¡Hay que ver lo que da de sí un guiso de arroz con conejo! En una de las visitas que de vez en cuando hago a mis hijos, se me ocurrió cocinar ese plato que a ellos les trae recuerdos de infancia. En cada casa hay algo así como un plato de fiesta, que pasa de generación en generación y se convierte en “el plato”. Pues en mi caso es el arroz con conejo, eso sí, acompañado de verduras tales como alcachofas y todo lo que se suele echar al sofrito de cualquier guiso. Cuando lo vi sobre el mantel se me ocurrió hacerle una foto. La ocasión lo merecía, porque hacía años que no almorzábamos juntos, y menos ese manjar que tanto les agrada.
La foto acabó en una entrada de ese blog que ya tiene más de ocho años, La ventana de Teresa, o sea, en mi blog personal que es variopinto; vaya, muy variado en temáticas. Como se suele decir, soy bastante ecléctica y uso mi blog como un cajón de sastre donde vierto todo aquello que me interesa y que quiero compartir. La cocina no es desde luego mi fuerte, ni mucho menos, pero me gusta meterme entre pucheros para complacer los paladares de la gente a la que quiero. Y cuando tengo éxito, que es muy a menudo, comprendo a las mujeres que dedican casi todo su tiempo a la vida doméstica. La verdad es que satisfacer el gusto de los demás, hacerles la vida agradable creando espacios confortables o cuidar a las personas que nos rodean, puede ser un modo de recibir afecto, consideración o admiración. Eso sí, siempre que estemos rodeados de personas consideradas, que sepan manifestar agradecimiento, aunque sólo sea con gestos sencillos como esos que expresan placer delante de un buen plato de comida.
Por suerte es mi caso y reconozco que ahora, cuando ya puedo dedicar mi tiempo a estas cosas tan prosaicas como hacer comiditas, disfruto de lo lindo de las alabanzas, halagos, cumplidos, y caras de estar disfrutando de los sabores de siempre, que es lo que yo manejo mejor. Pero lo que me ha sorprendido esta vez ha sido la cantidad de personas que han pasado por el blog buscando, seguramente, aprender la manera en que cocino el arroz con conejo. ¡645 personas! No me lo puedo creer, que el arroz con conejo dé para tanto. Total, un guiso tan sencillo y humilde. Creo que ahora no es así, pero, en mi infancia, era el guiso de la gente del campo cuando llegaba el día de la feria, o se celebraba algo especial en la familia.
Entonces, la dueña de la casa perseguía a uno de los animalitos que criaba en el corral para esas ocasiones, o para vender y obtener algún ingreso que aliviase la frágil economía. Eran las propias mujeres las encargadas de sacrificar al pobre conejo y de dejarlo peladito y troceado, listo para el arroz, aunque las partes más pulpas se solían cocinar también con tomate. Formas muy simples de aprovechar todo lo que había disponible en la casa y en la huerta, economía de autosuficiencia, eso que ahora se quiere recuperar cuando le vemos las orejas al lobo de la crisis.
Precisamente, hace pocos días, en una emisora de radio, la señora Carmen nos contaba lo que hace ella para alimentar a su familia sin tener que gastar mucho. Me asombra un poco cómo se sorprenden los oyentes por algo que todos deberíamos conocer. La conductora del programa seguro que lo sabe, porque su madre, una extremeña de pueblo, lo hacía cuando su hija, hoy famosa presentadora, iba a la escuela.
Carmen, Fernanda, Tomasa… (curiosos los nombres que han ido desapareciendo de nuestro panorama) las mujeres que han ido llamando al teléfono del programa han compartido con toda España esa sabiduría femenina. Cuando llegan esos días en los que hay que reivindicar los derechos de las mujeres, o celebrar algo relacionado con el género femenino pienso: Una estupenda celebración sería sacar a la luz eso que siempre ha estado ahí, y que, por cercano y poco valorado, ni se ha tenido en cuenta. La vida cotidiana de las mujeres nacidas antes de los años 50 del siglo XX merece un monumento a lo que hoy se ha dado en llamar patrimonio cultural inmaterial. Yo lo llamaría alimentación sostenible, término que no sé si lo he escuchado en algún sitio, o me lo estoy inventando. Soberanía alimentaria, diría mi admirado José Esquinas, pero absolutamente casera.
Además de cocinar como nadie el arroz con conejo, nuestras madres y abuelas desarrollaron habilidades para aprovechar absolutamente todo. Es lo que llamamos hacer de la necesidad virtud, un refrán muy acertado para el caso.
Las oyentes nos recuerdan que con un buen puchero, algo tan sencillo y barato, se pueden sacar al menos tres platos: Una sopa con el caldo y unos fideos, los garbanzos con las patatas y las verduras y unas croquetas con la carne. Y si todavía sobran garbanzos o verdura, o ambas cosas, una ropa vieja (que en mi pueblo le llaman morrococo), o un simple puré. ¿Qué os parece?
Durante años, en este país no se tiró nada, claro que tampoco se comía tanto. El derroche es un fenómeno de nuestra próspera sociedad occidental, que permanece ciega y sorda ante los millones de personas que mueren diariamente en el mundo por falta de alimentos, o mejor, por ser pobres y no tener acceso a ellos. Mientras tanto, nosotros nos sobrealimentamos, abarrotamos las neveras de montones de productos vacíos de nutrientes saludables y lanzamos a la basura todo lo que no tiene buen aspecto.
Ustedes perdonen, pero no puedo creer eso de que muchos niños se acuestan sin cenar porque sus padres están en paro y apenas reciben ayudas del Estado. Cualquier madre de otros tiempos, pero sobre todo las que no tenían recursos, se inventaba una cena con cualquier cosa. Lo mismo pasaba con el desayuno. Cuando yo era pequeña, unos picatostes hechos con pan duro frito y con un poquito de azúcar cubriéndolos, si era necesario, o había azúcar. Si no, tal cual. Un tazón de malta endulzada con miel o azúcar y los picatostes mojaditos… Eran una delicia. Y así me iba yo a la escuela. No recuerdo haber sentido hambre, de verdad.
Más bien tiendo a pensar que algunos padres y madres de los que, con la crisis, han pasado a engrosar las filas de los parados sin recursos, y con subsidios muy limitados, no encuentran la fórmula para dar de comer a sus niños por falta de competencias, de imaginación y de ganas de estar en la cocina. Lo más fácil es comprar bollería para el desayuno, una hamburguesa, unas pechugas de pollo, unos filetes de cerdo o incluso pescado congelado en el súper. Esas cosas que son las que gustan a los niños, se hacen en un santiamén y no te tienes que romper la mollera, ni estar mucho rato cocinando, que es un incordio. Pero claro, hay que tener dinero en el monedero para ir a Mercadona, o al Día y sacar un carro lleno de comida empaquetada, cocacolas, pan Bimbo, postres lácteos, patatas fritas de esas de sobre y demás cosas, sin las cuales, os lo aseguro, se puede vivir.