Fernando Savater, ha publicado al final de este verano un artículo titulado Negacionismo pero que en realidad es un pequeño panfleto negacionista del cambio climático. La frivolidad con la que Savater niega el mayor problema de la historia de la humanidad y sobre el que existe un mayor consenso científico, el cambio climático, es aterradora sino fuera ridícula por las evidencias empíricas por el aportadas (cita como fuente el diario local y a un exsecretario de Estado de Obama y asesor de la BP). En el momento de la publicación del artículo me pasó desapercibido pero un comentario en las redes sociales me lo descubrió. Me irritó su lectura por partida doble: una por las barbaridades que dice Savater en dicho artículo, y dos, porque dichas estupideces le sean atribuida a la filosofía, dada la condición del donostiarra.
Muchos de los críticos acríticos de la filosofía suelen reprochar a ésta el hecho de que la cuestión más debatida entre filósofos y filosofas, es la definición de la misma filosofía. Otras disciplinas, por ejemplo, no se dedican esencialmente a discutir qué es la química, la física o la matemática: sintetizan sustancias, miden fuerzas u operan con funciones o símbolos. Es decir, hacen ciencia y no convierten a la propia ciencia en el primer, y casi único, problema en discusión. Así, las ciencias tienen en general un catálogo bien repleto, riguroso y fértil de problemas a resolver que no les permite tantas divagaciones ontológicas. Por el contrario, la filosofía solo parece tener uno: ella misma.
Pero si bien esta caricatura no es real, no le falta razón a los críticos acríticos de la filosofía pero en un sentido que ellos ni siquiera sospechan: ese juego aparentemente irrelevante de autocuestionarse permanentemente, onanismo teórico, es la base inquietante de la ciencia más genuina. La pregunta sobre los fundamentos, sean estos los que sean, del acceso a las condiciones de posibilidad del saber, en jerga kantiana, es la cuestión. Y ésta ha sido precisamente la semilla que la filosofía inoculó en ese matrimonio compuesto por la teología y la tecnología que dio lugar a la ciencia moderna. No hay ciencia sin cuestionamiento de la validez, autorreflexividad, aunque muchos científicos y científicas lo ignoren en su práctica cotidiana. Y no lo digo como reproche porque esa ignorancia es seguramente condición necesaria para hacer buena ciencia, como el ciclista tiene que ignorar los mecanismo del equilibrio y la marcha si quiere seguir rodando a una buena velocidad. Son actividades que Thomas Khun llamaría propias de la fase de la ciencia normal. El filósofo o la filósofa debe servir como un incómodo acompañante de la ciencias; bien como riguroso supervisor, bien como compañero de piso, laboratorio, con derecho a roce teórico.
Savater hace, en el mencionado artículo del diario El País, lo que nunca debe hacer cualquier persona, y menos un filósofo: pontificar sin ninguna base empírica acerca de aquello sobre lo que existe mayor base de evidencia empírica disponible. Y es aquí donde Savater realiza una aportación inestimable al debate sobre qué sea la filosofía, al señalarnos, de forma involuntaria claro, un límite insuperable: en la actualidad no se puede considerar filosofía a aquel pensamiento que ignora, y menos aún, contradice por completo a la ciencia como fuente de acceso al conocimiento de la realidad. Desde el cambio climático la filosofía crítica, ver el giro consciente y admirable de Bruno Latour en sus últimos trabajos, ha abandonado cualquier veleidad anti científica que hubo, y en demasía, en los tiempo del turismo posmoderno.
La actitud ante la ciencia es ahora una barra que divide al pensamiento ecosófico del pensamiento ecocida. La ciencia es hoy uno de los componentes cognitivos esenciales del nuevo frente antifascista. La deriva intelectual y política de Savater, muy bien descrita en la Desfachatez intelectual por Sánchez-Cuenca, parece no tener fin, se comienza con la rojigualda y los toros y se termina negando el cambio climático a las puertas mismas del trumpismo. A Savater quizás le ocurra con la filosofía lo que a Joaquín, el jugador del Betis, con el futbol: ambos juegan (piensan) poco pero graciosos son tela. La notable diferencia estriba en que el futbol es un juego que admite chistes graciosos pero maldita la gracia que tiene la consideración del cambio climático como un juego azaroso y banal como hace Savater.