Septiembre es un mes de cambios, se nos va el verano entre la nostalgia de lo perdido y las nuevas esperanzas, como dijo el poeta “de un sol que es más leve, y lunas más largas…” todo cambia, la luz y las sombras…, pero ¿realmente algo ha cambiado?...
El verano nos ha traído de un lado a otro asuntos que tocan el corazón; la situación de Afganistán a la que asistimos como espectadores aturdidos sin saber qué decir… o qué hacer. Como manifiesta la Secretaria General de Amnistía Internacional, “Lo que estamos presenciando en Afganistán es una tragedia que debería haberse previsto y evitado”. Pero la madeja es larga, y se enmaraña con intervenciones de Estados, abandonos y represalias que a los de a pie casi que se nos escapa; todos los gobiernos deben garantizar la seguridad a los ciudadanos que buscan salir del infierno: visados, reubicación y suspensión de las deportaciones a un lugar de desolación y violencia.
También dentro de nuestras fronteras se desmorona el suelo bajo los pies de cientos de Menores no acompañados que son devueltos por el gobierno español sin miramientos en mitad del pasado agosto, en Ceuta se devolvieron menores como mercancías dañadas que no se desean y Amnistía se ha dirigido al a Fiscalía de Menores de Ceuta y a la Fiscalía especializada de Menores de la Fiscalía General del Estado pidiendo que se insten las actuaciones judiciales tendentes a garantizar los derechos humanos de los menores no acompañados y que se detengan las devoluciones colectivas restableciendo la legalidad nacional e internacional. Si los niños (no debemos olvidarlo porque no son datos, ni invasores, ni amenazas, sino niños) no valen más que lo que una mercancía, ¿qué nos queda?
En los primeros días del verano se cumplió también el sexto aniversario de la llamada Ley Mordaza, que atenta al corazón de un derecho tan elemental como cuestionado, la libertad de expresión que es o debe ser prioridad alineando las normas nacionales que la regulan con los estándares internaciones de derechos humanos. No debemos olvidar que esta Ley fue una respuesta represiva ante la movilización social que se dio en nuestro país en 2011.
Pero la pandemia también ha agudizado la aplicación de esta ley y las autoridades no han proporcionado datos sobre las denuncias, ni su efecto en los colectivos vulnerables, a ello se une la arbitrariedad de algunos agentes de la autoridad, la casi persecución de ciertas plataformas o movimientos sociales, la dificultad de profesionales de la información en realizar su trabajo, en resumen, la merma de derechos conseguidos durante años en lucha silenciosa de aquellos que nos precedieron y apostaron vida y esfuerzo para conseguirlos.
El verano también ha sido una nueva demostración de la realidad infinita de la violencia contra la mujer, la violencia que se extiende impasible a la cordura, sin que parezca que nada pueda pararla. El número de mujeres asesinadas asciende a 32 en 2021 y supera el millar desde que se tienen datos en 2003. No cabe duda que la necesidad de la educación en libertad, en el respeto por los demás, en la responsabilidad desde la infancia, es la piedra angular sobre la que en el futuro poder edificar un mundo justo para mujeres y hombres, libres, diversos e iguales en derechos.
También han crecido de forma notable los delitos de odio, desde el terrible asesinato de Samuel a principios de julio, a la agresión a un joven de 20 años en Madrid al grito de “maricón”. Siendo nuestro país pionero en la defensa y reconocimiento de los derechos del colectivo LGTBI , llega el duro golpe de este repunte brutal, inexplicable y sin sentido, agazapado tras ideas oscuras de otros tiempos que vienen a incentivar la lucha de los últimos contra los penúltimos, de la violencia y la culpa al otro, al distinto, al inmigrante, al pobre en suma.
Y entre tanto desasosiego utilizando el mercado de excusa y de escudo se sigue agrediendo a los más vulnerables, a los que sufren, a los extranjeros, los menores, las mujeres, los colectivos LGTBI, puestos contra las cuerdas en una ola infinita, donde hasta el precio de la luz golpea en el lado más débil. Como decía Eduardo Galeano “La justicia es una serpiente que solo muerde a los que van descalzos”
En esta situación, en este septiembre caliente que nos toca el alma, solo podemos seguir en la brecha, iluminando lo que ocurre, siendo conscientes de que cambiar algo al final es cambiar mucho, que el agua desgasta hasta la piedra más dura y que seguir en lucha por la defensa de los derechos humanos es lo que alimenta el corazón, lo que nos hace continuar.
Hay que poner de manifiesto lo que ocurre, instar a los poderes a que cambien todo aquello que nos agrede, nos arrincona o nos hace desiguales, luchar por los derechos humanos es un desafío y una meta, es una forma de calentar el corazón frente a la injusticia.
Ojalá Septiembre nos regale un inmenso corazón.
Paz Larraondo