Dicen que no pica. Y no debe de picar, cuando nos regodeamos con fruición en el gusto que nos da rascarnos la erupción que nos produce ese bicho. Porque bicho, bishhho, biiiiissssho eh (es) y daño, verdadero daño eh (es) y ase (hace). Muchos dirán que porque lo consentimos. Será verdad, quizás, a lo mehon. Decía Arzalluz el malencarado que ellos no paraban de recoger los frutos que hacían caer los aberchales, abertzales, coño. Y sería verdad. "Ellos agitan los árboles (¿de Guernika?) y nosotros recogemos las nueces". Y muchas habrán recogido los catalanes soberanistas y los vascos de derecha moderada, a paletás, por quintales y pa jatarrse a costa de la manipulación del sentimiento nacionalista de los patriotas de la patriota patria vasca o catalaña, patriota y olé. Patriotas kales borrokas, patriotas cien mil ikurriñas o esteladas, patriotas o no esas millones de historias personales frustradas y rotas que se vieron forzadas a decidir qué bandera, que himno, qué canto, qué boina elegir, la españolista o la de la tierra querida, mientras en su derredor el mundo seguía igual, o empeoraba y la desigualdad y la injusticia aumentaban. Y patriotas eran los asesinos de mil muertos no patriotas ni falta que les hacía en ese mundo en el que la desigualdad crecía.
Y lo hacía y todavía hace. Porque aquí, en el sur del sur, nadie mueve árboles y nadie codicia las nueces que de ellos cuelgan. Hoy, cada vez somos menos los que lo sabemos y cada vez menos los que luchamos por evitar tanta injusticia. Porque ya nada podemos. Los de allí arriba, el arriba del abajo y los de aquí abajo, el abajo del arriba. Norte y sur, no. Tras un breve meneito quince-emeista, siguen mandando los que siempre mandan. Con la ayuda insustituible de los que bajo mil disfraces abren la puerta para que prevalezcan los que siempre prevalecían. Y si eso ocurre en el civilizado, moderado y rico norte, ¿qué menos puede ocurrir en nuestro injusto, extremadamente desigual y aniquilador de espíritus sureños del Sur? Aquí no ocurre nada, quillo; no pasa nada, criatura de Dió; no cambia nada, pissha. Aquí hay mucho gusto al rascarse donde la sarna pica. Y tenemos el cuerpo infectado. No hay lugar donde el bishho no anide. Allí que está la sarna: en el trabajo, en la educación, en la cultura, en la moral, en la ética, en lo que creemos que somos, en lo que sospechamos que fuimos, en nuestra Historia, en nuestro desgraciado presente, en nuestro presumiblemente acierto futuro.
Soy andaluz. ¡Claro que soy andaluz! De los pocos retornados tras la emigración forzada de nuestros padres en los 70 del pasado XX. Y he vuelto, volví, para encontrarme lo mismo que había cuando me fui. Lo mismo. El mismo paro, la misma miseria, la misma precariedad, el sometimiento al poderoso, la sumisión al propietariado foráneo de norte y centro. Y al señorito local, ese tan simpático que da paseos como un señor y que a veces convida a los gañanes a un vinito. Aquí, los que poseen siguen siendo los mismos que los que mandan. Los mismos. Y los que que disfrutaron de siglos de explotación esclavista y 40 años de dictadura oligarca para su exclusivo beneficio, han seguido por cuatro décadas más dominando y prevaleciendo. Sin visos de que nada perturbe esa placidez postfranquista. Y mientras, nuestro mundo no cambia. Los de abajo, los del sur del sur seguimos siendo los más pobres, los que tenemos menos renta familiar disponible por hogar de todo el Estado (la andaluza es un 60% menor que la vasca, la catalana, la riojana, la navarra, ver el INE), los que menos podemos comprar para alimentarnos, vivir y vestirnos, los primeros en el paro (el gaditano supera el 40% y el jerezano se sitúa cerca del 45%, cuando en el País Vasco o en Cataluña apenas se acercan al 20%).
Y los primeros en morir. LOS PRIMEROS EN MORIR según ya sospechábamos y en el 2013 confirmó la Universidad Pompeu Fabra y la Fundación BBVA con su atlas de la mortalidad en España. Si me lees desde Bilbao, si me sigues leyendo desde Barcelona o desde Madrid, habrás de saber que es harto probable que cuando tú estés leyendo esto yo ya habré muerto. Vivo en Cádiz y estás leyendo las letras de alguien —yo y un millón y medio como yo— que morirá y moriremos de media siete años antes que tú y que tus vecinos.
