Al llegar el otoño, muchas plantas inician los protocolos de defensa ante la hambruna del invierno, cuando las horas de luz se reducen y la tierra se enfría. La primera estrategia consiste en desprenderse del follaje ya innecesario, demasiado costoso de mantener, desencadenando en su organismo la producción de una hormona llamada etileno. Esta sustancia tapona los peciolos de las hojas de forma que impide el paso de savia hacia ellas.
Privadas de savia, las hojas interrumpen la fotosíntesis y entonces la clorofila, que es lo que da el color verde a las hojas, se degrada. A medida que desaparece la clorofila, se hace visible el color rojo que está retenido, enmascarado bajo el verde veraniego. Este rojo lo producen sustancias un poco más resistentes que la clorofila, y que por tanto se degradan más lentamente que ésta.
Así, el color rojo es, en las hojas caducas, la señal de una privación. Lo mismo ocurre, salvando las diferencias, en las pinturas de Picasso, quien afirmaba que ponía rojo cuando no tenía azul. Partiendo de esta premisa, cabría preguntarse qué color faltó a Susana Díaz cuando se mostró de rojo impecable durante el desfile del Día de la Hispanidad, si el azul, o acaso el naranja.
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