En un mundo donde la palabra "sostenible" se ha vuelto tan maleable como el plástico que inunda nuestros océanos, la producción ecológica ha de reafirmarse como la verdadera sostenibilidad. Sin embargo, mientras algunos siguen lanzando palabras huecas al aire, los productores ecológicos siguen cuidando la tierra, sembrando el futuro y cultivando la verdadera sostenibilidad. Pero ¿por qué insistir en lo obvio? Porque en un entorno donde lo natural ha sido secuestrado por el marketing, recordar lo esencial es casi revolucionario.
La producción ecológica no es solo una moda pasajera; es el único sistema de producción de alimentos que se preocupa genuinamente por el suelo, el agua y el aire. Sin pesticidas ni fertilizantes sintéticos, respeta los ciclos naturales y fomenta la biodiversidad. De hecho, mientras otros modelos de producción se jactan de su eficiencia, la agricultura ecológica es la única que no está cavando nuestra propia tumba a largo plazo. ¿Qué podría ser más sostenible que un sistema que, en lugar de agotar los recursos, los preserva y mejora para las generaciones futuras?
En términos de sostenibilidad social, la producción ecológica es una fuente de empleo local y un freno al despoblamiento rural. Gracias a ella, los pueblos no se convierten en fantasmas y la cultura rural sigue viva. Es irónico que, en un mundo donde se alaba la creación de empleo, no se valore más a quienes lo generan en los lugares donde más se necesita.
Desde el punto de vista económico, la producción ecológica también brilla con luz propia. A pesar de los desafíos, ha demostrado ser una actividad viable y rentable. Pero lo que realmente la diferencia es su capacidad para mantener la productividad a lo largo del tiempo. En contraposición a otros modelos “tradicionales”, que han maltratado los suelos hasta dejarlos inservibles por sí mismos, sin vida, la ecológica lo cuida como un tesoro. Porque el concepto regenerativo, que tanto ha cautivado a muchos productores (y empresas de agroquímicos que ven una puerta trasera abierta a la “sostenibilidad”), no es nuevo, es un cambio de nombre a algo que ya hace la producción ecológica, tener al suelo en le centro de toda su estrategia, porque es la fuente y el origen de todo
Sin embargo, en un mundo donde lo aparentemente "verde" y todo lo que lo rodea se han convertido en etiquetas para todo, desde productos de limpieza hasta coches de lujo, es urgente poner orden. Es esencial que las administraciones regulen y definan de manera clara que si un término no tiene detrás un respaldo de un reglamento oficial, controlable y con elementos diferenciadores, no puede ser usado alegremente generando confusión al consumidor, así debemos plantearnos que hay detrás de un producto “natural”, “sostenible”, “verde”, “de campo”… Porque detrás de un producto ecológico, biológico u orgánico (son lo mismo) hay un reglamento europeo, hay un sistema de certificación, en definitiva hay una garantía.
Y, finalmente, nosotros, los consumidores no podemos ponernos de perfil. Es fácil quejarse de la contaminación, del cambio climático o de los problemas de salud, pero la verdadera prueba está en nuestras acciones diarias. No podemos lamentarnos del estado del planeta mientras llenamos nuestros carritos de ultraprocesados envueltos en capas de plástico. La sostenibilidad empieza en el carrito de la compra, y es ahí donde el consumidor tiene el poder de cambiar el mundo. Por ello, buscar la hoja verde en los productos que compramos es una prueba de responsabilidad, para con nuestra salud y la de nuestro planeta.
En conclusión, la producción ecológica es el único sistema verdaderamente sostenible. No solo protege el medio ambiente, sino que también sustenta el medio rural y ofrece una base económica sólida para el futuro. Ante la avalancha de términos vacíos, es momento de exigir claridad y asumir nuestra responsabilidad como consumidores. Porque la sostenibilidad no es una palabra de moda, es una necesidad urgente: producción ecológica.