Para Juan, el día amaneció despejado, el escaso y preciado fresco de la mañana ya anticipaba una nueva jornada en las que la canícula se iba a dejar sentir con el rigor, cosa que no sería extraña salvo por el detalle de estar a mediados de mayo. Desde febrero apenas han caído unos quince litros, con lo que las charcas están casi vacías anunciando un verano difícil para dar de beber al ganado, la siembra no ha terminado de espigar en condiciones y en estos días críticos de la cuaja de la aceituna, estos calores no presagiaban nada bueno para la futura cosecha. Preparando el almuerzo para llevarse al campo, ha reparado en meter en el zurrón una botella del vino que le ha enviado su hijo, un tinto criado en Brighton, los cuales desde hace algunos años han adquirido fama en el mundo entero.
Este escenario un tanto apocalíptico, que ahora pasa por ser un breve ejercicio literario de ciencia ficción puede no estar tan alejado de la realidad. De hecho, salvo los tintos de Brighton, que ojo, los terminaremos viendo y bebiendo, el resto de los hechos suceden hoy en día y lo peor es que suceden de forma recurrente, convirtiéndose en lo que no queremos, una tendencia.
En 2020 nos tuvimos que olvidar de muchas cosas y una de ellas que pasó a un segundo plano es el cambio climático, pero este estaba ahí antes del Covid y seguirá estando después del Covid. Es el principal problema al que se enfrenta la humanidad, pues amenaza su propia existencia. Las sucesivas cumbres del clima no parecen haber dado resultados y seguimos avanzando inexorablemente hacia un punto de no retorno, pero no por ello debemos de dejar de intentar y apostar por las soluciones y planteamientos que busquen dar un giro de volante al fatídico rumbo actual. La Comisión Europea se ha autoimpuesto deberes para lograr la neutralidad climática del continente en 2050, China se ha pronunciado en términos parecidos y Estados Unidos, una vez que han corregido ese inmenso error de flequillo imposible, parece haber tomado la senda correcta y plantea también acciones en este sentido.
En Europa, el Pacto Verde Europeo ha puesto deberes a todos los ámbitos económicos responsables de la emisión de gases efecto invernadero, y la agricultura, ganadería y producción de alimentos en general no puede quedar al margen. El sector es responsable de forma directa del 11% de las emisiones, por lo que no puede quedar al margen de esta titánica tarea.
Y esta tarea se ha concretado a través de las estrategias “De la Granja a la Mesa” y “Biodiversidad 2030”, las cuales tienen en común que sitúan a la producción ecológica como principal arma para conseguir los objetivos propuestos. Y es que la producción ecológica es el sistema de producción de alimentos que mejor lucha contra el cambio climático. El informe de Ecovalia realizado por la Cátedra de Producción Ecológica Ecovalia – Clemente Mata lo dejó patente, todos los cultivos en producción ecológica reducen notablemente la huella de carbono en comparación con la producción convencional.
Con estos mimbres, la estrategia plantea aumentar la superficie de producción ecológica, reducir el uso de fertilizantes y fitosanitarios, promocionar y fomentar el consumo de alimentos ecológicos o una fiscalidad reducida para los alimentos ecológicos entre otras propuestas.
Estas propuestas, que a todas luces no tienen nada de descabellado, han tenido algunas furibundas reacciones por parte de sectores más inmovilistas. Bajo los argumentos de perdidas de rentabilidad, de abandono de nuestras tierras, de pérdidas de competitividad, de falta de análisis de impacto y otros similares, las estrategias de la Comisión Europea son puestas en entredicho.
Lo que hasta ahora tenemos encima de la mesa son documentos políticos, no reglamentos vinculantes, pero no podemos obviar y esto es lo destacable que definen bien a las claras el camino a seguir. Se pueden matizar algunos términos, pero no estamos ante una elección con muchas alternativas, la dirección es la que es, la de cerrar el grifo de las emisiones intentando mitigar, porque revertir ya es imposible, los efectos del calentamiento global en un medio plazo, porque a corto tampoco va a ser.
El escenario es crudo y las evaluaciones de impacto, como las que se piden para ver las consecuencias de la aplicación de la estrategia de la granja a la mesa están hechas para los impactos del cambio climático desde hace años, a cuál peor. Pero nos empeñamos en no mirar más allá de lo inmediato, en no reconocer que solucionar el problema que tenemos encima de la mesa no nos saldrá gratis. Nos empeñamos en seguir produciendo como hasta ahora, porque la alternativa traerá pobreza y hambre, obviando interesadamente que, por un lado, la producción ecológica es un sistema agronómicamente viable, económicamente rentable y medioambientalmente necesario. Y por otro lado obvian el coste de seguir así, quizás por suponer que ese coste no lo asumiremos nosotros ahora, sino que ya vendrá quien lo asuma, lo cual es un error y una injusticia, error porque el coste ya nos está pasando factura e injusticia porque no podemos dejar nuestras deudas a las generaciones futuras. Hemos de tratar de dejar un mundo mejor que el que encontramos, cuestión que se me antoja imposible hoy por hoy, pero al menos si podemos dejar la senda de reparación del daño causado en marcha.
Los próximos años van a ser años muy dinámicos para el sector de la producción ecológica, vamos a asistir simultáneamente a un escenario favorable para el desarrollo a la par que a una presión contraria de gran intensidad. El reverdecimiento general de nuestra sociedad es muy positivo, pero hay que estar vigilante para que no sea un lavado en verde que no nos lleve a ningún sitio. Queda mucha y apasionante tarea por hacer tanto en incremento de superficie de producción ecológica, como en innovación y digitalización del sector como y sobre todo en fomento del consumo. Y en esa tarea será necesaria la implicación de todos los elementos de la cadena: administraciones, productores, industrias y consumidores.