Tenía ya el artículo de esta semana escrito y listo para enviarlo a la redacción, pero, de repente, sonó el móvil. Era José Antonio Benítez y me mandaba la triste noticia del fallecimiento del poeta arcense Antonio Apresa. Lo primero que hice fue ir a mi biblioteca y buscar Salto sin red, el libro de poemas de nuestro poeta, editado por Libros Canto y Cuento en 2015. A Antonio lo conocí en el Olivares Veas, en una de las presentaciones de Pedro Sevilla. Estuvimos conversando un rato. Me pareció buena persona, amable y educado, y conectamos muy bien (me da la impresión de que todo el mundo conectaba bien con él). Recuerdo que estuvimos hablando de poesía, de Pedro, de Mateos, de Pepa, etc. Luego, si no recuerdo mal, volvimos a coincidir en el mismo lugar unos años después, en el concierto que ofrecieron Fernando Polavieja y Javier Salmerón.
Antonio me envió su libro y yo le respondí con otro mío. Estuvimos en contacto vía nuevas tecnologías. En diciembre hablamos porque él tenía un poema llamado Un árbol, y yo había escrito para un nuevo libro uno llamado Un árbol humilde, muy parecido al suyo, incluso con dedicatoria en memoria. A veces leemos algo que nos gusta, que nos cala muy dentro, y luego, con los años, la esencia de aquello que nos caló hondo, esa influencia, sale por nuestra mano y aparece con nuestra voz propia. Estuvimos comentando esa anécdota y ya no volvimos a coincidir.
La muerte puede esperarnos en cualquier parte, y a nuestro amigo Antonio le estaba esperando en la jerezana avenida de Europa, muy temprano (temprano levantó la muerte el vuelo), mientras hacía deporte.
Nadie puede saber con certeza cuándo pasaremos al otro lado. Cualquier (mal) día, nos levantamos con la cabeza puesta en otra cosa, en nuestros problemas cotidianos…, por ejemplo, puede que con las prisas ni siquiera nos despidamos de los que nos quieren y queremos, sin sospechar que ya no volveremos al que fue nuestro hogar, no volveremos a sentarnos en nuestro lado del sofá, a dormir en nuestra cama, a coger algún libro de la estantería… Así funciona ese juego de supervivencia llamado vida.
Concluyo este artículo escrito con urgencia, con unos versos de Antonio Apresa dedicados a su padre: Tuviste que cruzar el triste muro,/ dejar cuanto era tuyo/ precipitadamente.
Se fue el poeta, pero queda su obra.
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