodigiosa aventura del Opus Dei: génesis y desarrollo de la Santa Mafia. Corría el año 1970. La dictadura franquista se había servido de los célebres tecnócratas del Opus para propiciar el llamado desarrollismo. Era la primera vez que un escritor español afrontaba el fenómeno de la llamada “Obra de Dios” y su relación con el fascismo, el capitalismo y la burocracia.
El volumen resultó una bomba ante un régimen que no admitía la menor crítica. Prohibido en España, se convirtió en un superventas clandestino, excelentemente documentado y escrito con enjundia literaria, pero sin trabas ni circunloquios. Todavía recuerdo que, a principios del actual siglo, en cierta librería de viejo jerezana, un cliente lo adquirió y, como fuera que el librero aún no tenía bolsas ni papel de regalo, le pidió que se lo envolviera al menos entre unas páginas de periódico, porque temía pasar con ese título a la vista por las calles de Jerez.
El libro no sólo convertía a quien lo escribió en enemigo público de la dictadura de Franco, sino que le confería prestigio internacional. Aprovechó el exilio —también estuvo en Londres— para completar su formación universitaria y afianzarse como periodista y escritor. En Francia publicó más libros, dedicados a los negocios sucios del franquismo. Fue el primero en destapar asuntos turbios que después darían mucho que hablar, a los que dedicó títulos como Los negocios de Porcioles: las Sagradas Familias de Barcelona (Tolouse: Monipodio, 1974) o Los negocios ejemplares: Rumasa, Sofico, Matesa, los negocios del “Caudillo” (Tolouse: Monipodio, 1975). Ya no regresaría a España sino tras la muerte del dictador. En Ruedo Ibérico publicaría también, en 1976, El ejército de Franco y de Juan Carlos. Su investigación sobre La fuga de capitales y los bancos suizos salió en 1978. Además, publicó obras en francés, idioma que dominaba con soltura; y el Libro negro de la colza: el misterio del síndrome tóxico por el aceite (1982).
El tema del Opus y su fundador le darían para varios libros más, acuñando el término de “turbosantidad” al referirse a la rápida canonización de José María Escrivá. Su vena satírica era indomable, como se puede comprobar en su novela El silencio de la termita (1983), cuyo título encierra una velada alusión a la abeja de Rumasa. En Madrid dirigió El cocodrilo: semanario satírico de información, inspirado en el francés Le canard enchainé —donde había colaborado—, pero dimitió a los pocos meses, el 24 de septiembre de 1984, según el ABC del día siguiente, ante el convencimiento de que se habían iniciado conversaciones para que Alianza Popular aportara dinero a la publicación.
En 1998 publicó Los muy ricos: las trescientas fortunas más grandes de España. Me dejo varias en el tintero, pero no puedo evitar referirme a su última obra editada: La cara oculta del Vaticano (Foca, 2004), donde se revelan intrigas económicas y de poder sobrecogedoras. Entre sus escritos inéditos de los últimos años, queda un singular estudio sobre “La Remonarquía española”. Mucho se ha hablado acerca de las fuentes de las que se servía Jesús y hasta se ha puesto en duda su existencia real, especulándose que tras su nombre se escondía un grupo de intelectuales en el exilio. En el “Mapa Literario de Jerez”, que tuve ocasión de escribir en 2006 para la revista madrileña El Invisible Anillo, ya recogí esta especulación y la desmentí, dando fe de que se trataba de un extraordinario autor, exquisito degustador de los más viejos jereces.
Jesús Ynfante era un hombre de una enorme dimensión intelectual, que dispuso de una gran capacidad de trabajo y unas dotes de investigación detectivescas, para desenmascarar a quienes se aprovechaban de su privilegiada posición social. Vista con la perspectiva de los años, su figura adquiere tintes épicos, con un planteamiento ético insobornable. Hurgó por las cloacas del Estado y los entresijos del Vaticano, destapó tramas oscuras y se ocupó de los asuntos escabrosos de su tiempo, poniendo en evidencia a los poderosos. Su lema era: “La mano que levanta la tapadera nunca ha sido la causa del humo que sale del puchero”. Por ello pagaría un alto precio. Su última etapa estuvo condicionada por el aislamiento y la precariedad.
En la red podemos encontrar momentos de su intervención en La Clave, aquel memorable programa presentado por José Luis Balbín en Televisión Española, que reunía a escogidas personalidades en torno a un tema semanal, así como el documental Escándalos económicos del franquismo, de 2005, donde es entrevistado.
Jesús Ynfante me honró con su amistad durante años. El fustigador de hipocresías y corrupciones, que no se cortaba un pelo a la hora de desnudar la realidad, en el trato próximo, era una persona encantadora, de amables maneras y alegre simpatía. Tenía un gran corazón, una muy buena educación y una genial liberalidad. Siempre recordaré su presencia durante la presentación de mis Cuentos con alcohol en la Feria del Libro de Cádiz de 2002, que surtió de una buena cantidad de botellas de 51 Primera y Amontillado del Duque para agasajar a los asistentes. Amaba intensamente la vida.
Un vecino suyo de Los Barrios, Ángel Tomás Herrera ha escrito para un digital de allí una sentida necrológica, donde, además de su trayectoria, destaca la bonhomía y la educación de Jesús y concluye que “decir la verdad resulta siempre imperdonable, te termina postergando al olvido, a la soledad”. Un olvido del que sólo podemos ya rescatar sus libros —el legado clásico de una época revuelta—, difíciles de encontrar, pero que aguardan siempre a un lector crítico y ávido de conocimiento. La muerte no termina con todo.
Mauricio Gil Cano