Señores que llaman vagina a la vulva nos recuerdan que las "feministas de verdad" no "echan las cuentas"

Seguramente habrá alguno que, queriendo demostrar que lo sabía, haya googleado 'anatomía femenina vagina' solo para darse cuenta una vez más de que estaba equivocado.

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Filóloga y escritora.

Manifestación feminista, en una imagen de archivo.
Manifestación feminista, en una imagen de archivo. MANU GARCÍA

Este artículo trata de feminismo, específicamente del feminismo que se usa como arma política. Feministas, igualitarias, defensoras, hembristas, feministas liberales, radicales, todas al mismo saco. Lo que ha sido durante mucho tiempo un movimiento de justicia social e igualdad parece hoy jugarse como carta blanca con la que robar un puñado de simpatizantes del mazo. La exigencia femenina ha expandido fronteras y, ahora, la sororidad es casi obligatoria. Resulta curioso que aun siendo el movimiento morado plural, se le exija singularidad. No olvidemos también sumarle la cohesión y la unanimidad, factores prácticamente inexistentes en otros movimientos sociales, que deben constituir parte integral del feminismo porque si no, perdemos credibilidad.

Me aventuro a decir que, para el español medio, el feminismo no se afeita los sobacos y tiene la cara de Irene Montero. Y ya se sabe que no hay nada más ultrajante que el vello corporal femenino, bueno, quizás los pezones. Me sorprende que haya tantas personas consternadas ante el uso del feminismo como estrategia política y, bueno, yo me pregunto: ¿Qué esperaban? ¿Acaso no está siguiendo el feminismo los mismos pasos que todos los anteriores movimientos de justicia social?

A grandes rasgos, las reformas más sonadas han sido cuatro y, si no falló el kindergarten, o algún petardo mal fabricado en la infancia, con una mano debería dar para contarlas. La ley del 'sólo sí es sí', la ley trans, la ley del código civil contra los padres y la ley Zerolo, a la que le entra perfectamente una rima de las que tanto gustaban en el instituto. Sin embargo, el detonante de la mayor polémica ha llegado de la mano de la reforma del Código Penal. Con la idea de eliminar la diferencia entre abuso y agresión sexual, se les han rebajado sustancialmente las condenas a una buena tanda de violadores y pederastas que ya estaban encarcelados. Con razón, el país entero se llevó las manos a la cabeza. Caquita, cagada, y súper cagada, que categorizaba Rafa Méndez en Fama a bailar, el UPA Dance de los millennials. Tremenda súper cagada sí, ahora bien, quizás el problema no está en equiparar el abuso y la agresión sexual, es decir, en permitir a las mujeres denunciar una agresión sexual en cualquier momento, haya pasado un día o un año. También en asegurarles la posibilidad de poder hacerlo sin tener un informe médico que acredite un desgarro anal o vaginal, ya que hay muchos tipos de agresiones y, consecuentemente, muchos tipos de secuelas. Quizás si, en vez de lapidar a esta señora, nos preguntáramos por qué se le permite a esta gentuza volver a salir a la calle tan rápido, estaríamos hablando de otros temas, temas mucho más trascendentales e importantes como el de endurecer las penas.

Y bueno, qué decir de esa coalición PSOE-PP, de flow una ensalada mixta, un featuring bastante inesperado que ya lo quisiera Marvel-DC para sus películas. Estos dos partidos mayoritarios han dado contenido de sobra para tener entretenido delante de la pantalla a lo más casposo de cada casa. Con los ojos en blanco y un gruñidito siniestro terminaban de darse la mano. Nada importó el sentimiento incestuoso de después, se hizo lo que se hizo por la patria. Ni más ni menos, solo lo necesario para bajar a la mujer del coleta del carromato. Si esta última referencia a la ministra se leyó con una fluida naturalidad es precisamente porque la misoginia vive en todas partes, incluida la lengua. Incluso a la España más progre aún le cuesta trabajo interactuar con la idea de ver a una mujer en un puesto de poder y no hacer un chiste sobre su regla, o en su defecto, su menopausia.

La minusvaloración de las capacidades adscritas al género, o la idea de género en sí misma como algo biológico y binario, son algunas de las piedras angulares del movimiento. Pensar en vetar ciertas medidas de mejora porque estén adscritas a una ideología, es tan inverosímil como creer que la política puede ser imparcial a este respecto. Lo que incomoda del feminismo no es que sea un arma política, sino un agente de cambio.

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