Las personas que transitan por lo rural, viniendo de la cotidiana ciudad, tienen la concepción general de que en el medio rural no existe oferta cultural. Esta es la visión que transmiten los medios de comunicación y las redes sociales, que solo se acuerdan de los pueblos cuando llegan las fiestas de verano, Navidad, Semana Santa y la Romería. Más allá de estos días, no hay consciencia de cómo actúa y se desarrolla la cultura en aldeas y pueblos.
Esta imagen del mundo rural en España está experimentando una transformación que ha tomado fuerza en los últimos años. Es una lluvia fina que ha surgido de las propias comunidades rurales y que va empapando poco a poco como el 'chirimiri o calabobos'. Se trata de un movimiento que va más allá de la 'España vaciada' y que pretende dar una vuelta al discurso desde el plano cultural, porque el mundo rural es una 'España muy llena, diversa, rica y con mucho que ofrecer'. ¿Qué hay de nuevo en esta narrativa? ¿A dónde nos lleva? El nuevo discurso de la cultura rural tiene que superar los estereotipos que fueron acumulando la literatura, el cine o la televisión: el victimismo, el tremendismo, el costumbrismo, lo conservador, lo idílico y romántico…
Las comunidades rurales deben ser capaces de generar y apoyar todo tipo de cultura y creación artística: festivales, exposiciones, literatura, audiovisuales, pintura, escultura, teatro, charlas, talleres, conciertos, cine, actos intergeneracionales, etc.
La creación y gestión cultural en el medio rural tiene sus peculiaridades y se debe apoyar en personas y colectivos que conozcan y entiendan esa condición. Allí todo es distinto: el público, la oferta y la forma de acercarse a la cultura. No hay que mostrarse conservadores, no puede haber dilema entre nativos o ajenos, la apertura a todas las posibilidades no tiene techo. La idiosincrasia y heterogeneidad de cada lugar puede ser la baza más ventajosa de la cultura rural. El estar lejos de las distintas administraciones, de las ciudades y los monopolios culturales comerciales, da lugar a un tipo de cultura alternativa y no convencional. De la ciudad llega la 'homogeneidad' que se siente pobre ante la 'riqueza heterogénea' de la cultura rural. Ésta debe ser la visión que tenemos que mostrar. Aldeas con pocas posibilidades económicas, pero con mucha riqueza humana y comunitaria.
Todas las ciudades de cualquier punto de España se parecen en lo cultural, pero no ocurre con los miles de pueblos, aunque estén colindantes. No es lo mismo Azuel (una aldea de la comarca de Los Pedroches de 220 habitantes sin ayuntamiento propio) que El Guijo (pueblo cercano a nosotros con 350 habitantes y con ayuntamiento propio). Cuando un pueblo es más pequeño o más cohesionado, tiene más fuerza la acción de las personas o colectivos. Los particulares y asociaciones en una comunidad unida y con poca presencia administrativa son más libres de elegir la cultura que quieren en cada momento, sin ningún tipo de imposición, aunque luego surjan los problemas de financiación.
En el medio rural, un proyecto cultural 'bien armado' influye en la vida de la comunidad porque hay una implicación directa de la gente. El producto cultural al igual que las manufacturas locales se consumen por la cercanía a la oferta, que siempre apuesta por el desarrollo de su entorno.
¿Qué es una 'cultura alternativa' en el mundo rural? Sin duda es la que se crea fuera de los canales oficiales y comerciales. Un ejemplo claro son los colectivos, asociaciones, fundaciones y hermandades que, con una financiación propia o subvencionada, se basan en sus principios e intereses comunitarios a la hora de organizar diferentes actividades culturales, sociales o religiosas.
Los Centros de Educación de Adultos que surgieron como entidades independientes a finales de los años ochenta en Andalucía son otro claro ejemplo de producción cultural alternativa. Rápidamente se convirtieron en los corazones culturales de los pueblos. En la mayoría de los casos aún lo siguen siendo, aunque ahora pertenecen a la Consejería de Educación. El tramo de personas que se atiende es a partir de dieciocho años hasta lo que el cuerpo aguante. Allí no hay separación entre formal-informal, académico-festivo, científico-costumbrismo, religioso-supersticioso, cultural-educativo.
En Azuel existe Centro de Educación de Adultos desde 1990. Durante estos treinta y cuatro años ha creado un tejido cultural que resulta imprescindible al pueblo. Dos años después (1992) se crea un grupo de teatro estable de personas adultas, que rápidamente crea su clientela: la gente lo espera y forma parte del calendario cultural. También existe un parque natural-cultural (el Tejar de Azuel) desde hace diez años, que contiene esculturas, espacio expositivo de pinturas, parajes naturales, etnografía y teatro al aire libre, que también está incluido en el consumo cultural local. Estos tres aportes culturales son ajenos a todas las administraciones y por tanto tienen un atractivo y valor añadido. Con ello no quiero decir que los canales oficiales sean negativos, pero sí que tienen un sesgo (político-social-económico) que los hacen menos libres.
