Diciembre de 2015. Sobre el escenario Teresa Rodríguez, Kichi, Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. Los dos primeros cantan el pasodoble de la comparsa Los Piratas. Dice la letra: “Cuando dijimos que verde y blanca era nuestra sangre”. Reivindican Andalucía desde Andalucía. El reconocimiento de la identidad histórica, la voz propia en Madrid. Han pasado cinco años. Y aquí seguimos.
Febrero de 2017. Vistalegre II. Existen tres corrientes. Los errejonistas, que apuestan por un cogobierno con el PSOE dentro de unas tesis más posibilistas. Los pablistas, que defienden una oposición beligerante contra la ‘gran coalición’ que conforman PP, PSOE y Ciudadanos. “No nos debemos parecer jamás a la vieja clase política”, mantiene Iglesias. Los anticapitalistas, que subrayan la misma línea roja contra los partidos del régimen, pero insisten en que la unidad no significa uniformidad. Han pasado más de tres años. Y aquí seguimos.
Marzo de 2018. Echa a andar Adelante Andalucía. Un sujeto propio andaluz, diverso, que va más allá de unas siglas concretas y traza como hoja de ruta hacer una oposición frontal al PSOE de Andalucía. El PSOE de los ERES, el clientelismo, el de los 40 años parasitando la administración andaluza, el de los recortes en lo público. Nace con la necesidad de tener voz propia, de no ser sucursal de nadie, de defender nuestra tierra con nuestro acento y nuestra saliva, de pelear en Madrid y poner en el centro el andalucismo, el de la gente, el de las necesidades, el de las realidades de los barrios y el campo, el de las manos honestas que huelen a hierro o a fango. Han pasado más de dos años. Y aquí seguimos.
Principios de 2020. Teresa Rodríguez y Pablo Iglesias escenifican el fin de un proyecto unitario. Se reconocen, entienden las diferencias ideológicas. Ponen en el centro el respeto. Dos proyectos políticos diferentes, toca construir desde diferentes espacios con la conciencia de que en muchas ocasiones habrá que encontrarse en el camino. Han pasado unos meses. Y aquí seguimos.
Pasa el tiempo y lo nuevo huele a viejo. El centralismo quiere imponerse hasta en el último rincón del reino, el cogobierno con el PSOE se celebra como el fin de un proyecto que nació en las plazas para arrebatar las instituciones a los de siempre. No hay voz propia. Tampoco el reconocimiento a lo heterogéneo ni a las diferencias estratégicas.
Pasa el tiempo. Y todo se justifica bajo los fantasmas de la extrema derecha. Se aumenta la partida a la monarquía, se celebra un Ingreso Vital Mínimo que no llega, ya no sólo hay parecido “con la vieja clase política”, sino que se han reconvertido en vieja clase política. Caminan como ellos, viven como ellos, suenan como ellos, comparten barrios, testosterona, mandatos interminables y se parecen tanto que diría que son lo mismo.
Pasa el tiempo. Y todo vale. Ni la sororidad como frontera de lo ético. Ni el respeto a una baja de maternidad. Nos señalan por dividir cuando Vox se encuentra al acecho y, sin embargo, votan con fascistas y legitiman su presencia en la Mesa de un Parlamento.
Decidme, si ya no impugnamos el régimen, ni los pactos del 78, ni el bipartidismo, ¿qué nos queda?
Decidme, si ya da igual la construcción de un proyecto feminista, si normalizamos la presencia de la extrema derecha en las instituciones, ¿qué nos queda?
Decidme, si apuntalamos a quienes precarizaron nuestra tierra, si ya nos reconocemos las nacionalidades históricas, si ya PP y PSOE son compañeros de viaje, si no existe ninguna ambición rupturista, decidme ¿para qué ocupamos un día las calles?
Y aquí seguimos. Aunque sean más y griten más fuerte. Bajo las acusaciones de entrismo o transfuguismo en un proyecto que lleva nuestras entrañas. Las entrañas de quienes están, pero también de quienes estuvieron. La piel y el sudor de los kilómetros de carreteras, de las horas robadas, los días arrebatados y la meta de devolver una ilusión que había dejado de existir.
Y aquí seguimos. Por más que incomode el reflejo en el espejo. Por más oscura que sea la artimaña, con la única fidelidad a un mundo mejor, con la conciencia de entender que no hay pleitesía ni hooliganismo con unas siglas —herramientas puntuales— sino a los ideales.
Porque defendemos las limitaciones salariales, un proyecto rupturista, la defensa de nuestra clase, de nuestra tierra y de nuestro barrio. Porque defendemos lo mismo que un lustro atrás.
No renunciaremos, ni nos rendiremos. Volveremos a intentarlo cuantas veces haga falta. Como siempre fue. Como cuenta la historia. Porque aquí seguimos. Y seguiremos.
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