Cuando yo era prácticamente un bebé, había un programa de televisión titulado Si yo fuera presidente, presentado y dirigido por Fernando García Tola. A lo largo de los 72 programas que transcurrieron entre 1983 y 1985, el presentador recibía las quejas de los ciudadanos, a las que respondía con las medidas que tomaría si él fuera presidente. Años atrás, allá por 1965, el cantante Tony Bennett popularizaba la canción If I Ruled the World (es decir, Si yo gobernara el mundo), donde nos cantaba cuán bucólico sería el mundo si él fuera una especie de CEO —o dictador, a saber— global. Parece, en definitiva, que todos tenemos muy adentro la idea de que podríamos hacerlo mejor que quienes en cada momento gobiernan y que además nos resultaría extraordinariamente fácil.
Sin embargo, es factible que, durante la escucha de la brillante interpretación de Tony Bennett, uno despierte del sueño y se haga preguntas. Parafraseando la letra de la canción, podríamos decirle: ¿Cómo conseguirías que cada día fuera el primer día de primavera? ¿Qué medidas llevarías a cabo para que tu mundo fuera un lugar hermoso donde tejeríamos sueños maravillosos? O, peor aún, podríamos a empezar a ver las distintas caras del problema: Si en tu mundo todo hombre sería tan libre como un pájaro, ¿eso quiere decir, por ejemplo, que los asesinos en serie no estarían en la cárcel?
Porque, sí, gobernar —y, en general, desempeñar cualquier labor de gestión, por pequeña que sea— es difícil; y, en épocas como la actual, más aún. Leo en Twitter a los innumerables políticos o incluso epidemiólogos de vocación reciente, y me sorprende lo sencillo que consideran tomar decisiones en un contexto absolutamente inédito en la historia, y cómo se puede observar perfectamente aquello del sesgo retroactivo que provoca que todos creamos a toro pasado que nosotros ya sabíamos lo que iba a ocurrir.
Por supuesto, algunos líderes políticos —sin responsabilidades de gobierno presentes, claro— no ayudan. Intentando sacar tajada de esta terrible situación y moviéndose en la ambigüedad de realizar la crítica sin enunciar cuáles serían sus propuestas concretas, estos politicuchos ponen en práctica una política de confrontación nada oportuna en este contexto, y atacan ferozmente a los responsables ajenos a su ideología, algo que ha llamado la atención incluso del Financial Times. El diario británico explicaba sorprendido que, mientras las tensiones políticas han quedado en segundo plano en la mayoría de países, en España parece agudizarse la confrontación en un contexto en que parece lógico aunar esfuerzos para concentrar energías en un desafío ingente, global y sin precedentes. Porque da igual si centramos la crítica en Pedro Sánchez, Isabel Díaz Ayuso, Juanma Moreno o Mamen Sánchez. Claro que hay aspectos negativos en su gestión presente y en la llevada a cabo desde años atrás, y claro que es legítimo tomar buena nota de todo de cara a decisiones futuras. Pero no parece ni el momento más oportuno para cargar las tintas políticas ni parece justificada tanta virulencia hacia personas que, con seguridad, están haciendo todo lo que pueden en un contexto extremadamente difícil.
Porque, sinceramente, ¿quién querría ser Pedro Sánchez en las circunstancias actuales? Solo alguien que no haya gestionado nada en su vida y/o tenga un hambre voraz de poder podría realmente desearlo —si no consigo dormir por la ansiedad fruto de estar confinado unas semanas en casa, ¿qué sería de mí si de mis decisiones dependiera el futuro de todo un país?—. Y a eso voy: gestionar cualquier cosa tiene una dificultad que solo quienes gestionan o han gestionado cualquier cosa son capaces de entender realmente. Mi percepción es que aquellos que más pontifican sus verdades absolutas en redes sociales suelen ser aquellos que menos hacen habitualmente. Y, honestamente, soy muy poco de la gente que dice; soy mucho más de la gente que hace. Y prefiero al que hace todo lo que puede, con mayor o menor acierto, que al que dice, dice y no para de decir.
Gestionar cualquier cosa —una panadería, un departamento universitario, un organismo público...— es difícil, e implica tomar decisiones constantemente. Es muy famosa la escena de la serie The Wire en que un expolítico explica que la política es comer “tazones de mierda” constantemente. Porque cualquier decisión tiene una cara que soluciona un problema, pero también otras caras menos amables. Por poner un ejemplo personal, estos días mis alumnos están lógicamente preocupados por su curso, como consecuencia de la repentina y torpe implantación de la teledocencia que en el sistema universitario estamos teniendo que realizar a marchas forzadas. Lo único que puedo responder como profesor es que, por supuesto, nada de esto es deseable, pero la alternativa es que no adquirieran conocimientos y competencias que pudieran ser importantes y que perdieran el curso. ¿Alguien cree que es plato de buen gusto para los rectores tener que inventarse una dinámica completamente nueva de trabajo en solo unos meses? Seguro que no. Pero se toma la decisión que se considera mejor teniendo en cuenta las circunstancias. Y se puede compartir o no, pero quizá podríamos ser un poco menos atrevidos e irresponsables en las críticas, y centrarlas en mejorar lo que se está haciendo y en abordar los problemas inevitables que la situación genera. Y si esto es aplicable a la educación, imaginen en decisiones que cuestan graves problemas económicos o, peor aún, vidas humanas. Sentarnos en nuestro sofá juzgando como poco menos que criminales a quienes se ven obligados a tomar decisiones por el bien común en un contexto nunca vivido y nunca gestionado y para el que no existe ningún libro de instrucciones ni más verdad que los conocimientos de los expertos científicos y aquello del ensayo-error es osado y profundamente irresponsable.
En fin, considero que es bonito sentarnos a arreglar el mundo mientras tomamos una cerveza, escuchar If I Ruled the World ensoñándonos con ese mundo idílico, y disponer de un altavoz como las redes sociales para cantarle al mundo nuestras verdades. Solo es que tenía la esperanza de que, en un contexto realmente grave, quedarían en un segundo plano la disputa política artificial, los sesgos a la hora de buscar información veraz y, en definitiva, la frivolidad y la irresponsabilidad. Pero, bueno, va a ser que no.
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