Las actividades culturales que nacen, crecen y se desarrollan en el entorno rural, pueden resultar más atractivas, por el simple hecho de tener un formato diferente al que ofrecen la homogeneidad urbana y administrativa. La gestión cultural en lo rural funciona habitualmente de manera comunitaria; nace de los intereses de las personas que conviven en el mismo pueblo, de las asociaciones y entidades que dedican su tiempo y su trabajo en pro del bien común, dando relevancia más al proceso que al resultado final. Esta peculiaridad se aleja bastante de la producción cultural a gran escala servida en bandeja para consumir de manera rápida.
La cultura rural debe estar organizada y gestionada desde un enfoque colaborativo e inclusivo, basada en valores tan potentes como la convivencia y la cohesión territorial. Si los pueblos creen y participan en las actividades culturales que se organizan; si las valoran, difunden, comparten, y las ponen en el lugar que merecen con orgullo; y si las administraciones públicas invierten, subvencionan actividades culturales, incorporan todas las propuestas de particulares y colectivos, proponen o liberan espacios para el intercambio cultural, realizan encuentros para la recuperación de patrimonio material e inmaterial, apoyan a jóvenes artistas locales, invierten en infraestructuras, reivindican la creatividad como una herramienta útil y eficaz en la lucha contra la despoblación, el mundo rural habrá dado un gran paso hacia su 'estabilización'.
Las zonas rurales albergan una rica diversidad cultural y son custodias de tradiciones ancestrales de la historia de la humanidad. Sin embargo, en un mundo en constante cambio y globalización, existe el riesgo de que estas culturas y tradiciones se diluyan o desaparezcan. La preservación de la cultura y las tradiciones en las zonas rurales es fundamental para mantener la identidad de las comunidades, fortalecer el sentido de pertenencia y salvaguardar el patrimonio cultural.
La cultura rural puede modelar la historia, los valores, creencias y formas de vida, generando un mayor sentido de arraigo para desafiar al futuro y conectarnos con el entorno sin limitaciones. Está impregnada de conocimientos y costumbres transmitidas de generación en generación. Son prácticas que nacieron en ámbitos tribales, luego fueron sociales y terminan siendo globales. Abarca diversas áreas, como las fiestas, la música, la agricultura, la medicina natural, la artesanía, la religión y espiritualidad, etc. Asegurar su transmisión a las futuras generaciones garantiza la riqueza etnológica humana.
Las comunidades rurales que preservan su cultura, mejoran el bienestar y la calidad de vida de la comunidad a la vez que contribuyen a un turismo sostenible. Las celebraciones, festividades y actividades tradicionales reúnen a las personas en un espíritu de colaboración y solidaridad. Los visitantes del mundo rural pueden apreciar, además de la naturaleza con su fauna, flora y geografía, la autenticidad de otras formas de vida humana. Con este intercambio se crean oportunidades económicas y de empleo que contribuyen al desarrollo sostenible de estas zonas.
Uno de los problemas más graves que tiene el mundo rural es la migración de los jóvenes hacia las áreas urbanas. Ello puede poner en riesgo la transmisión de las tradiciones y el conocimiento ancestral. Es fundamental desarrollar estrategias para involucrar a las nuevas generaciones y fomentar su participación activa en la preservación de la cultura y las tradiciones rurales. De nada sirve que haya mucha actividad cultural en un pueblo si no somos capaces de hacer partícipes a los jóvenes en todos los ámbitos, de forma efectiva, si queremos futuro para nuestros pueblos.
La globalización puede ejercer una influencia homogeneizadora sobre las culturas locales y desplazar las tradiciones autóctonas. Es esencial la apertura a la modernidad como algo complementario, pero recalcando nuestras raíces culturales como una línea vital de riqueza incalculable, que ha mantenido vivos a los pueblos durante miles de años. Hay una cara oscura de la globalización que puede devorar al mundo rural; su mensaje y arma es la poca rentabilidad y pobreza de lo rústico. El nuevo mensaje debe ser que el campo y lo rural es de donde parte la riqueza y el alimento de todas las ciudades. Sin el campo y sin lo rural no habría vida porque, además de materia prima, aportamos riqueza cultural.
En las comunidades rurales existen dificultades para acceder a recursos y apoyos para mantener o invertir en proyectos de conservación, investigación y promoción cultural. Necesitamos que las administraciones apuesten en serio para mantener la biodiversidad cultural humana.
En torno al mundo rural se ha creado una especie de dejadez espacio-temporal y un marco de vacío legal. Ese 'hueco' es tan enorme que ahora nos sentimos pequeños para rellenarlo…
Estamos ante una inmensidad de cultura virgen, delicada y extremadamente rica. Es deber de las asociaciones, colectivos, personas rurales y administraciones, cuidarla, repararla, mimarla y plasmarle nuestra creatividad y cariño. El objetivo sería ofrecer el 'manjar cultural rural' a nuestra tribu, a otras comunidades y a los dioses del Olimpo… ¡Seguro que repetirán!