La foto, amablemente remitida por la presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet, es la constancia gráfica de mi comparecencia ante la Comisión Consultiva de Nombramientos el pasado mes de enero. Agradezco a la presidenta el gesto, sobre todo, porque me ayudará a no ignorar la realidad o a atribuir a un mal sueño mi participación en el trámite en el que se iba a dar conclusión al concurso público para la renovación del Consejo de RTVE, incluida su presidencia.
La mascarilla me recordará siempre que estábamos en plena pandemia, a la vez que, mirada retrospectivamente, tengo la impresión de que ha empezado a adquirir una dimensión creciente de metáfora. El virus de la contaminación política de la Corporación, que la convocatoria de un concurso democrático de méritos estaba llamada a erradicar, ha terminado campando por encima de máscaras y mascarillas. ¿To pa' ná?, me inquiere un paisano andaluz tentado de darme el pésame por haber sido finalmente descartado en la elección del pasado 25F. Como no ha sido el único en requerir mi opinión sobre el tema, me decido a hacer públicas algunas reflexiones sobre la experiencia vivida, a sabiendas del peligro de que sean interpretadas como despecho. Asumo el riesgo.
Mi conciencia está libre de cualquier resquicio de resentimiento. Quienes me han escrito o llamado preguntando al respecto saben que lo primero que les he dicho es que me parecía un grandísimo acierto que, en el juego de carambolas de la negociación entre partidos, el presidente elegido haya resultado ser José Manuel Pérez Tornero. He repartido un buen puñado de wasaps con ese mensaje y, en mi círculo más próximo, pueden atestiguar algo más: que lo había mencionado como uno de los mejores candidatos antes de que el concurso entrara en su última curva. Aunque es dos años más joven, tengo de Pérez Tornero el recuerdo que dejan los buenos profesores, los que saben contagiar la pasión por la materia que imparten. Semiótica para el caso. Universidad Autónoma de Barcelona. De Almería él, yo de Jerez de la Frontera. Otro motivo de conexión entre dos andaluces en la Cataluña de los 80.
Aquella "aventura del saber" llevaría a otra en la televisión pública de la que, a partir de ahora, será presidente. No me cabe duda de que esta será la más difícil y arriesgada de todas. Es probable que la semiótica le ayude a relativizar los discursos de algunos de los consejeros emisarios con los que tendrá que bregar, pero es seguro que sabrá embridarlos con su talante sereno y un punto oriental, y con su indudable capacidad para construir discursos incluyentes y proyectos, que trasciendan las minucias partidistas y empiecen a tener la hechura de estrategia. Así lo evidenció de manera elocuente su comparecencia en la Comisión del Congreso.
Pero ¿y todo lo demás? ¿Dónde han quedado los alegatos de renovación de quienes promovieron el concurso? ¿Qué tipo de evaluación es la que han ejercido los diputados y diputadas "entrevistando", a razón de diez minutos per cápita, a los casi noventa candidatos? ¿En qué remoto rincón ha quedado archivada la que hizo durante meses un Comité de Expertos cuyas conclusiones publicó el BOE? Y qué decir de los recursos, incluido el de un exconsejero dirigido nada menos que al Tribunal Constitucional. Una prolongación tortuosa de un proceso ya finiquitado. Una judicialización extemporánea que solo servirá para evidenciar la falta de juicio con la que se ha procedido a lo largo de más de dos años y en medio de dos legislaturas.
¿Dónde han quedado los alegatos de renovación de quienes promovieron el concurso?
La legitimación que suponen los apabullantes dos tercios de votos a favor de la lista negociada entre partidos no puede ser cuestionada, pero tampoco debe utilizarse como una gruesa capa de pintura que cubra las taras de un no-concurso presentado como prodigio democrático. En el camino se han quedado propuestas y personas que hubieran aportado sabia savia y aliento renovador a una Corporación confrontada al desafío de hacerse acreedora de la confianza de la ciudadanía, que es la razón de su existencia. No seré yo quien, a estas alturas, ponga en duda la competencia de quienes finalmente integrarán la cúpula de la radiotelevisión pública, ni quien caiga en la tentación de hurgar en las anotaciones de los expertos referidas a algunos de ellos, pero sí quien, como ciudadano, espere y demande que no se repita la historia de los consejeros de siempre, meros emisarios de los partidos a los que debían sus cargos.
La independencia es, a la vista de cómo se han sucedido los acontecimientos, un valor a la baja o quizá una utopía que rescatar. Para la ciudadanía, empero, creo que seguirá siendo una premisa imprescindible a la hora de revalidar día a día su crédito de confianza en la radiotelevisión que le pertenece por derecho como contribuyente. Y es una utopía necesaria aspirar a una RTVE revitalizada, capaz de ser el necesario contrapunto frente a la opulenta oferta de las privadas y de las plataformas de pago. Una RTVE que emerja como sólido referente en contenidos de calidad y en credibilidad informativa, en un panorama audiovisual más competitivo que nunca y como nunca mercantilizado.
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