A poco que uno escarbe en el porcazal extremista de la ultraderecha española, se percatará de que el recetario económico que defiende, dista mucho del estatalismo paternalista con el que se alzaron sus referentes históricos, Hitler, Mussolini y Franco.
Por el contrario, la nueva horda fascista, impulsada desde importantes sectores económicos, los mismos que auparon a Ciudadanos y que ahora le dan espalda, imprime en su ideario una dogmática puramente ultraliberal. Para estos cencerros adornados de cuello y carne, lo que hay que garantizar desde el Estado, no es más que un orden a partir del cual se produzca una auténtica ley de selva, darwinismo social en ristre, a fin de que la “mano invisible” del capitalismo guíe con sus designios el destino de las mayorías. Ni educación, ni sanidad, ni pensiones, ni vivienda, tan solo seguridad exterior (ejércitos), seguridad interior (policías) y legitimación formal (tribunales). Todo esto sazonado con una perorata antifeminista, anticomunista, patriotera, racista, que intenta enmascarar lo que es evidente: que Vox es un movimiento que busca perpetuar el poder de las élites, utilizando para ello un refinado engranaje contrainformativo, para aprovechar el descontento de las clases populares. Se trata de un vil ejercicio de utilización del descontento de aquellos cuyo propio sistema ha imposibilitado prosperar.
Si se tienen en cuenta los discursos y las practicas del nuevo/viejo fascismo español, es fácil considerar que lo que hace unas horas ha expresado con rotunda sinceridad el Ministro Principal de Gibraltar, señor Picardo, no es más que la verdad, por muy dolorosa y terrible que esta sea: “Vox representa el tiro en la nuca y las cunetas”. Escuchando, hace algunas semanas, como cientos de miembros de Vox cantaban en un recinto de Jerez, “soy el novio de la muerte, muchos se preguntaron, por qué en vez de trasladar al resto de la sociedad su mensaje de odio muerte, no daban un paso más en el sentido que les marcaba la propia canción.
Quien le ha dado réplica amenazante a Picardo ha sido Rosety, diputado de Vox, que siendo antiguo brigada de infantería de marina, no se ha mojado por la democracia española en su vida. Quizá porque sea contrario a la misma democracia. Prueba de ello, es que fue uno de esos militares que firmaron en el verano del 18 un manifiesto de apoyo y alabanza del dictador español. Su participación en este manifiesto fascista fue de tal grado, que el entonces ministro Morenés le obligó a dimitir de su cargo en la Real Orden de San Hermenegildo. La desfachatez de este personaje, su iracunda rigidez, su odio a los demás, le han llevado a posiciones en las que niega al común de los mortales lo que el tiene para sí. La mamandurria estatal, que denuncia cuando el erario público tiene como destino a los más desfavorecidos, es la que le lleva alimentando, de manera más que generosa, durante toda su vida. ¿Qué sería de Rosety sin los derechos que muchos demócratas han logrado para todos y todas? Quizá sería un jubilado más, que miraría con distancia, desde la pobreza, como miles de jubilados claman en todo el país por una pensiones dignas. Quizá Rosety caminaría solo, amargado, tarareando, con razón, lo de “soy un novio de la muerte”.