Tal vez el moroso más simpático sea el inquilino del ático en una de las mejores historietas que el comic mundial ha producido: 13, Rue del Percebe.
Aquellos maravillosos tebeos de la Factoría Bruguera poblaron de sonrisas y color la España dolorida y gris de los años 50 y 60. Al poder esencialmente liberador del humor y de la risa, añadían junto a La Codorniz el único tipo de crítica social que toleraban los censores de la dictadura. Recuerdo esos entrañables antihéroes de papel envueltos en procelosas peripecias a lo largo de los cuadrados de la página que componía cada historieta para sortear a otro personaje más antipático: su sastre, que siempre perseguía a alguno de nuestros amigos mediante larga factura y grueso bastón o alguna otra arma rudimentaria. Estos figurantes, como el jefe tiránico, la suegra exigente, o la esquiva guapetona que casi siempre se llamaba Purita, representaban los tormentos que en sus vidas reales padecían ese grupo de excelentes fabuladores en tinta china: Vázquez, Peñarroya, Escobar, Cifré, Jorge o Ibáñez, como ellos mismos acabaron por confesar.
En el acertado documental Historias de Bruguera de Carlos Prats para Canal 33 en 2013 nos cuentan sus penurias en la Barcelona de posguerra. La familia Bruguera había acogido a muchas personas que perdieron empleos y bienes después de la contienda, y les protegían con afable paternalismo, pero los más pasaban estrecheces, como Manuel Vázquez que ya en la transición se hace de sí mismo un personaje de papel, pobre y mal pagador a quien siempre persigue una turba de cobradores, tal cual discurría su propio modo de vida. Óscar Albal recoge sus peripecias en la película El Gran Vázquez de 2010.
Tal vez el moroso más simpático sea el inquilino del ático en una de las mejores historietas que el comic mundial ha producido: 13, Rue del Percebe, de un primer Ibánez más fresco que cuando triunfa con su Mortadelo. Cuenta el autor que dejó de hacerla porque le costaba un gran esfuerzo intelectual, pues para una sola página debía idear doce historias, desde el celebre malpaga y su cuadrilla de cobradores hasta don Hurón que habitaba la alcantarilla, pasando por el ladrón profesional del tercero derecha, la pensión para masoquistas del primero o la versión barcelonesa del Doctor Frankenstein, que ahí sí que intervino la censura e Ibáñez tuvo que desahuciarlo en 1964 y tras un tiempo con chistes de la portera enseñando el piso acabó instalando un sastre, ya por entonces el dibujo de Ibáñez se comercializa y abandona esa forma casi picassiana de dibujar las orejas mediante una sencilla espiral.
Significativa la elección del sastre como acreedor. Entonces la población no sufría la losa hipotecaria y las deudas se limitaban a bienes de consumo. Entonces y pese a otro tipo de limitaciones, en especial la represión de todo proyecto de ejercicio de libertades públicas, la vivienda era un problema relativamente resuelto para las clases medias, los alquileres eran bajos y abundantes, medidas legales protegían a los inquilinos. El Estado además produjo muchos alojamientos desde el ya inexistente Ministerio de la Vivienda dirigido por el arquitecto falangista José Luis Arrese. Se produjo además muy buena arquitectura, como las Unidades Vecinales de Absorción que proyectaron excelentes profesionales, como Oíza, Romaní o Vázquez de Castro. Inevitable citar el Polígono Elviña en A Coruña, obra de Corrales y uno de los iconos de nuestra arquitectura contemporánea. Contrasta ese pasado con la violación sistemática del derecho a una vivienda digna y adecuada por parte nuestro actual Estado, sólo porque el negocio hipotecario interesa mucho a la Banca, el poder supremo en los tiempos que corren.