Pero no pasa nada. A nadie le importa nada. Pasaron ya los tiempos en los que la solidaridad interregional era objetivo prioritario entre nuestros administradores y líderes. Ya a nadie le incumbe lo que sufrimos, lo que malvivimos y morimos en el triángulo de la muerte gaditano y la escoria social que somos. A nadie le importa que vivamos menos y en precario, nos alimentemos peor, tengamos menos camas y médicos disponibles, menos profesores, menos servicios, menos universidad, menos transporte, menos agua y menos luz, podamos comprar menos comida y ropa, muramos antes, vivamos menos... Pues el mundo no cambia. Lo antes descrito es la sarna que nos roe por dentro. La enfermedad, la pobreza, la precariedad, la muerte.
Sarna del sur. Sarna. Pero para ella nada podemos oponer. Creíamos que esta democracia tendría mecanismos compensatorios que nos permitirían escapar del fango, sacar la cabeza de la arena movediza, pero se ve que no. Madrid, Euzkadi, Catalunya... todos quieren evadirse de este naufragio y nadie contribuir con un miserable euro a costear el salvavidas del miserable flamenquito del sur, ese tan gracioso que tanto se parece a los sirios que pueblan las pateras que se hunden en el Mediterráneo.
¿Qué hacemos entonces? Pues qué vamos a hacer, seguir con nuestros lenitivos particulares. Sí, sí, ya sé que la culpa es mía y de mis coetáneos convecinos, y que de nosotros depende esforzarnos para que no ocurra. Pero nuestros munícipes y diputados provinciales y autonómicos y nuestras asociaciones de vecinos y nuestros intelectuales y nuestros medios de comunicación y... y... y... deberían luchar para que se averiguara mediante el preceptivo estudio epidemiológico porqué morimos antes. Porqué yo moriré siete años antes que en el norte del Estado español. Porque mi cáncer de vejiga, de mama, de colon, de próstata, de pulmón, mi cardiopatía, mis infartos,... son siete años más tempranos y más prevalentes y más mortíferos que los vuestros... ¿Por qué? ¿Será porque soy un 60% más pobre que vosotros? ¿Un 60% más inculto, un 60% menos formado, menos cultivado, con menos camas, menos sanidad, menos riqueza, y con una nevera un 60% más vacía que la vuestra? ¿O porque mis árboles no tienen tantas nueces como los vuestros? ¿O porque los agito un 60% menos que vosotros?
No lo sé y a nadie le importa. Porque ahora es la hora de hablar del gusto que alivia la mortal sarna. ¿Nuestra receta balsámica de fierabrás? ¿El elixir que todo lo alivia, aunque nada cura? El dichoso carnaval y sus agrupaciones, las cofradías y hermandades y sus desfiles en Semana Santa, el Rocío con sus cientos de miles de entusiastas participantes, jajá y y jijí a las sombras de los pinos y olé, dos meses de playita y neverita y sillita, y las fiestas de otoño, y la Vendimia, la Navidad y su zambomba, y los ritos y cultos, y pasos, y papeletas de sitio durante toooooodo el año, y el kilito "de arró pa loh pobre" de pascuas a ramos y los ornamentos y las eternas, interminables y perpetuas procesiones de santos, muñecos y vírgenes, desfilando incluso bajo las ramas de los árboles de Navidad... Y la paguita, y el subsidio, y las no contributivas, y las ayuditas para el recibo del agua y de la luz... Lenitivos son. Bálsamos superficiales de una enfermedad mortal, consuelos y emolientes de una putrefacta sociedad que está sola y que se siente sola, abandonada de todo y de todos, de los que siendo vecinos y de su propia tierra debieran velar por ellos y de los que asustados de su miseria y espantados de su necesidad, han optado desde el Norte por votar, escapar y marcharse y huir y elegir el levantar fronteras que nos dejen aún más solos y nos conviertan aún en más pobres.
Dicen, dicen todos que la sarna con gusto no pica. Pues yo estoy cansado de tanto picor y tanto sufrimiento y de que nadie mire por nosotros. Va siendo hora de que se retornen las banderas blancas y verdes con ribetes rojos o enteramente colorás, renazcan los principios universalistas y de que este pueblo vuelva a luchar para resurgir de una vez por todas del cenagal en el que chapotea inconsciente de su propia miseria. Va siendo hora de que resucite el andalucismo combativo, militante, de izquierda y comprometido, de que dejemos de rascarnos la piel y de que extirpemos la sarna que nos corroe. Va siendo hora.